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SUCESOS REALES QUE
PARECEN IMAGINADOS
UCESOS REALES
QUE PARECEN
IMAGINADOS
DE GUTIERRE DE CETINA
JUAN DE LA CUEVA
Y MATEO ALEMÁN
LOS REFIERE
COMENTA
FRANCISCO A. DE ICAZA
C. DE LAS REALES ACADEMIAS ESPAÑOLA
DE LA HISTORIA Y DE BELLAS ARTES
^
1919
ES PROPIEDAD
MADRID — Imp. de Fortanet. Libertad, 29. Teléf. 991
SUMARIO
Págs-
Dedicatoria 9
Advertencia preliminar 1 1
GUTIERRE DE CETINA
I.-CETINA Y SUS BIÓGRAFOS:
Rectificaciones preliminares. — Lo que dijo
de Cetina Francisco Pacheco. — Menciones
de Argote de Molina y de Herrera. — Noti-
cias de Sedaño. — Apuntes de don Adolfo
de Castro. — Referencias de don Marcelino
Menéndez y Pelayo y de don Francisco Ro-
dríguez Marín y documento que halló este
último. — Biografías por don Juan Pérez de
Guzmán y don Joaquín Hazañas y la Rúa. —
Obras de Cetina publicadas y documentadas
por el señor Hazañas. — El códice Flores de
varia poesía, atribuido alternativa e injusti-
ficadamente a Cetina, a Cueva y a Eugenio
de Salazar 23
6 Sumario
Págs.
II.-CETINA A TRAVÉS DE SUS VERSOS:
Su retrato. — Su familia. — Su cultura. —
Sus viajes. — Sus relaciones y sus amista-
des.— Sus amores y sus amoríos.— Clave de
algunos de sus versos. — Sinceridad de su
arte. — Sus sátiras de la vida italiana y de la
Corte española. — Su viaje a Indias y su dra-
mática muerte 49
JUAN DE LA CUEVA
I.— CUEVA Y SUS BIÓGRAFOS:
Noticias autobiográficas y críticas. — His-
toria y sucesión de la Cueva. — Datos conte-
nidos en sus versos inéditos. — Algunas
menciones de la crítica española. — Omisio-
nes tradicionales en sus biógrafos y errores
de los vulgarizadores de la literatura cas-
tellana.— Dos monografías extranjeras . . 83
II.— CUEVA A TRAVÉS DE SUS VERSOS:
Viaje a México en 1574 y documentos que
lo comprueban. — Su regreso de Nueva Es-
paña en 1577. — Cronología de sus escritos. —
Psicología de Cueva. — Sus crónicas y confe-
siones en verso 121
III.— EL TEATRO DE JUAN DE LA
CUEVA:
Carácter de sus comedias. — Identidad en-
tre el hombre y el poeta lírico. — Imperso-
nalidad de Cueva como autor dramático. —
Sentido popular y legendario de su teatro. —
La obra de Cueva y la obra de Lope de
Vega 139
Sumario 7
Págs.
MATEO ALEMÁN
I.— MATEO ALEMÁN, SU VIDA Y SUS
OBRAS:
Desenvolvimiento de la doble personali-
dad moral y literaria de Mateo Alemán. —
El picaro y el filósofo. — Historia del autor
del Gitzmán de Alfarache. — Dónde la habían
dejado los verdaderos biógrafos. — Su viaje
a Indias: el imaginado y el documentalmen-
te cierto. — Los Sucesos como fuente de no-
ticias autobiográficas 167
II.— ÚLTIMOS ESCRITOS:
Clave de los Sucesos de fray García Gue-
rra.— El Arzobispo emplazado. — Una con-
ventual.— La verdad sobre el carácter del
Arzobispo- Virrey. — Un protector funesto. —
Las supersticiones y la gratitud de Mateo
Alemán. — Los sucesos reales que parecen
imaginados 187
OTRAS NOTICIAS, ESCRITOS Y
DOCUMENTOS DE CETINA, CUE-
VA Y ALEMÁN
I.— PROCESO DE HERNANDO DE NAVA,
HERIDOR DE CETINA:
Actores, cómplices, testigos y jueces.—
Confesiones y declaraciones de Cetina, de
Leonor de Osma, de Hernando de Nava, de
Jerónimo Benavides, de Vázquez y otros. —
Actuaciones y sentencia 2 11
8 Sumario
Págs.
II.— JUAN DE LA CUEVA Y MIGUEL DE
CERVANTES:
Cueva y Lope; Cueva y Cervantes. —
Silencio de Cueva sobre ambos. — Corres-
póndelo Lope. — Las alabanzas de Cervantes
a Juan de la Cueva, y sus sátiras contra Los
sieie Infantes de Lara y Los Inventores de las
Cosas 243
III.— MATEO ALEMÁN Y LUIS DE
BELMONTE BERMÚDEZ:
Unas páginas desconocidas de Mateo
Alemán 253
REGISTRO ALFABÉTICO de autores ci-
tados 265
De la primera edición de la Conquista de la Dética.
AL ATENEO DE SEVILLA
REPRESENTACIÓN INTELECTUAL DE LA FAMOSA
CIUDAD, CUNA DE LOS TRES INGENIOS CUYAS
LEJANAS PEREGRINACIONES Y EXTRAÑOS
SUCESOS HE PRETENDIDO HISTORIAR
Lector-.
O I te interesas en ¿os trabajos de recti-
ficación histórica, ¿ee los preliminares de
¿os libros primero y segundo de este volu-
men, donde reseño ¿a revisión que tuve que
empre?ider antes de escribir ¿a verdadera
historia de Gutierre de Cetina, de Juan
de ¿a Cueva y de Mateo Alemán, que jun-
tas te presento. Ahí dejo bien claro por qtié
mi versión, documentada, viene a separar-
se de las antiguas. El inventario de las
añejas equivocaciones que me fué preciso
esclarecer, es posible que te divierta y pro-
bable que te disponga a la lectura de las
verdades que vienen después.
Si lo que buscas solamente en estas pá-
ginas es la viola de tan célebres autores,
despojada del error tradicional que la dis-
fraza, o de las postizas añadiduras que
la deforman, sazo?tada alguna vez con
¿os versos o la prosa de su ingenio, lee
sin preámbulo todo lo demás de los tres
libros, donde hallarás, respectivamente, la
vida romancesca de Gutierre de Cetina,
en Italia y en México; las aventuras y
desventuras de Juan de la Cueva, en Es-
paña y en América, y la historia extra-
ordinaria de Mateo Alemán, en Nueva
España, no por inverosímil menos real c
indudable, y quedarás convencido de que
no exageré al titular este libro Sucesos
REALES QUE PARECEN IMAGINADOS.
Francisco A. DE ICAZA
GUTIERRE DE CETINA
Del Libro de los Retratos.
I. — CETINA Y SUS BIÓGRAFOS:
Rectificaciones preliminares.— Lo que dijo de Cetina Fran-
cisco Pacheco.— Menciones de Argote de Molina t de He-
rrera.— Noticias de Sedaño. — Apuntes de don Adolfo de
Castro. — Referencias de don Marcelino Meniíndez t Rela-
to y de don Francisco Rodríguez Marín, y documento que
halló este último. — Biografías por don Juan Piírez de Guz-
y.án v don Joaquín Hazañas y la Rúa.— Obras de Cetina pu-
blicadas t documentadas por el señor Hazañas. — El códice
«Flores de varia poesía», atribuído alternativa e injustifi-
cadamente a Cetina, a Cueva t a Eugenio de Salazar.
II.— CETINA A TRAVÉS DE SUS VERSOS:
Su retrato.— Su familia. -Su cultura.— Sus viajes.— Sus re-
laciones y sus amistades. - Sus amores y sus amoríos.— Clave
DE ALGUNOS DE SUS VERSOS. — SINCERIDAD DE SU ARTE. — SuS SÁ-
TIRAS DE LA VIDA ITAX.IANA Y DE LA CORTE ESPAÑOLA. — Su VIAJE
A Indias y su dramática muerte.
POCO o nada habría que añadir
al estudio de Gutierre de Ceti-
na y de Juan de la Cueva, si el renom-
bre y merecida autoridad de los es-
critores, que de ellos trataron hasta
ahora, hubiera correspondido esta
vez a las investigaciones biográficas y
esclarecimientos críticos que de su
saber y diligencia eran de esperar. No
ha sido así. La biografía de Juan de
la Cueva está por hacer aún, y quien
intente siquiera su esbozo habrá de
aportar personalmente — como ya
trataré de hacerlo — nuevos y desco-
nocidos datos, corroborados con el
24 Sucesos reales que parecen imaginados:
estudio de los manuscritos inéditos
del autor del Ejemplar Poético.
En cuanto a la biografía y al estu-
dio crítico de Cetina, bastará para
rectificarlos en parte, y de modo in-
discutible, releer sus obras a la luz
de los mismos documentos allegados
por sus biógrafos y comentaristas,
anotando los errores de hecho en que
todos ellos incurrieron.
Las bibliografías de literatura espa-
ñola — desentendiéndose con razón de
algunas menciones accidentales, tan
equivocadas como poco importan-
tes— recomiendan al lector, si quie-
re conocer a Gutierre de Cetina, que
estudie los trabajos de Pacheco,
Adolfo de Castro, Pérez de Guzmán,
Hazañas y la Rúa y Menéndez y Pe-
layo.
Depuremos lo que respecto a la
vida y la obra de Cetina ha llegado a
nosotros a través de estos autores.
Nada de verdadero tiene lo que
Gutierre de Cetina. 25
dice Pacheco, al afirmar en su Libro
descripción de Verdaderos Retratos, que
«Algún tiempo después (de su re-
greso a Sevilla) pasó a las Indias de
la Nueva España, llamado por un
hermano suyo que había sido con-
quistador con el Marqués del Valle,
de los más poderosos que había en
la ciudad de México. Adonde estuvo
algunos años y hizo algunas obras y
en particular un libro de comedias
morales en prosa y en verso. En este
tiempo de su felice quietud la envi-
diosa muerte le aguardó en México. »
Si Cetina nació en 1520, como
dice el propio Pacheco y se colige de
los documentos encontrados por los
señores Hazañas y Rodríguez Marín,
y si era el mayor de los hermanos,
como parece inferirse asimismo de
los tales documentos, es materialmen-
te imposible que ningún hermano
suyo pasara a la conquista de México
con Hernán Cortés, que desembarcó
26 Sucesos reales que parecen imaginados:
en Veracruz el 21 de abril de 15 19,
cuando Cetina no había nacido aún.
Dudo que hayan existido las come-
dias morales en prosa y en verso es-
critas en México, por lo menos no
ha quedado de ellas ningún rastro '.
Nada más contrario a la verdad que
esa felice quietud de que disfrutaba
cuando le aguardó la envidiosa muer-
te, como el proceso de Puebla de los
Ángeles ha venido a demostrar.
Salvo esas páginas de Pacheco
— perdidas con el Libro de ¿os Retra-
tos durante mucho tiempo — , poco
que interesara a la historia de Cetina,
o a la comprensión de sus versos,
nos dijeron los escritores de los si-
glos xvi y xvn. Herrera, en sus ano-
taciones a Garcilaso, dio la medida
de la estimación que le merecía com-
parándole con el poeta que comenta-
1 Traté de ese particular en mis a Orígenes del
Teatro en México», y lo examinaré de nuevo al ha-
blar de Juan de la Cueva.
Gutierre de Celina. 27
ba y copiando con elogio composi-
ciones suyas, las primeras, quizá las
únicas, que por entonces vieron la
luz. Varias frases laudatorias reparti-
das en versos de poetas de aquellas
centurias — de Cueva, de Alcázar, de
Vadillo, de Mesa — demuestran que
se le recordaba con aplauso, prime-
ro, que no se le olvidó del todo des-
pués, y que estaba en lo cierto Pa-
checo cuando escribía que «la voz
común y general aprobación lo libran
del rigor del tiempo y oscuridad del
olvido». Pero apenas si por un pá-
rrafo de Argote de Molina, que en
su Discurso de ¿a Poesía lo mencio-
na diciendo, «y el ingenioso Iranzo
y el terso Cetina, que de lo que es-
cribieron tenemos buena muestra, de
lo que pudieron más hacer y lástima
de lo que se perdió con su muerte >,
podemos deducir que en 1575, fecha
del libro en que se inserta el Discur-
so, había muerto ya prematuramente.
28 Sucesos reales que parecen imaginados:
Más tarde, en el Parnaso Español,
de Sedaño, se ha perdido ya hasta la
noción de la época en que vivió, pues
se le confunde con el vicario Gutie-
rre de Cetina, que cerca de tres cuar-
tos de siglo después de muerto el
poeta expidió en Madrid las apro-
baciones de muchos libros. Todavía
en 1890, y en La Ilustración Espa-
ñola y Americana, un señor Gautier
de Arriaza repetía la equivocación '.
Don Adolfo de Castro, en los apun-
tes biográficos de que hace preceder
el tomo xxxii de la Biblioteca de
Rivadeneyra, habla del viaje de Ce-
tina a Italia, supone que a su regreso
«Sevilla no era la Sevilla de su juven-
1 Por último, cierto colaborador de la «Revista
de Genealogía» pretendió fiada menos que identifi-
carle con un Gutierre de Cetina y Abarca, nacido
en Cuenca y muerto en Puerto Real en 1604, del que
no se sabe hiciera un solo verso. Homónimos del poe-
ta, no sólo hubo ésos, sino otros varios de muy diver-
sas condiciones sociales, pues no era nada raro el
nombre, y de ello hay testimonios. Hazañas publica
algunos.
Gutierre de Cetina. 29
tud», y añade: «México, donde asis-
tía con cargo en el Gobierno un her-
mano de Cetina, le ofreció con los
atractivos del cariño fraternal la es-
peranza de adquirir los bienes que
hasta entonces la fortuna le había ne-
gado obstinadamente. De México
tornó de nuevo a su patria para que
el lugar de su cuna fuese el de su se-
pulcro». Como se ve, los apuntes son
puro fantaseo. Ni Cetina marchó en
su vejez a México, sino hacia los
veintiséis años de su edad, ni estaba
en la pobreza. Era «gente poderosa y
noble», como dice Pacheco; no fué a
buscar a un hermano suyo, sino acom-
pañando a su tío Gonzalo López, pro-
curador general de Nueva España; ni
falleció en Sevilla, sino en México.
No menos equivocado es cuanto
asienta don Marcelino Menéndez y
Pelayo en la introducción a la Anto-
logía de Poetas Hispano- Americanos.
«Convienen todos los biógrafos de
30 Sucesos reales que parecen imaginados:
este terso y delicado poeta sevillano
— dice — en que su varia y contras-
tada fortuna le condujo ya en su ve-
jez a México, donde tenía cargo de
gobierno un hermano suyo; pero de
tal viaje no ha quedado huella en sus
poesías. Quizá Cetina ya no las hacía
en aquel tiempo. Él había sido co-
mensal de Hernán Cortés, y para la
Academia que éste tenía en su casa
de Sevilla compuso la famosa Para-
doja en alabanza de ¿os cuernos». Ha-
bla también en seguida de «un pre-
cioso cancionero manuscrito de la
Biblioteca Nacional coleccionado en
México en 1577 y, al parecer, por
Gutierre de Cetina».
Al rectificarse en la reimpresión
que hizo de aquellos trabajos, con el
título de Historia de ¿a Poesía Hispa-
no-Americana, incurre en nuevos erro-
res, pues si bien declara que no hay
fundamento alguno para suponer es-
critas algunas obras de Cetina para la
Gutierre de Celina. 31
llamada Academia de Hernán Cortés,
cuando corrige la arbitraria atribución
del mencionado manuscrito, añade
que debió ser más bien formado por
Juan de la Cueva. Olvida que ha fija-
do la estancia de Juan de la Cueva
en Nueva España entre los años 1588
y 1603 — por cierto también equivo-
cadamente— y mal puede atribuirle
el manuscrito formado en México el
año 1577.
Nada de extraño tendría que el se-
ñor Menéndez y Pelayo ignorara que
Cetina había muerto en México entre
1 5 54 y 57, pues cuando escribió el
estudio preliminar de la Antología
Hispano- Americana aun no había apa-
recido el documento donde consta
esta noticia. Pero sí es de extrañar, y
sólo se explica por las condiciones en
que el insigne polígrafo escribió ese
prólogo, que no recordara la frase de
Argote de Molina, antes citada, que
demuestra que en 1575 había fallecí-
32 Sucesos reales que parecen imaginados:
do ya el poeta, y que excluía la posi-
bilidad de caer en el error de atri-
buirle la compilación formada en
1577. Y es más raro ese olvido por-
que la tal cita era un lugar común de
historia literaria, que habían venido
copiando, con pocas excepciones,
cuantos desde fines del siglo xvii es-
cribieron sobre Cetina.
A propósito de ese mismo códice,
dice el señor Menéndez y Pelayo que
de todos los autores incluidos en él,
el único nacido en México es Terra-
zas. También está equivocado en
esto. Hay otros varios; mencionaré
algunos más adelante.
Quien, guiado por las referencias
bibliográficas, busque las noticias que
acerca de Cetina asentó el señor Ro-
dríguez Marín en su libro sobre Bara-
hona de Soto, tenga en cuenta que
el mismo autor las ha desvirtuado y
desmentido, dando al público la no-
ticia del testimonio de un interesan-
Gutierre de Celina. 33
tísimo proceso — existente en el Ar-
chivo de Indias — seguido en Puebla
de los Ángeles y terminado en la
Audiencia de México, contra Her-
nando de Nava por heridas a Gutie-
rre de Cetina.
Anteriores a estas referencias son
las biografías que escribieron los se-
ñores Pérez de Guzmán y Hazañas y
la Rúa; pero por ser las más extensas
he quebrantado la cronología de la
aparición, dejando su examen deli-
beradamente para lo último.
«La mayor parte de las noticias
que aquí transcribo — decía el señor
Pérez de Guzmán en su estudio acer-
ca de Gutierre de Cetina — soy el
primero en darlas.» ¡Ojalá hubiera
sido también el último! Porque fiados
en su innegable autoridad, han veni-
do repitiéndolas, en todo o en parte,
cuantos posteriormente escribieron
sobre el asunto, perpetuándose así
los errores en que incurrió en 1890
3
34 Sucesos reales que parecen imaginados
al aparecer aquel artículo en las co-
lumnas de La Ilustración Española.
Después de asentar con Pacheco
las fechas probables del nacimiento
y de la muerte de Cetina — 1520 y
1560 — , y alguna otra circunstancia
dudosa de las ya conocidas de la
misma fuente y origen, pasa el señor
Pérez de Guzmán a hablar de la vida
del poeta en Italia, llamándole el
«gentil camarada del Príncipe de As-
culi, el Señor Antonio de Leiva». Na-
cido éste en 1480, muerto en Fran-
cia en 25 de septiembre de 1536 y
ausente de España hacía años, mal
pudo ni siquiera conocer a Cetina,
que evidentemente nació en Sevilla
hacia 1520», como el propio señor
Pérez de Guzmán afirma; mucho me-
nos pudo ser su camarada, ni siquiera
alistarse Cetina bajo sus banderas,
pues pasó a Italia después de 1540,
cuando hacía años que don Antonio
de Leiva estaba muerto y enterrado.
Cu i ierre de Celina. 35
A proposito de las amistades de
Cetina, «que revelan la extensa y
elevada esfera n Hitar, aristocrática y
social» en que vivía, dice el señor Pé-
rez de Guzmán: «Con el Príncipe de
Asculi y con su mujer, la Marquesa
de Molfetta, no era menor la confian-
za». Don Antonio de Leiva casó con
una dama valenciana, doña Castellana
de Vilaragut, y no tuvo parentesco
alguno con los Molfetta. El principa-
do, no marquesado, de Molfetta per-
teneció a los Gonzagas desde 1536.
«El año de su nacimiento tampoco
puede ofrecer duda — insiste el señor
Pérez de Guzmán volviendo sobre
este particular—, pues lo acredita la
autoridad de Francisco Pacheco, que
le conoció personalmente.» Tampoco
eso pudo ser, porque Pacheco fué
bautizado en la parroquia de Nuestra
Señora de la O, de Sanh'icar de Ba-
rrameda, el 3 de noviembre de 1564,
años después de la muerte de Cetina.
36 Sucesos reales que parecen imaginados:
No está más afortunado el Sr. Pé-
rez de Guzmán en sus investigaciones
literarias. Pasa al lado de la clave que
encierran unos versos del poeta,
aquellos en que escribe:
Ya no pretendo más ser laureado,
y dice: «Como no se proponía ser
laureado por sus versos de intimidad»,
sin darse cuenta de lo que el verso
encierra, y que interesa no sólo a la
biografía, sino como demostración de
que, según hemos de ver, los versos
de Cetina eran vividos y no simple
paráfrasis petrarquesca.
Don Joaquín Hazañas y la Rúa incu-
rre en idénticos errores. Como el se-
ñor Pérez de Guzmán, supone a
Gutierre de Cetina amigo de don An-
tonio de Leiva, que ya había falleci-
do, y le hace cartearse con un difun-
to; no casa al propio Leiva, después
de muerto, con la Princesa Molfetta,
con la que nunca estuvo casado cuan-
Gutierre de Celina. 37
do vivo; pero lo hace poeta y le atri-
buye versos que no escribió jamás.
También afirma que Pacheco conoció
personalmente a Cetina, que había
muerto antes de que él naciera, y
añade, entre otras equivocaciones de
menor cuantía, que en el verso «Ya
no pretendo ser más laureado^ quie-
re Cetina burlarse de Garcilaso.
Obsérvese que según prueba do-
cumental — la solicitud de indulto de
los agresores de Cetina, firmada en
1557 e incluida en el testimonio del
citado proceso — , Cetina en aquella
fecha era ya «difunto». Aunque Pa-
checo no naciera en 1580, como dice
Palomino, ni en 1 57 1 , como se des-
prende de un cómputo equivocado
de sus propias afirmaciones en el
Libro de ¿a Pintura \ ni en 1 566 ó 68,
1 Pacheco en su «Arte de la Pintura» — edición
aprobada en 1641, fecha de las licencias, aunque im-
presa en 164Q — , declara tener, citando escribía,
setenta anos. De ahi alguien dedujo que habla nacido
3<S Sucesos reales que parecen imaginados:
como quería Asensio, aproximándose
a la verdad, sino en 1564 — según
reza la fe de bautismo encontrada por
el señor Rodríguez Marín — ; admitida
por los señores Pérez de Guzmán y
Hazañas, de acuerdo con Pacheco, la
fecha de la muerte de Cetina en 1 560,
quedaría siempre, fuera cual fuese la
base aceptada en lo referente al na-
cimiento de Pacheco, un margen de
tiempo entre el nacimiento del pin-
tor y la muerte del poeta, que debía
haberles impedido caer en el anacro-
nismo de hacerlos contemporáneos.
Las noticias que da el señor Haza-
ñas en el mismo prólogo acerca de las
letras en México durante el primer
siglo del Virreinato, están equivoca-
das. No es exacto que los versos
contenidos en el Túmulo Imperial «han
pasado hasta hoy por los primeros
e?i 1 57 1. Pero la indicación de Pacheco nada preciso
podía dar, como no fuera la fecha en que trabajaba
en su libro, conocida va la de su nacimiento.
Cu /ierre de Ce ¿¡a a. 39
que en México se escribieron en len-
gua castellana». El Túmulo es de
1560, y ya en 1538, en las fiestas
que los tlaxcaltecas celebraron el día
de la Encarnación, representóse, con
gran aparato por cierto, el auto de
Adán y Eva, todo él en mexicano,
pero con villancicos en español. El
padre Motolinía, que lo reseña pun-
tualmente en su Historia de ¿os Indios
de Nueva España, tratado 1, cap. xv,
transcribe alguno de aquéllos. Conó-
cese el principio del romance com-
puesto por los soldados de Cortés en
La Noche Triste. En verso eran las
sátiras y pasquines con que los con-
quistadores expresaban su disgusto a
Cortés en Coyoacán, y sabemos has-
ta los nombres de quienes los com-
pusieron.
Más lejos de la verdad está toda-
vía el señor Pérez de Guzmán, que
juzga a Hernán González de Eslava el
más antiguo de los poetas hispano-
40 Sucesos reales que parecen imaginados :
mexicanos de que hay memoria,
presentando como testimonio de ello
que en 1579 daba unos versos de
elogio a fray Agustín Farfán para su
Tratado Breve de Medicina, impreso en
México. Está por dilucidar si Gonzá-
lez de Eslava nació en la Nueva Es-
paña. Icazbalceta se inclina a creerlo
andaluz; pero, en todo caso, y sin
tener en cuenta los versos primitivos
que acabo de citar, no sólo existen
obras del propio autor de los Colo-
quios anteriores a aquel año, sino que
es de 1574 el Desposorio Espiritual,
de Juan Pérez Ramírez — que es-
taba inédito y yo publiqué en el
Boletín de la Real Academia Española
y en mis Orígenes del Teatro en Méxi-
co— . En aquella fecha, el arzobispo
Moya de Contreras llamaba a Fran-
cisco de Terrazas «gran poeta», lo
que prueba cuánto tendría ya escrito
entonces.
Aunque hubiera sido cierto que
Gutierre de Cetina. 41
Cetina escribiera en México esas
Comedias Mora/es de que habla Pache-
co, y de las que no se ha conservado
la menor huella, no hay por qué su-
poner que se representaran en el
palacio de los Virreyes, como dice el
señor Hazañas; pues estos festejos, así
como los que — aunque parezca im-
posible— se celebraban de ordinario
en los corredores y patios de la In-
quisición de México, antes de verse
en la Casa de las Comedias, son de
fecha posterior. Los espectáculos de
entonces — no se olvide que las co-
medias de Cetina habrían de ser an-
teriores a 1554 — se verificaban: al
aire libre, en el campo y entre gran-
des simulacros; en tablados en las
calles, y en el atrio de los templos o
en su interior, del modo que he des-
crito alguna vez al tratar de los Orí-
genes del Teatro en México \
1 Podrán verse también más detalles en mi «His-
toria de la Cultura Española en América-».
42 Sucesos reales que parecen imaginados:
Conviene, por último, el señor Ha-
zañas con el señor Pérez de Guzmán,
hasta en hacer a Juan de la Cueva
autor del códice Flores de Varia
Poesía.
Todo lo cual no implica que el se-
ñor Hazañas y la Rúa deje de ser el
escritor moderno a quien más debe
la gloria de Cetina; pues, aparte de
los datos y documentos que allegó
para su biografía, a él, y sólo a él,
se debe la publicación de las obras
que tanto tiempo permanecieron iné-
ditas '.
El códice Flores de Varia Poesía,
de que antes hice mención, fué co-
leccionado, según Menéndez y Pela-
yo, por Gutierre de Cetina; según
Pérez de Guzmán, por Juan de la
Cueva, y según Gallardo, por Euge-
1 «.Obras \ de | Gutierre de Celina* | con \ in-
troducción y notas \ del Doctor \ D. Joaquín Haza-
ñas y la Rúa \ ... I Sevilla \ ... Díaz ... \ 1895. Dos
volúmenes.
Gutierre de Cetina. 43
nio de Salazar. Al reimprimir el tra-
bajo donde asentaba tal atribución,
rectificó el señor Menéndez y Pelayo,
como ya dije, exponiendo que la
muerte de Cetina diez y nueve años
antes de la fecha de la colección ex-
cluía la posibilidad de que en su
tiempo se hubiese formado y escrito.
«Más verosimilitud tiene — agrega-
ba— que lo fuera durante la estan-
cia de Juan de la Cueva» '. De
este modo vino a convenir con lo
dicho antes por el señor Pérez de
Gumán.
Pero es el caso que tampoco pudo
Juan de la Cueva ser el colecciona-
dor de esos versos, ni mucho menos
Eugenio de Salazar, que llegó a Mé-
xico en 1 581 trasladado de Guate-
mala con el mismo carácter de fiscal
de la Audiencia que ahí tenía aún en
1580, cuando hizo las letras y jero-
1 «.Historia \ de la \ Poesía Hispano- America-
na* I ... IQ1 1; tomo I, pág. 38.
44 Sucesos reales que parecen imaginados:
glíficos del túmulo de doña Ana de
Austria.
No pudo ser formado por Gutierre
de Cetina, porque había muerto ya,
no hay el menor motivo que abone la
suposición de que con apuntes suyos
se hiciera el tal florilegio \ ¿De
dónde puede inferirse que los pape-
les del herido en la ciudad de Puebla
de los Angeles en 1554 — y que se
sabe falleció antes de 1 557 — fueran a
dar en 1577 y en la ciudad de Méxi-
co a manos de Juan de la Cueva?
¿Por qué juntar en tierra de tanta
extensión y a través de los años a
gentes de tan diversas esferas socia-
1 El señor Pérez de Guztnán afirma: «Juan de la
Cueva, sevillano, como Gutierre de Cetina, y que fué
a México poco después de haber éste fallecido, fué el
que le formó — el códice — con los papeles que a Ce-
tina pertenecieron» . Tan poca suerte tuvo el señor
Pérez de Guzmán en iodo lo relativo a ese códice,
que hasta levó mal los nombres de los poetas. Se ex-
plica que a Sámano —poeta mexicano, poco conoci-
do— le llame «Somano»; pero no que a Tranzo
— Tranco — , le diga <: Franco*.
Gutierre de Cetina. 45
les, como eran la familia del po-
deroso y acaudalado procurador ge-
neral de la Nueva España don Gonza-
lo López, tío de Cetina, a cuyo lado
vivía, y a Juan de la Cueva, mozo po-
bre y apenas conocido entonces?
No fué Cueva el coleccionador por
razón de tiempo y de materia. La
compilación comenzó a hacerse, o por
lo menos a copiarse, en la forma que
nos es conocida el año 1577; era
muy extensa, formábase de cinco par-
tes o libros, en que las composicio-
nes se agrupaban así: lo Divino, lo de
Amores, lo Misivo, lo de Burlas y lo
de Cosas Indiferentes, que no pudie-
ron aplicarse a ninguno de los demás
libros. No parece posible, dado que
Juan de la Cueva se embarcó a prin-
cipios de 1577, al regresar a España
la flota llegada a México en septiem-
bre de 1576 — como ya tendré oca-
sión de demostrar — , que tuviera in-
tervención alguna en el códice. La ma-
46 Sucesos reales que parecen imaginados:
teria viene a confirmarlo, pues de los
treinta poetas citados por Gallardo
como contenidos en la colección, y a
los que examinando ésta hay que
agregar dos más, Arista y Flores,
no cita Cueva en sus obras sino a seis:
Alcázar, Cetina, Mal-Lara, Iranzo,
Herrera y Mendoza, y es increíble
que no hubiera hecho mención nin-
guna de los otros veinticuatro colec-
cionados o que no los hubiera sus-
tituido por los amigos a quienes ad-
mira y alaba en el Viaje de Sannio, y
en otros escritos.
No hay, pues, motivo alguno para
atribuir la formación del códice ni a
Gutierre de Cetina, ni a Juan de la
Cueva, ni a Eugenio de Salazar, y no
me explico que se les haya adjudica-
do, respectivamente, sino por la ma-
nía que durante algún tiempo aquejó
a la crítica de colocar al amparo de
un nombre conocido, no ya las pro-
ducciones literarias importantes, sino
Gutierre de Celina. 47
hasta las colecciones anónimas, como
ésta de que venimos tratando.
Ojalá, y en efecto, la selección hu?
biera sido hecha por Juan de la Cue-
va; en el Viaje de Sannio, algo nos
habría contado de Terrazas y tendría-
mos algunas noticias que juntar a las
poquísimas que poseemos acerca de
Carlos de Sámano, Hernán González
de Eslava y otros poetas de Nueva
España, incluidos en las Flores de Va-
ria Poesía.
II
DE Gutierre de Cetina apenas si
se supo durante mucho tiempo
que era el autor del madrigal a unos
«ojos claros, serenos». Nada impor-
taba que en el Parnaso, de Sedaño, y
en la Biblioteca de Rivadeneyra, libros
que andan en manos de todos, se in-
cluyeran como suyos otros cuantos
versos: la fama sólo quería acordarse
del afortunado madrigal.
El Ensayo de una Biblioteca Españo-
la de Libros Raros y Curiosos, formado
con los apuntamientos de Gallardo, ge-
neralizó después, entre los rebusca-
dores de antigüedades literarias, la
50 Sucesos reales que parecen imaginados :
noticia — ya conocida por algunos
eruditos — de varios códices, donde
estaban manuscritas sus obras inédi-
tas; y la aparición del Libro de Retra-
tos de Pacheco divulgó, al par que la
figura del poeta sevillano, ciertos pre-
tendidos detalles de su vida.
Reunió y publicó don Joaquín Ha-
zañas, más tarde, las Obras de su con-
terráneo, acompañándolas de curio-
sos documentos, completados por un
feliz hallazgo de don Francisco Rodrí-
guez Marín. Cerniendo, discernien-
do y rectificando datos y comenta-
rios, frente a las declaraciones auto-
biográficas contenidas en la obra to-
tal del propio poeta, podemos saber
ya cuanto de interesante ofrece la
vida de Cetina; los detalles vulgares
que se ignoran nada cambiarían de su
personalidad, dado caso que se diese
con ellos alguna vez; y, no obstante,
hoy como ayer, el poeta sigue siendo
únicamente Cetina el del madrigal.
Gutierre de Celina. 51
Esta es una de tantas advertencias
como la realidad impone. Cuatro o
cinco versos desfigurados o corregi-
dos por el recuerdo popular viven y
perduran, mientras se olvidan los más
presuntuosos poemas, para burla y
escarmiento de vanidades literarias.
¿Cómo fué Cetina? El retrato que
nos ha dejado Pacheco tiene carác-
ter de autenticidad, aunque no esté
tomado del natural, como pretenden
todos sus biógrafos, porque habiendo
muerto Cetina antes de 1557, y na-
cido Pacheco en 1564, según prue-
bas documentales, habría sido nece-
sario que el pintor antes de nacer re-
tratara al poeta, cosa más que difícil,
dígase lo que se quiera. Debió co-
piarlo de otro retrato existente en
Sevilla entonces, de igual modo que
de uno pintado por el «valiente Alon-
so Sánchez» tomó el del licenciado
Negrón, según declara el propio Pa-
checo. Sin duda por esto carece en
52 Sucesos reales que parecen imaginados:
algo el traslado del de Cetina de
aquella honda expresión que puso en
los demás.
Aun así la figura del poeta ajusta-
se en ese dibujo más al espíritu de
sus versos y de su vida, generalmen-
te desconocidos, que a la resignación
amorosa que inspiró por excepción
el famoso madrigal.
Erguida la cabeza sobre el recio
cuello a que se ajusta la blanca gor-
guera, tiene en la frente obstinada,
en los ojos claros muy abiertos y en
los rasgos audaces de la respingada
nariz, algo de la osadía candorosa
que le hace, no bien llegado a Italia,
requerir de amores a las más encum-
bradas princesas, y pedir a vuelta de
correo a don Diego Hurtado de Men-
doza ' nada menos que un cuadro de
1 «Del grave don Diego Hurtado de Mendoza»,
dice el señor Hazañas, al hablar de la epístola que Ce-
tina le dirigid, y la gravedad del don Diego de aque-
llos tiempos, y aun de buena parte de los posteriores,
Gutierre de Cetina. 53
Ticiano, indicándole por añadidura,
la forma y disposición en que ha de
desenvolverse el asunto sobre el que
había de pintarse.
Que Cetina fué noble dícenlo los
cuatro cuarteles de su escudo man-
dados esculpir por Beltrán de Cetina,
su padre, sobre la lápida de la tumba
familiar, existente en la iglesia de re-
estápor ver todavía. Ar¿ en sus costumbres, de /as
que nos da buena muestra una picante página del
A re ti no, que alguna vez lie de comentar; ni en sus
cartas particulares, donde apoya sus ideas con la au-
torizada opinión de las celestinas que le servían
cuando era menester; ni aun en sus notas diplomáti-
cas, donde refiere detalladamente las enfermedades
secretas del Papa; ni mucho menos en sus versos,
donde hay de todo — algunos, por cierto, se han que-
rido atribuir a Cetina — , en ninguna parte aparece
la pretendida gravedad del personaje. Aretino, que
le conocía bien en aquella época, decía que era «alegre
entre los alegres, docto entre los doctos y valeroso
entre los esforzados». Algunos de los escritos que se
suponen suyos contribuyen a hacer de don Diego Hur-
tado de Mendoza, ya en un sentido, ya en otro, un
tipo ficticio en nada parecido al verdadero. Si a al-
guien interesara este asunto, particularmente, halla-
rá bastante más en mi libro «El verdadero Aretino
y sus i-elaciones eon la Corte de España».
54 Sucesos reales que parecen imaginados:
ligiosas Dominicas de la Madre de
Dios, en Sevilla. Que fué mediana-
mente rico pruébalo, amén del pro-
pio decir, el testamento, cédulas de
esclavos y bien diversos papeles per-
tenecientes a su buena madre doña
Francisca del Castillo. De su cultura
en el estudio sevillano hablan las re-
miniscencias clásicas, dispersas en su
obra total, con más gusto y menos
hacinamiento que en la mayoría de
sus contemporáneos, y su vida juve-
nil nos la cuenta él mismo en su obra
rigurosamente autobiográfica, como
ya dije, contra lo que cierta crítica
sospechó, imaginándolo artificiosa-
mente petrarquista.
Reconstruyese con ella la vida emo-
cional del poeta, a través de los li-
bros y de los devaneos amorosos de
su mocedad, siguiendo a la Corte por
España y pasando a Italia y Alema-
nia en peregrinación apasionada, más
sentimental que guerrera.
Gutierre de Celina. 55
Tanto como los documentos con
que la moderna erudición italiana re-
construye la vida privada en las cor-
tes principescas del Renacimiento, la
pintan y retratan aquellas tres epísto-
las de Cetina, que pudiera decirse
que se sirven mutuamente de expli-
cación y comentario: las que dirige a
la princesa Molfetta, yendo en com-
pañía de don Luis de Leiva, príncipe
de Ascoli, y las que envía a aquél
cuando queda en la Corte de los
Gonzaga, príncipes de Molfetta '.
La imaginación establece sin es-
fuerzo la escena de la lectura de esas
misivas en el campamento donde
Leiva se hallaba, o en el castillo de la
Princesa, a quien rodeaban damas y
señores, mayordomos, escuderos y
bufones. Para todos tienen una alu-
sión aquellas epístolas: rendimientos
1 Repito que ni don Antonio ni don Luis de Leiva
tuvieron el parentesco con los principes de Molfetta
que los biógrafos de Celina han querido atribuirles.
56 Sucesos reales que parece)! imaginados:
a la Princesa, discreteos galantes para
las damas, entre los que se desliza
algún agudo motejar o apunta un re-
cuerdo amoroso; censuras y punzan-
tes vejámenes para caballeros, solda-
dos y servidumbre, mezclados con
las obligadas bromas sobre la gordu-
ra de los mayordomos, el amojama-
miento de los escuderos y la choca-
rrería de enanos, enanas y locos,
destinados al cortesano entreteni-
miento.
Casi todas las poesías de Cetina,
por sus condiciones de intimidad o
de oportunidad, son materia autobio-
gráfica. Esas mismas epístolas que
bajo la tienda del Príncipe o los arte-
sonados del castillo de Molfetta de-
bieron ser acogidas con ruidoso re-
gocijo, dejarán indiferente al lector
extraño y moderno, si aparte de su
mérito literario no ve en ellas el dato
autobiográfico o la exacta pintura de
costumbres. A otras poesías suyas la
Gutierre de Celina. 57
parte de clave les da interés particu-
lar; pero en unas cuantas la misma
honda intimidad las hace universales
y eternas. Y es que el poeta, a la in-
versa de como ha querido vérsele,
pensó todas para sí y los suyos: aqué-
llas, para ser leídas a su auditorio en
voz alta, y éstas, para decirlas él, en
voz baja y a solas, a la dama de los
«ojos claros».
Escritos entre los veinte y los vein-
tiséis años, los versos de Cetina que
a nosotros han llegado son de plena
juventud; pero recuérdese que en
aquella época en que el mundo del
Arte parecía renacer a una juventud
de belleza, se diría que, colocado
fuera de las circunstancias del tiempo,
no entraban los años como elemento
en la producción del artista: morían
jóvenes dejando obras únicas y defi-
nitivas, y llegaban a la más avanzada
edad sin que se trasluciera en ellos la
fatiga o el temblor senil. Tales fueron
s8 Sucesos reales que parecen imaginados:
de mozos Giorgione y Rafael, y de
viejos Ticiano y el divino Leonardo.
Esa juventud orea los versos de Ce-
tina, espontáneos y fréseos; desigua-
les en asunto, pero no en correc-
ción y en estilo, como de experto
artífice.
Hizo Cetina en las letras, como en
la vida, cuanto le plugo, sin cuidarse
de los demás. Si en Sevilla estudió
Humanidades, fué para escoger como
maestros en sátira y en amores a Mar-
cial, a Juvenal y a Ovidio; si pasó a
Italia, fué para ungir las desnudeces
clásicas con las ternuras del Petrarca
o vestirlas con las pompas y gallardías
del Ariosto, haciéndolas servir para
sus deseos. El verso no fué en sus
manos sino un mediador. No quiero
decir que escribiera por deporte; es-
cribió por impulso: fué poeta, y como
tal admirado de propios y extraños,
aunque olvidado después; pero, si no
en toda, en gran extensión de los do-
Gutierre cíe Celina. 59
minios de su Arte entró por la puerta
que abrieran los maestros en la vida
de las Cortes, en los capítulos donde
aconsejan «cómo el cortesano debe
ser diestro en el trovar y endechar».
Eso no implica que en sus cancio-
nes haya mentira y artificio, pues ya
he dicho que, por el contrario, vie-
nen a ser confesión sincera, en que
más le preocupa la emoción que la
forma.
Su locuacidad lírica nos ha entera-
do de buena parte de sus intimida-
des: la más interesante de todas, su
pasión por la condesa Laura Gonzaga,
que no sé cómo ha pasado inadvertida
para sus biógrafos '.
1 En una de mis conferencias en el Ateneo de
Madrid tuve ocasión de explicar la clave de los ver-
sos citados, evidentemente distinta de lo que suponían
los biógrafos. Como xa dije, Pérez de Guzmán ima-
gina que Cetina no quería ser alaureado» por versos
de intimidad, y Hazañas, que pretendía burlarse de
Garcilaso. Alguien ha copiado después, escuetamente,
mi observación personal, tomándola de las reseñas que
de mi conferencia publicó entonces la prensa. El pro-
6o Sucesos /rales que parecen imaginados:
De aquella pasión hizo Cetina un
secreto a voces. Cada uno de sus con-
fidentes aconsejábale a su manera: en
trágico, sus amigos de España, que
temían por los peligros de la aventura;
en cómico, el príncipe de Ascoli, don
Luis de Leiva ', que la veía de cerca
y la juzgaba sin riesgo, y sentimental-
mente, la princesa de Molfetta, a fuer
de dama y compasiva. A todos con-
ced ¡miento de hacer Juegos de palabras con los nom-
bres de las damas a quienes dirigía sus versos o alu-
de en ellos, debía ser muy del agrado de Cetina,
pues no solo esta vez, sino varias hubo de emplearlo.
El mismo señor Hazañas hace notar que en el sone-
to LXXXV, a Cecilia Mil/as, usa de esa //muera las
í 'eci/ia, Cicilia, Cicilia //o:
Cansado ya de ver islas sin cuente
e/i la bella Cicilia...,
haz que sea una hora ciciliano,
ya que no puedo ser de Barcelona.
1 De don Luis de Leiva son los versos de Lavi-
nio, que atribuyen los señores Gusmán, Hazañas v
algunos más a don Antonio de Leiva, quien no se
supo los hiciera jamás. A don Luis, amigo i amble'//
de don Diego Hurtado de Mendoza, le alaba Areii/io
en sus cartas. Varios poetas de aquel siglo lloraron
en verso su prematura muerte.
Gutierre de Cetina. 61
testaba Gutierre según su cuerda. Si
el buen Urrea le decía con tono pro-
fético,
Asentaste tan hondo el fundamento,
tan alto fabricaste tu quimera,
que estoy temblando acá del escarmiento,
contestábale Cetina:
Amor mueve mis alas y tan alto
las lleva el amoroso pensamiento;
o bien:
De mí dirán: «Aquí fué muerto un hom-
la vida le faltó, no la osadía». [bre:
Si real o aparentemente se sentía
curado de aquel amor, confesábase
al Príncipe, diciendo en broma:
Ya no canto, señor, por los temores
que solía cantar: ya mudo verso,
ya se pasó el furor de los furores.
62 Sucesos reales que parecen imaginados
Un modo de escribir nuevo y diverso
he hallado para holgarme.
Solía cantar de amor y desvelarme,
andar fantasticando mil dulzuras,
que paraban después en degollarme.
Ya no escribo, señor, delicaduras:
escríbalas quien es más delicado.
Yo soy loco, y me agrado de locuras.
Ya no pretendo más ser laureado:
antes por sólo el nombre tomaría
de andarme sin bonete y trasquilado.
Pasáis, señor, por la desgracia mía,
como vino entre burlas a mudarse
el nombre de que tanto yo huía.
Vaya fuera Satán: no ha de tratarse
cosa sin lauro aquí, como taberna.
Y así sigue el poeta apurando el
retruécano laureado, lauro y Laura,
como en aquellos versos dirigidos a
la princesa Molfetta, en que le
cuenta:
En ejercicio honesto y virtuoso...
propuse de atrevido y de curioso
un lauro cultivar...
Gii Herré de Celina, 63
No me torzó el destino, el cielo, el hado:
antes fué arbitrio libre y voluntario
luengamente de mí considerado \
Quise probar asi si con un vario
cuidado, otro del alma aflojaría,
curando el viejo ardor de su contrario. (Pdg. ji.)
Érame así el trabajo más ligero,
mientras el tiempo el «látiro* me ocupaba
y un tolmo* que plantado había primero.
El cual, si no crecía y se alzaba
más alto, era que el «lauro* nuevo puesto
el humor de mis ojos le enjugaba. (Pág. J2.)
Por otra parte, víame prendado
de la beldad del «lauro» ya crecido,
de la verdura del mal engañado.
Víame de su sombra recibido,
llegando a descansar tan blandamente
cuanto del «olmo* fué ya recogido.
Vi el «lauro* más blando cada día,
Julia lo sabe bien, y prometerme
por ventura más bien que pretendía. (Págs. SJ-J4-)
Haz que el «lauro*, que ya en el alma he puesto
¿as raíces, conserve en tal firmeza,
que no pueda moverse ansi tan presto.
Llegué casi a no ver la diferencia
entre el «olmo* y el «lauro*, estando ausente:
hasta aquí llegó el mal desta dolencia. (Pág. jj.)
Yo volveré, señora, a mi cuidado
64 Sucesos reales que parecen imaginados:
Y, por si alguna duda cupiere, in-
siste:
Víame de su sombra recibido,
llegando a descansar tan blandamente...
Víame señalar entre la gente,
y que los otros árboles mostraban
envidia de mi bien...
Y se pierde en la repetición del
logogrifo, que no tendría interés lite-
rario a no demostrar que hasta lo que
parece más artificioso es en sus versos
verdadero v vivido.
antiguo, do agradezcan mi tormento,
y el «lauro ■ mudará como ha mudado...
(Pág. J7, como las anteriores del tomo II
de las «Oirás».)
Es de sospechar que del propio modo que con «el
lauro-» nombraba Cetina a «Laura Gonzagat>, con
«¿/ olmo» debió de apellidar a otra dama que pudo
llamarse «del Olmo» u ^Olmedo-», y es curioso que
uno de los homónimos del verdadero Celina — el
Gutierre de Cetina v Alia rea, nacido en Cuenca y
muerto en Puerto Real en 1604, véase la pág. 28 —
estuviera casado en primeras nupcias con una
doña Leonor de Olmedo. I^cro tal circunstancia no
pasa de ser mera coincidencia que no enredará y
Gutierre de Celina. 65
¿Qué fueron en realidad aquellos
amores? ¿Pasión correspondida?
¿Aventura audaz? ¿Galanteo osado en
Cetina y coquetería principesca en la
de Gonzaga? Todo puede suponerse:
las páginas que inspiraron son de lo
más contradictorias. Si en un sentido
éstas son bastante gráficas:
El dulce fruto en la cobarde mano,
y casi puesto en sedienta boca,
de turbado lo suelta y no lo toca,
vencido de un temor bajo y villano...
oscurecerá de nuevo la biografía del poeta sevillano.
Seria uno de los más groseros absurdos admitir
que los biógrafos y retratistas del poeta, que reco-
gieron y consignaron los detalles íntimos de su vida
en Italia y en iodo o parte lo relativo a su muerte
en América — hablo de Vadillo, de Argote de Moli-
na, de Pacheco, etc. — , descuidaran hasta tal punto
enterarse de que el hombre que venían dando por
muerto durante medio siglo estaba sano y salvo en
los comienzos del XVII; y no en tierras remotas, sino
en la misma Andalucía, y no oculto, sino actuando,
si no como poeta, como Mayordomo de Propios des-
de IS76, como Regidor Perpetuo desde 1583, y, des-
pués, como Sindico y Procurador General de Puerto
Real.
66 Sucesos reales que parecen imaginados:
no lo son éstas menos en el con-
trario:
¿Qué fué, si no fué amor ni bien pasado?
Y si fué amor, ¿qué es del? ¿Dó está pre-
[sente?...
Sombra de amores fué, no amor, señora:
mostrástesme la luz por que sintiese
mayor oscuridad sin ella agora.
Y táchala, no de esquiva, sino de
tornadiza, cuando escribe a Urrea:
Tú fundaste tu amor en piedra dura,
yo en blanda cera, a do fortuna puede...
Pero fueran lo que fuesen, les de-
bemos el mejor de nuestros madri-
gales '. Su contraste con la bufonería
ambiente de que, a veces, participa
1 Hallo anónima en un «Cancionero» anterior
esta
Desfecha,
rúes mi pena veys,
miratme sin san va,
o no me miréis.
La anolo, no como precedente, sino como antítesis
curiosa.
(hit ierre, de Celina. 67
Cetina, se ve bien en aquella desen-
fadada carta donde dice a la Princesa
que a su regreso le haga preparar un
plato de su gusto, una olla podrida.
Que ha de tener mil género de cosas,
de buenas y mejores y notables,
de cosas delicadas y groseras,
y va pidiendo, según le viene en
gana, la boca de Lucía, la lengua de
Violante, añadiendo:
Pónganse de otras damas otras partes
que tienen singulares...
como será decir ambas las piernas
de Camila Balaza, que las pintó
con la imaginación, que serán tales,
y tras de agotar osadías, sólo se atre-
ve a decir como contraste
... De la condesa Laura
los ojos, de que tiene el sol envidia.
Es suerte de los precursores que
se interponga entre nosotros y su
68 Sucesos reales que parecen imaginados:
obra el recuerdo de las que les suce-
dieron. Pero hay en los tercetos que
dirige Cetina a don Diego de Mendo-
za sobre el vivir cortesano tal am-
biente de sinceridad juvenil, que ni
la Epístola Moral ni las desengañadas
estrofas de Quevedo, alcanzarán a
oscurecerlos del todo.
El humo y vanidad de aquesta Corte
me tienen puesto en confusión y espanto,
decía, pero confuso y espantado la
vio bien:
Yo pienso que es a Dios y a sí enemigo
quien niega la verdad, y por favores,
por amor ni temor de algún castigo.
¿Qué os parece, señor, destos señores?
De su ambición y envidia, ¿qué os parece?
¿Qué de la multitud de servidores?
¿Qué decís de la pena que padece
un grande...
Y sin esperar la respuesta del don
Diego, pinta la miseria de los preten-
Gutierre de Cetina. 69
dientes, la soberbia de los galanes, la
vanidad empobrecedora de los unos,
la adulación servil de los otros \ el
1 Su sátira de la Corte tío está vista a través de
la de Juvenal, en cuya traducción ensayara la plu-
ma en sus moadades, ni es censura refleja, como la
de cien poetas pobres que no vieron sus artes y ama-
ños sino de lejos. Está mirada bien de cerca, y diri-
giéndose a Hurtado de Mendoza, que mejor que el
la conocía:
<; Qué decís del tener mesa parada
todas horas a todos, do hay algunos
que desean probar con él su espada?
(Qué decís del sufrir mil importunos ?
c' Qué de ¿a adulación que ansí los ciega,
sin que de ella escapar puedan ningunos?
Del cortesano triste que se allega
a demandar al Rey alguna cosa,
* cuál queda , me decid, si se ¿a niega?
Y el otro que ni duerme ni reposa
por llegar a aquel grado que desea,
¡qué vida tan estrecha y trabajosa!
El otro con envidia urde y rodea,
cómo podrá sacar de su privanza
a tal que en hacer toda la emplea (sic).
,-' Qué os parece, señor, de la esperanza?
i Qué grande se le muestra en perspectiva !
¡Cuan poco fruto, al fin, delta se alcanza!
i Que extraña presunción vana y altiva
se halla en corte de un privado injusto,
y qué conversación, seca y esquiva!
i Cómo toma otro ser, muda otro gust >
el que, siendo ayer pobre, hoy se ve rico!
yo Sucesos reales que parecen imaginados:
soborno de aquéllos y el quebranto
de todos, hasta concluir:
El cortesano cuerdo y avisado
que no quiere nadar con la corriente
Tirano es hoy aquel que era ayer justo.
¿ Qué os parece cual es tratado el chico
del grande hecho a fuerza de fortuna,
del poderoso el triste pobrecico?
^ Qué juzgáis de la turba que importuna
a quien hacclle bien tan poco cuesta,
sin poder del haber merced ninguna?
Del ansia por salir en una fiesta,
más galán que no el otro y más costoso,
tanto gasto y trabajo, ¿qué le presta?
El otro va trotando presuroso
a acompañar al Duque, si cabalga,
como si sin él fuera peligroso.
Aquél está esperando que el Rey salga
cu sala por hacer antes presencia;
si ésta no es ignorancia, que no valga.
; Qué decís del que teme haber sentencia
en contra, el sobornar de su letrado
cual del uno y del otro la conciencia?
¡Cuántos veréis en alto asiento puestos,
soberbios, insolentes, desleales,
hipócritas, viciosos, deshonestos!
¿Por qué hizo Fortuna desiguales
sus leyes? ¿Por qué es rico un avariento?
¿Por qué mendigan tantos liberales?
¿ Por que no viviría vo contento,
y el que mejor que yo vivir podría
en casa y del paterno nutrimiento?
¿Para qué es ocupar la fantasía
Gutierre de Cetina. 71
del vulgo, me decid: ¿cómo es tratado?
Dicen que es importuno el diligente:
mentir y trampear es beneficio,
el cauteloso dicen que es prudente.
Han convertido el juego en ejercicio
común: juegan los grandes, los plebeos:
armas y letras van en precipicio.
Ya cesaron las justas y torneos...
Y no declama vanamente; no re-
niega, como otros, de la Corte y se
queda en ella; no abomina de la
adulación y medra por su influjo;
vuelve a su áurea mediocridad di-
ciendo:
en desear mandar, y en grandes cargos
andar embebecidos noche y día?
Los años de los ricos, c'son más largos,
por aventura, o viven mas quietos,
o muertos no han de dar de sí descargos?
;iVo son, como ¿os padres, tan sujetos
los ricos a mil casos desastrados,
si bien no corresponden los tfetos?
¿ Cuál rico hay que no tenga mil cuidados
más que yo, que el temor de caso adverso
no interrumpe mis sueños reposados?
i Oh cuánto es su vivir del mío diverso/
¡Cuánto es la mía más alegre 71 i da.'
¡En qué p. ¿lago está ciego y submerso!...
Obras de Cetina, edición citada, págs. 112-lfj.
12 Sucesos reales que parecen imaginados:
Yo que, por experiencia, conocida
tengo la Corte ya, voime riendo
de quien sigue tras cosa tan perdida.
Y digo que es la Corte, si la entiendo
una cierta ilusión, una apariencia
que se va poco a poco deshaciendo.
Y volvió Cetina a Sevilla. Pero la
calma del hogar,
el vivir del paterno nutrimento,
como él decía, no se habían hecho
para su inquieta naturaleza, y bien
pronto emprendió nuevo viaje para
lejanas tierras. Acompañando a su tío
Gonzalo López, procurador general
de la Nueva España, pasó a Indias '.
Las noticias que de su no larga es-
tancia en ellas conocemos son más
crematísticas que literarias, y serían
poco interesantes sin la aventura que
1 En 1546, por Real Cédula, fechada en Guada-
la jara a 21 de septiembre , se concede permiso a
Gonzalo López para pasar a Nueva España con dos
sobrinos su vos v seis criados.
Gutierre de Celina. 73
da término en plena juventud a la
vida del poeta. Las trovadorescas an-
danzas de Gutierre ciérranse con un
lance de capa y espada, histórico en
todos sus detalles, según constancias
del Archivo de Indias. Nada falta a
la escena dramática en que Gutie-
rre de Cetina es acuchillado en noche
oscura, bajo las ventanas de Leonor
de Osma, por Hernando de Nava,
hijo del conquistador llegado a Nue-
va España con Narváez. Ni los amigos
complacientes de ambos contendores
— Peralta y Galeote — ; ni el negro
correvedile, que al igual va por la gui-
tarra que por las armas; ni el desen-
lace tremendo, que así nos cuenta
el propio Cetina. Tras de «caer ten-
dido en el suelo sin sentido trujeron
— dicen las declaraciones — al doc-
tor de la Torre, e a un viejo, que se
llamaba Antón Martín, zurujano, para
que le curasen, los cuales vistas las
heridas y la calidad de ellas dijeron
74 Sucesos reales que parecen imaginados:
a muchas de las personas que allí es-
taban, y donde el declarante lo pudo
oir e lo oyó, que no podía vivir hasta
el día. Y ansi como a hombre muerto
no le curaron las heridas, ni se las
cosieron...» Obsérvese que el médico
era el marido de la dama por quien
se había trabado la pendencia '.
La leyenda dramática continúa,
con el retraimiento del agresor en la
Iglesia, la llegada de la autoridad que
le arranca del asilo, sentenciándole a
ser degollado, y, por último, la salva-
ción del reo, entregado por la Justi-
1 Anunciada, tiempo ha, por el señor Rodríguez
Marín la publicación integra de este imlercsantísi-
vw proceso, del que fué afortunado descubridor, me
estaba vedado acudir al Archivo de Indias para am-
pliar los dalos que generosamente facilito al señor
Alencndez y Pelayo, y que éste utilizó en la introduc-
ción de su « Antología de poetas hisp ano-americanos.»
Hox, merced a la benevolencia del insigne escritor, a
quien tan peregrinas noticias se deben de la vida
literaria hispalense en los siglos XVI y XVI I, puedo
anticipar una reseña completa del dicho proceso, y
reproducir su parte esencial cu el capitulo que acerca
del mismo va separadamente en este volumen.
C¡ u i ierre de Cetina. 75
cía real a la jurisdicción eclesiástica, no
sin haberle cercenado antes la mano
derecha en la Plaza Mayor de Méxi-
co en 7 de julio de 1554.
Y así vivió y murió Cetina: como
le plugo. Recordad sus palabras:
De mí dirán: «Aquí fué muerto un hombre:
la vida le faltó, no la osadía».
Estaba escrito que el amigo de
príncipes, cortesano de princesas y
galán de las más encumbradas damas
yaciera en humilde cementerio y no
bajo el escudo de cuatro cuarteles
esculpido en la lápida de la iglesia de
la Madre de Dios, en Sevilla, y sus
obras habrían quedado ignoradas en-
tre el polvo de los archivos, si una
galantería rimada, dicha al oído de
una mujer indiferente, quizá vulgar,
no se hubiese encargado de arrancar-
las del olvido...
Ojos claros, serenos,
si de un dulce mirar sois alabados...
JUAN DE LA CUEVA
En la primera edición de la Conquista de la Eética.
í . — CUEVA Y SUS BIÓGRAFOS:
Noticias autobiográficas y críticas.— «Historia y sucesión
de la Cueva.» — Datos contenidos en sus versos inéditos.
Algunas menciones de la crítica española. — Omisiones
tradicionales en sus biógrafos t errores de los vulgari-
zadores de la literatura castellana. — Dos monografías
extranjeras.
II. — CUEVA A TRAVÉS DE SUS VERSOS:
Viaje a México en 1574 r documentos que lo comprueban.
Su regreso de Nueva España en 1577. — Cronología de sus
escritos. — Psicología de Cueva. — Sus crónicas t confe-
siones en VERSO.
III. — EL TEATRO DE JUAN DE LA CUEVA:
Carácter de sus comedias. — Identidad entre el hombre
y el poeta lírico — impersonalidad de cüeva como autor
dramático. — Sentido popular t legendario de su teatro.
La obra de Cueva y la obra de Lope de Vega.
CUIDÓ Juan de la Cueva de re-
ferir su propia historia con los
más prolijos detalles, si no en sus me-
jores versos, en los más minuciosos y
trabajados; cuidó también de contar,
de igual modo, la historia de sus an-
tecesores y de sus deudos; y, no obs-
tante, por una de esas burlas de la
suerte, comunes en la vida de los
poetas, las estrofas donde tal hizo
permanecen en gran parte inéditas, y
nada supieron ni saben de ellas, no
ya los vulgarizadores de la crónica li-
teraria española, sino, lo que es peor,
los eruditos que, salvo alguna se-
S4 Sucesos reales que parecen imaginados:
ñalada excepción, sólo mencionaron
a Cueva de paso y equivocadamente.
Asombra que, con tales anteceden-
tes, vengan diciendo todavía los his-
toriadores de la literatura española
que se ignora en absoluto cuanto se
refiere a la vida, familia y sucesos de
Juan de la Cueva. Tenemos puntua-
les noticias, no sólo de lo relativo al
poeta, a sus padres y hermanos, sino
muchas y muy variadas de otras per-
sonas de las dos ramas de su familia,
tanto la de los Aliaros como la de los
Negrones; y si de Juan de la Cueva
hubiera de hacerse un estudio a modo
de los que se han dedicado a otros
autores españoles — sacando a luz a
la vez de lo que a ellos concierne, lo
que toca a sus ascendientes y parente-
la— , un libro entero no bastaría para
reunirlo.
La Historia y Sucesión de la Cue-
va — especie de poema genealógico
en que el poeta trata de su familia, a
Juan de la Cueva. 85
partir de don Beltrán, a quien consi-
dera como antecesor, declarándose
con esto emparentado con la más
alta nobleza española — , nos da la
base de su biografía, que él mismo
explana separadamente, en varias
composiciones que rara vez tienen
algo de poesía, pero que ajustadas a
un orden cronológico presentan muy
interesantes noticias autobiográficas.
El autor del Ejemplar Poético, según
el testimonio de esa Historia y según
esos datos complementarios, fué hijo
de don Martín López de la Cueva.
Tuvo seis hermanas, cuatro mayores
que él: Beatriz, Ana, Isabel y Nicola-
sa; dos menores, Francisca y Juana, y
un solo hermano, Claudio, también
menor que él, uno o dos años. Her-
mana mayor de su padre fué doña
Catalina de Alfaro, madre de Andrés
Zamudio de Alfaro, médico de Feli-
pe II, y abuela de don Francisco de
Zamudio, Caballero de Calatrava.
86 Sucesos reales que parecen imaginados:
Hermana menor de su padre fué doña
Ana de Negrón, madre del famoso
doctor Luciano de Negrón, y mujer
— aunque esto no se cuente en la di-
cha Historia ' — del licenciado Carlos
1 El manuscrito autógrafo que perteneció al
Conde del Águila se conserva actualmente en la Bi-
blioteca Colombina. Hax otra copia autógrafa en la
de Gor, en Granada, v la contenida en el manuscri-
to 4.1 ió de la Biblioteca Nacional de Madrid. Ano-
ta Wulff, en el estudio de que después hago especial
mención, que un doctor Alonso de la Cueva, medico,
murió en Sevilla el 15 de agosto de 1597, dejando
como ejecutores de su testamento a doña Beatriz de
la Cueva, su hermana, y a Luis de la Cueva. Pero
esa doña Beatriz tío puede ser la hermana del poeta;
de otro modo Juan de la Cueva, que en la «Histo-
ria» de que venimos hablando dedica sendas estrofas
a su padre, a sus tías, hermanos y primos, no habría
olvidado hablar de Alonso y de Luis. Además, clara y
terminantemente dice la ninfa en las octavas XL VI y
XL VII, al dirigirse a don Belirán prediciéndole las
glorias de su estirpe :
»... Que será ae tu sangre heroica prueba
el dolor Martin López de la Cueva.*
*Dos hijos y seis hijas soberanas
de éste procederán, cuya memoria
referiré...»
*Doiia Beatriz será la hija primera*
añade Cueva, siguiendo su relato en la estrofa
XLVIII. A lo que parece esta hermana malcasó con
Juan de la Cueva. 87
de Negrón, hombre de gran influjo y
Fiscal que fué del Real Consejo.
Los datos, desde el punto de vista
un tal Infante. Hija suya fué doña Ana Infante de
la Cueva. El poeta, con su ingenuidad candorosa en
asuntos familiares, nos da cuenta de las desavenen-
cias conyugales de la primogénita, quien, según él,
paso' la vida
«Sufriendo del esposo la inclemencia
con oración perpetua y penitencia.»
Dedica la estrofa L a dona Ana, muerta «en su
trímera edad»', la LT a
«Doña Isabel a quien con larga mano
hará feliz el cielo generoso»;
por ella el Betis
«Sacará Id cabeza repitiendo
doña Isabel mi honor va ennobleciendo.»
La estrofa LIII la destina el poeta a su propio
elogio; la LIV a encomiar a doña Francisca; la
LV a Claudio
«... Que el impero
tendrá en punir la cisma de Luthero»;
la LVI habla de la menor de sus hermanas, es-
critora también, de la cual dice nada menos que
lo siguiente:
«La última Deidad de las que canto,
que de tu honor será evidente prurua
de Apolo amada y de su coro santo,
S8 Sucesos ir ales que parecen imaginados:
de la cronología precisa, dejarían bas-
tante que desear, pues en esas notas
autobiográficas de Cueva las fechas
de los nacimientos no siempre caben
en los versos, si por lo que a él toca
no las indicara puntualizándolas de
tal modo que, fijada documentalmen-
te la fecha de algunos sucesos de su
vida, pueden señalarse las otras, más
que aproximadamente.
Aun sin entrar en nuevas rebuscas
— muy fáciles de hacer sobre las pis-
tas que dan la fundación del mayo-
razgo de Andrés Zamudio de Alfaro,
su primo, y el testamento de éste, y
los documentos que de seguro ha-
brían de hallarse en el Archivo de las
Ordenes Militares con relación al
por raro ingenio y ecelencia nueva:
«Doña jluatia* ha de ser, por quien levanto
¿a voz en alabanza de la Cueva,
y por quien vivirá la inmortal gloria
de los que eternos lia de hazer tu Historia.*
Fols. ¿S a 62 del cit. ms. 4.1 16 de la Biblioteca Na-
cional de Madrid,
Juan de la Cueva. 89
cruce de calatravo de su sobrino don
Francisco de Zamudio, y otros mu-
chos documentos que sería fácil en-
contrar dada la importancia de los
Negrones de Sevilla — , ya sólo con
reproducir y documentarlo que Fran-
cisco Pacheco dice en su Libro de los
Verdaderos Retratos a propósito de don
Carlos y don Luciano Negrón, y pu-
blicar íntegro lo que Pérez Pastor
extracta sobre los Zamudio de Alfaro
en su Bibliografía Madrileña, se lle-
narían muchas páginas.
No seré yo quien me obligue a se-
mejante empresa, ni siquiera quien
la recomiende; sólo la dejo apuntada
como contraste, pues si las noticias
que pueden hallarse de la vida de
Juan de la Cueva en las historias de
la literatura española son pocas y
equivocadas, las útiles en lo referen-
te a sus escritos son contadísimas.
Algunas observaciones de Moratín en
los Orígenes del Teatro — discretas.
go Sucesos reales que parecen imaginados:
desde su punto de vista restringido — ,
reproducidas más tarde indirectamen-
te por diversos escritores; varias men-
ciones de Menéndez y Pelayo, dise-
minadas en la Historia de ¿as Ideas
Estéticas, y en los prólogos del teatro
de Lope, de los Orígenes de ¿a Nove-
la, y de las antologías de Líricos Cas-
tellanos y de Poetas Hispano- America-
nos — todas ellas acertadas respecto
al espíritu del poeta, pero, por des-
gracia, incidentales y brevísimas, a la
vez que siempre equivocadas en lo
que se refiere a la biografía de este
autor — , es cuanto la crítica nacional
nos ha legado sobre tan interesante
figura literaria.
Dada la importancia que en la his-
toria de la dramática española tiene
Juan de la Cueva, aparte de esas no-
ticias generales, necesariamente ha-
bían de tratar de sus Comedias y Tra-
gedias quienes del teatro español es-
cribieran; pero por las muestras sólo
Juan de la Cueva. 9 1
unos cuantos — entre ellos Montiano,
los ya citados Moratín y Menéndez y
Pelayo, y Menéndez Pidal, con oca-
sión de su estudio sobre La Leyenda
de los Infantes de Lara — se dieron el
trabajo de leerlas. De otro modo no
se explicaría que durante largo tiem-
po se viniera copiando a los dos
primeros, y que, después, perdida la
tradición de esa copia, cada cita ven-
ga a ser un nuevo desconcierto.
El conde de Schack, en el prólogo
de su Historia del Arte Dramático en
España ', dice de las Lecciones de Li-
teratura Espartóla, explicadas en el Ate-
neo por D. Alberto Lista a, que no
son en su primera parte sino un com-
pendio de los Orígenes del Teatro de
Moratín, y está en lo justo; pero no
se da cuenta de que él mismo, a su
vez, no hace en lo que se refiere a
1 Ed. «Escritores castellanos», 1. 1, pág. 34.
2 Madrid, Cuesta, Imp. Repullés, 18 'jj, págs. 155
a 164. (La edición citada por Schack es la de 1839.)
92 Sucesos reales que parecen imaginados:
Cueva, y a algún otro autor, sino
compendiar lo ya compendiado por
Lista \
Se comprende sin dificultad que
por ser los libros de Cueva raros, de
toda rareza, y de nada fácil lectura,
los vulgarizadores literarios y los fa-
bricantes o industriales de compen-
dios leyeran aprisa los resúmenes de
Moratín y tomaran de ellos las ideas
hechas, para llenar ese hueco en sus
historias; pero es inexplicable que
hasta tal punto se hubiera borrado la
tradición de quién fué Cueva y cuá-
les sus obras, que a mediados del si-
glo xix, y en Sevilla misma, se igno-
rara si había vivido en el siglo xv o
en el xvi 8. Y más inexplicable es aún
1 Ed. cit., t. I, págs. 430 a 4.44. Véanse, sobre
iodo, las págs. 440 v 441, extractadas, y a pedazos
copiadas fielmente, de Moratín.
2 *iVada se sabe de fijo acerca del año en que na-
ció' — escribe uno de sus biógrafos — ; pero se colige
que debió' ser dentro del segundo tercio del siglo X VI,
aunque no falta quien asegure que su nacimiento se
Juan de la Cueva. 93
que empiece a correr como valedera,
y se repita de igual modo que antes
se reproducían las observaciones de
Moratín, cierta leyenda recién inven-
tada, falsa de todo punto, que hace de
Juan de la Cueva el más fervoroso pro-
pagandista en la teoría y en la prác-
verificó a principios del mismo, o en los últimos años
del anterior. Lo que es indudable que vio la luz en
Sevilla, y que pertenecía a una familia distinguida,
cuyo apellido se ha conservado en esta ciudad, y aun
en los últimos años hemos conocido algunas personas
que lo llevan. t Hijos ilustres \ de Sevilla, \ o co-
lección de Biografías \ de los naturales de esta ciu-
dad I que han sobresalido \ en santidad, ciencias, ar-
mas y artes. \ Sevilla, 1851. Moyano Francos, 45.
Ya antes se había dicho en el «Parnaso Español»,
de Sedaño, t. VIII, pág. XV: «Juan de la Cueva na-
ció en la ciudad de Sevilla de familia ilustre y anti-
gua a mediados ael siglo X VI, a lo que buenamente
se puede colegir. Ignóranse los hechos de su vida y
tiempo de su muerte, aunque se deduce que pasó de
los cincuenta años de edad, y que aun vivía por los
de ij8j.j> ¡Que aun vivía el año que publicó su pri-
mer libro! Don José L. Figueroa, en su traducción de
Sismondi, Sevilla, 184.1, había escrito: «Ignóranse
absolutamente las particularidades de la vida de
este escritor: sólo se sabe que nació en Sevilla a me-
diados del siglo X VI, y algunos avanzan a conjetu-
rar que vivió más de cincuenta años.*
94 Sucesos reales que parecen imaginados:
tica, de un arte netamente español,
por la forma y por los asuntos, que
hasta exigía fueran contemporáneos '.
Quienes tales cosas dicen habrían
salido fácilmente de su error, no ya
con hojear los libros de Juan de la
Cueva, o siquiera los resúmenes de
Moratín, para lo relativo a sus Co?ne-
dias, y de Gallardo, en lo referente
a su lírica, sino simplemente con ver
las listas insertas en las bibliografías
y los índices de las composiciones
escogidas en los florilegios. Cincuen-
ta y cinco son los romances incluidos
en el tomo diez de Rivadeneyra, y
cuarenta y nueve los mitológicos o
de historia antigua, preferentemente
griega y romana. Apenas seis son de
asuntos de la historia de España, y
ninguno contemporáneo de Juan de
1 Fitzmaurice- Kelly, en la «Historia de la Lite-
ratura Española*, Madrid, MCMXIII, págs. 229
y 30. Lo copia Cejador, sin anotar su procedencia, y
agravando la equivocada afirniación, al glosarla en
la <íHistoria de la Lertgua»..., t. III, pág. 144.
Juan de la Cueva. 95
la Cueva \ Sólo tres de las catorce
obras escénicas que hasta nosotros
han llegado, tienen asunto español:
El Reto de Zamora, Los siete Infantes
de Lara y el Bernardo del Carpió. No
lo tiene sino a medias El Saco de
Ro7na, pues ni el escenario es español
ni lo son todos los personajes. Díga-
se si quien escribió la Tragedia de
Ayax Telamón, la de la Muerte de Vir-
ginia, la Co??iedia de la libertad de Roma
por Mucio Cévola, y la mayoría de los
romances historiales del Coro Febeo,
pudo pensar y decir que «no había
que andar repitiendo fábulas griegas,
latinas o italianas, que no nos impor-
taban un bledo a los españoles», ni
mucho menos que «llevó la teoría a
la práctica». Primero, porque El Ejem-
plar Poético es más de un cuarto de
siglo posterior a las Comedias y Tra-
1 «Origen de los Girones», «Reto de Zamora-*,
«Batalla de Arlanza», «Sancho García, Ataúlfo y
Alfonso V*.
96 Sucesos reales que parecen imaginados:
pedias, y si no la última, una de las
últimas obras de Cueva; y, después,
porque no dijo lo que se le atribuye,
y nadie que haya leído los versos
que se quieren comentar de ese modo
puede darles semejante interpreta-
ción que nulificaría su obra entera.
Al hablar en E¿ Ejemplar Poético de
«la ingeniosa fábula de España», Juan
de la Cueva se refiere a los moldes
del teatro español de su época, cuyo
artificio alaba por más amplio, en
contraposición del teatro griego, lati-
no e italiano renacente, «teatros ex-
traños», según sus propias palabras.
Sujetos aquéllos a las unidades clási-
cas, parécenle monótonos y cansados
y su trama — « maraña » , como él
dice — no tiene, a su juicio, el «suel-
to» y a la vez «intrincado» enredo
del teatro español. Jamás trata de li-
mitar los motivos y argumentos, ni
en tiempo, ni en lugar, ni en acción,
ni mucho menos en asunto. Dice así:
Juan de la Cueva. 97
«Confessaras que fue cansada cosa
cualquier Comedia de la Edad passada,
menos trabada, i menos ingeniosa.
Señala tu la mas aventajada
i no perdones Griegos ni Latinos
i veras si es razón la mia fundada.
No trato yo de sus Autores dinos
de perpetua alabanca, qu'estos fueron
estimados con títulos divinos.
No trato de las cosas que dixeron
tan fecundas, y llenas d'ecelencia
que a la mortal graveza prefirieron.
Del Arte, del ingenio, de la ciencia
en que abundaron con felice copia
no trato, pues lo dize la esperiencia.
Mas la invención, la gracia i traga es pro-
a la ingeniosa Fábula d'España [pia
no cual dizen sus émulos impropia.
Cenas i Actos suple la maraña
tan intricada, i la soltura della
inimitable de ninguna estraña.
Es la mas abundante i la mas bella
en tagetos enredos, i en jocosas
burlas, que darle igual es ofendella.
En sucessos de Istoria son famosas,
en monásticas vidas ecelentes,
en affetos de Amor maravillosas.
Finalmente los Sabios, i prudentes
98 Sucesos reales que parecen imaginados :
dan a nuestras comedias la ecelencia
en artificio i passos diferentes...» *
Al expresarse así Juan de la Cue-
va no lo hace egoístamente y en ala-
banza propia, pues la corrección de-
finitiva del Ejemplar Poético en el ma-
nuscrito autógrafo es de 1609, trein-
ta años después de representadas sus
primeras comedias y algo menos de
veintiocho de estrenadas las últimas
conocidas.
Juan de la Cueva no olvidó ni po-
día olvidar su propio teatro, pero te-
nía a la vista, y no en la memoria, las
comedias que en la primera década
del siglo xvii recorrían triunfalmente
España entera. A esa dramática, ge-
nuinamente española, es a la que
llama la ingeniosa fábula de Espa-
ña», alabando en ella < la invención,
la gracia y la traza >, la división en
1 Ms. de la Bibl. Nacional, TO.l82,fol. jj vuel-
to y 48 recto.
Juan de la Cueva. 99
«actos», la abundancia «en facetos
enredos y en jocosas burlas»; decla-
rando que eran «famosas» en suce-
sos de historia, «excelentes» en las
vidas de santos y «maravillosas» en
los afectos de amor. ¿En dónde, o de
dónde, puede inferirse que al hablar
de la «ingeniosa fábula de España» se
refiere a la Historia de España y acon-
seje que deban ponerse en escena
hechos contemporáneos y de carácter
nacional? Si de la Historia hubiera
tratado y no de la Dramática no la
habría llamado « fábula ingeniosa » ,
condición del todo contraria a la de
la historia verdadera, ni habría pun-
tualizado los méritos que
«Dan a nuestras comedias la ecelencia
en artificio y pasos diferentes...»
Y vengamos a los trabajos de crí-
tica extranjera, de que en este caso
hay que hacer mención aparte. Dos
obras de verdadera importancia reía-
i oo Sucesos reales que parecen imaginados:
tivas a Juan de la Cueva fueron pu-
blicadas por los señores Wulff y Wal-
berg en los Anales de la Universidad
de Lund, en Suecia, los años de 1886
y 1904 '•
Estudió Wulff en Sevilla, guiado
por las noticias del Ensayo, de Ga-
llardo, los manuscritos existentes en
la Biblioteca del Cabildo Eclesiásti-
co. Llamó la atención — mejor dicho,
pretendió llamarla, puesto que se ha
seguido escribiendo del poeta des-
atendiendo sus indicaciones — sobre
los datos autobiográficos contenidos
en la Historia de la Cueva; rectificó al-
gún error de Gallardo a propósito de
escritos que aquél anotó en el dicho
Ensayo como no publicados, habién-
dolo sido ya, o viceversa, y dedicó
1 «Poémes Inédits de Juan de la Cueva»..., par
Wulff (Lund, Universitets Arsskríft, t. XXIIT,
1886-87).
Lund, Universitets Arsskríft. Band. 39. Afdeln, 1 .
n" 2. Juan de la Cueva et son «Exemplar Poético*,
par E. Walberg. Lund, 1904.
Juan de la Cueva. \ o i
un interesante capítulo a la lengua y
versificación de Cueva, todo como
prefacio de los cinco libros del Via-
je de Sannio, que por primera vez dio
a las prensas.
En este trabajo hay varios puntos
rectificables — ya señalaré los de más
interés — ; pero, aun así, es en extre-
mo meritorio, y el primero y más im-
portante que acerca de Juan de la
Cueva se ha publicado hasta ahora.
Más perfecto, aunque de menos
trascendencia, es el estudio con que
Walberg encabeza su edición crítica
del Ejemplar Poético. Casi nada, a lo
que he visto, hay que objetar o co-
rregir en el prólogo ni en las anota-
ciones que acompañan a las tres Epís-
tolas que constituyen el Ejemplar. El
estudio de los orígenes es cumplido;
y aunque pudiera ampliarse lo refe-
rente al Teatro, que como el mismo
autor declara, o da a entender, sólo
conoce por referencias, no siendo
102 Sucesos reales que parecen imaginados:
ello materia primordial del trabajo,
no sería reparo que en justicia podría
dirigírsele.
Un extranjero que escriba de ma-
terias literarias inexploradas, sólo
por milagro no incurrirá en errores,
que serán excusables si no afectan a
lo fundamental. Si el propio Menén-
dez y Pelayo estuvo tan lejos de lo
cierto al fijar arbitrariamente la fecha
del viaje de Cueva a México ', nada
1 c No podemos Jijar con exactitud la fecha de su
viaje a Nueva España — dice el señor Menéndez y Pe-
layo — , adonde fué en compañía de su he? mano Clau-
dio, inquisidor y arcediano de Guadal ajara; pero por
varias conjeturas nos inclinamos a colocarla en 1588
(fecha de la impresión de sus « Comedias y Trage-
dias*) y 1603 (fecha de su «Conquista de la Bélica»),
libros uno y otro cuyas dedicatorias arguyen la pre-
sencia del autor en Sevilla, asi como la suscripción
final del «Ejemplar Poético* nos muestra que e7i 1606
residía en Cuenca, seguramente muy entrado en
años.* «Historia de la poesía hispanoamericana*,
tomo I, pág. 33.
En el párrafo hay las inexactitudes siguientes: el
arcedianato se co7icedió a Claudio con posterioridad
de su viaje a México en compañía de Juan; la prime-
ra impresión de las «Comedias* no fué en 1588; la
Juan de la Cueva. 10.5
de extraño hay en que Wulff no
acierte por completo en sus conjetu-
ras. Por el contrario, admira que, sin
los elementos de que dispuso el gran
polígrafo, se aproxime a veces a la
verdad, y en ocasiones hasta dé con
ella.
Imperdonable sería, por ejemplo,
que un español atribuyera a Cervan-
tes lo que escribió Ariño '.
dedicatoria a Momo de la reimpresión de ese año no
lleva fecha alguna; la licencia y el privilegio de im-
presión data?' de septiembre de 1584; el «Ejemplar
Poético* no está fechado en Cuenca, sino en Sevilla,
en 1606; la última suscripción es de 1609; en 1606,
Cueva no era un octogenario, tenia cincuenta y seis
años, según los datos que el propio señor Menéndez y
Pelayo aceptó repetidas veces como buenos. Aunque el
plazo entre 1388 y 1603 es amplio, no cupo la fecha
del viaje, pues entre la última escogida y la verdade-
ra, 1374, hay nada menos que veintinueve años de di-
ferencia.
1 E?i tma nota de la página XL Vil 1 supone
Wulff que cierto párrafo de los «Sucesos de Sevilla*,
de Ariño — citado en un articulo de Fernández Gue-
rra, inserto en el «Ensayo» de Gallardo, tomo J, co-
lumna 1.239—, está escrito nada menos que por el
propio Miguel de Cervantes, y dice: «En este día, es-
tando yo [Cervantes) en la santa iglesia, entró un
104 Sucesos reales que parecen imaginados:
No sería tampo disculpable que su-
pusiera escrita en la ciudad de Gua-
dalajara, de México, a la que ni si-
quiera hay constancia de que llegara
a ir Cueva, la Elegía 9.a, donde dice:
Todo vino en dexar vuestra presencia
por venir a esta inculta i vil aldea
donde me falta el seso i la paciencia.
Versos que pertenecen indudable-
mente al período en que, huyendo de
la vida sevillana, se refugió en una al-
dea andaluza, desde donde dirigió a
sus amigos otras muchas composicio-
< 'Poeta fanfarróny> y dijo una «otava» sobre ¿a gran-
deza de! túmulo.» Donde escribe ¡ Vuljf « Cervantes»,
debe decir Ariiio, pues Cervantes no iba a llamar
totava¡> a un soneto, ni iba a declararse a si mismo
< Poeta fanfarrón-» . Refiriéndose siempre a Gallar-
do, Wulff da la ?wticia como existente en un manus-
crito anónimo. Los « Sucesos de Sevilla»fueron publi-
cados por la Sociedad de Bibliófilos Andaluces des-
de 1873. Esa noticia está en las páginas IOS y ioó y
existe prueba documental, aducida en el prólogo, de
que el autor fué un vecino de Triana, de nombre Fran-
cisco Ariño.
'Jim u de la Cueva. 105
nes, donde se hallan frases semejan-
tes. Cuanto escribió de México es,
por el contrario, en alto grado elogio-
so y admirativo, y Guadalajara era en
importancia la segunda ciudad del
Virreinato de Nueva España ' .
1 Bien es verdad que en ese género de investiga-
ciones es Wulff verdaderamente desdichado. Con-
vierte en hechos hasta las figuras retoricas. A propó-
sito de la Epístola núm. 12 a don Gaspar de Villal-
ta, y donde hay unos tercetos que dicen:
* Provéanos el cielo de paciencia,
qu'el nos truxo, i no a Nisa la florida,
tan ainada de Apolo su presencia...
Trúxonos, i no a Tempe, i sus frescuras,
mas a la ardiente i áspera Inarime
a llorar con Tip/ieo mis desventuras*;
toma al pie de la letra esos versos, que no son sino
una reminiscencia clásica, y dice que, a lo que puede
inferirse de ellos, Cueva vivió' en Inarime. Coji seme-
jante sistema habría que pensar también que Cueva
subid al Parnaso y riñó con Apolo en el « Viaje de
Sannio», etc., etc. Sólo sus reminiscencias de la «2 lia-
da* las « Metamorfosis* , y la «Eneida* — sobre todo
de las «Metamorfosis* de Ovidio, con las que siempre
anduvo a vueltas — le llevaron mentalmente al Tirre-
no y a las costas de Campania, donde Júpiter aplastó
al gigante Tifeo. Para hacer ese viaje es seguro que
ni Cueva salió de Sevilla ni sus críticos necesitaban
alforjas.
io6 Sucesos reales que parecen imaginados:
Tratándose de un extraño que tra-
baja en su país con datos laboriosa-
mente recogidos en tierra ajena, y
que no podía comprobar a cada mo-
mento, el lector y el crítico deben
ser benévolos. Esas y otras inexacti-
tudes de Wulff no tocan a lo primor-
dial. No así otros errores de concep-
to, pues deforman la figura intelec-
tual y moral de Cueva y alteran el
sentido de su obra.
Caracterizan a Cueva su fe religio-
sa inquebrantable, agresiva casi siem-
pre, y su vanidad literaria, rayana en
la megalomanía. Pintarle encarándo-
se con la Inquisición y tratándola de
vulgo, es cosa tan fuera de lo verda-
dero como retratarle despreciándose
e injuriándose a sí mismo en sus pro-
pios versos. ¿De dónde pudo sacar
Wulff tan extraordinarios informes
contrarios a las mismas obras de Cue-
va, que fragmentariamente iba co-
piando?
Juan de la Cueva. 107
Inventa Wulff que en el prólogo
puesto por Juan de la Cueva al frente
de sus Obras, impresas en 1582, al
dirigirse en apariencia al Vulgo, a
quien se dirige en realidad es a la In-
quisición. Nada más arbitrario y equi-
vocado. Ningún escritor español de
entonces, no ya Cueva, de familia de
inquisidores; ni los sospechosos de
eramistas, ni los perseguidos por he-
terodoxos, pensaron jamás en seme-
jante cosa; podían éstos y aquéllos
abominar de la Inquisición, pero no
hay muestra alguna de que la juzga-
ran vulgo.
En el caso de Juan de la Cueva te-
nemos más que generalidades con
que desmentir la opinión de Wulff,
y son las palabras del propio escritor,
que tantas veces encomió al «Santo
Tribunal» y a sus ministros.
Dice de sus primos, los de Negrón,
en la estrofa LXIV de la Historia de
la Cueva:
108 Sucesos reales que parecen imaginados:
«Cinco hijos varones, cinco sinos
celestes...
... Contra Arríanos y Calvinos
se opondrán con divino y santo zelo;
de ellos serán en las legales leyes
defensa de los Rey nos y los Reyes. »
Especialmente de Luciano repite
en la octava LXV:
«Contra el rebelde Apóstata, que huye
la verdadera Ley, que el verdadero
legislador dio al Mundo, que destruye
la cisma y pertinacia de Lutero,
calificando el ciego error, arguye
Luciano de Negrón...»
En la octava LV había dicho antes
de su hermano Claudio:
«... Que el impero
tendrá en punir el cisma de Lutero...»
Quien de este modo se expresa,
¿puede tratar de vulgo a la Inquisi-
ción e increparla de la manera que en
el prólogo se hace?
Juan de la Cueva. 109
Influido por Ticknor ', a quien cita
a ese respecto, añade Wulff: «Ade-
más, ¿cómo puede esperarse encon-
trar en los escritos de un poeta que
imprimía, o quería imprimir, en una
época en que la Inquisición aterrori-
zaba a todo el mundo, un sincero re-
flejo de su talento y de su carácter?»
No ve que ese talento y ese ca-
rácter, por lo que toca a Cueva, no
estaban en antagonismo con la Inqui-
sición, de la que era tan declarado y
decidido devoto como su propio her-
mano el inquisidor Claudio. No quie-
re darse cuenta de que su indepen-
dencia era literaria y social y de que
en toda su obra no hay ningún vis-
lumbre de independencia religiosa.
Sólo ofuscado por prejuicio o des-
conocimiento de antecedentes pudo
suponer Wulff — Walberg le sigue
en esta equivocación — que Juan de
1 * Historia de la Literatura Española ■ , lomo lí,
capitulo I.
1 10 Sucesos reates que parecen imaginados:
la Cueva, que en su Epístola a Argui-
jo escribía:
«Que con mi ingenio fácil acomodo
mi voluntad y digo lo que quiero,
y trato en todo y sé hablar en todo»,
dijo de sí mismo:
«Yo conocí un poeta cuyo genio
echó de ver que toda su escritura
era sin Arte, llena de rudeza,
sin medida, sin buena contextura:
Que las cosas comunes sin alteza
en lugares sublimes colocava,
i las sublimes, las ponía en baxeza...
Que las diciones ásperas i duras
no supo corregir, i usando dellas
las nuevas ofuscó, i dañó las puras...»
Xo sólo no incurre Cueva en la lo-
cura de dirigirse esas injurias, sino
que, por el contrario, las críticas,
cuando no son favorables, le irritan,
le desconciertan y las juzga obra de
la envidia. Recuérdese que ante la
censura de Herrera, dice:
Juan de la Cueva. 1 1 1
«Fué la cólera tal, la angustia tanta,
tal la pasión y la congoja fuerte,
que apenas levantar podía la planta.»
Y añade:
«Un villano rencor les ha encendido,
y contra mí conspira su mesnada.'
En el anárquico y a veces absurdo
desconocimiento en que la crítica ha
venido envolviendo y confundiendo
todo lo relativo a la producción poé-
tica de Cueva, se ha llegado a supo-
ner que éste escribió sus reglas y
después pretendió ponerlas en prác-
tica. Los mismos que anotan, no des-
acertadamente, que nació en 1550,
olvidan que sus comedias se repre-
sentaron entre 1579 y 1581 y las de-
claran obra de la vejez del poeta. De
este modo han desnaturalizado por
completo la figura literaria de Juan
de la Cueva, convirtiendo los bríos y
el desenfado de la juventud en la as-
1 12 Sucesos reales que parecen imaginados:
pereza y desabrimiento de una ancia-
nidad caduca, enamorada de formas
literarias próximas a desaparecer: y
fué todo lo contrario. El mérito y
los defectos de Cueva estriban en la
audacia innovadora que le hace abrir
caminos que otros han de recorrer y
de los que él se aparta para buscar
nueva senda, no siempre con acier-
to. Así el petrarquista precoz de los
sonetos y de las canciones, alabadas
por el maestro Girón, el temido sa-
tírico de las epístolas, de que habla-
ba Bartolomé de Góngora, y el inven-
tor de las nuevas comedias y trage-
dias con que Saldaña, Cisneros, Ca-
pilla y Alonso de Rodríguez, congre-
gaban y entusiasmaban al público de
las Atarazanas, del Corral de don Juan
y de la Huerta de doña Elvira, era o
había sido ya todo eso antes de cum-
plir los treinta años.
Determinar en líneas generales la
cronología de la producción de Cue-
Juan de la Cueva. 1 1 3
va es cosa fácil de hacer. Parte de los
versos que figuran en sus Obras, pu-
blicadas en 1582, ya aparecen en las
Flores de Varia Poesía, manuscrito fe-
chado en México en 1 577, y pertene-
cen, por lo tanto, a su mocedad y pri-
mera juventud '. Las noticias que
consigna el maestro Girón en el pró-
logo que precede a su primera co-
lección impresa, vienen a confirmar
esos datos \
1 Acerca de este manuscrito véase lo dicho antes
con ocasión de Gutierre de Cetina.
2 Todo ese prólogo tiene interés biográfico. De-
mostraría, si tío estuviera demostrado por las pala-
bras del propio poeta, que en 1582, cuando se hablan
estrenado las c Comedias y Tragedias», era todavía un
joven, de cuyas obras pudo escribirse: c Quiso sacar
algunas a luz por muestra de las que para adelante
se deben esperar de su ingenios. El maestro Girón
dice asi: <Su pretensión en estos versos no fue a los
principios sino su propio entretenimiento i gusto, i el
hallar por esperiencia que naturalmente era arreba-
tado i traspasado a este género de estudio, no kazien-
do tanto detenimiento en los otros. Mas después que
halló mayor volumen del que pensava en sus obras,
a ruego de algunos amigos que con él tienen autoridad
(i principalmente del Inquisidor Claudio de la Cueva,
1 14 Sucesos reales que parecen imaginados:
Entre el último tercio de 15 74 y el
primero de 1577, en que, respectiva-
mente, llega Cueva a Nueva España
y regresa de ella, hay que colocar sus
versos ahí escritos. Los sucesos de
que en éstos trata o hace referencia,
convienen con los acaecidos en In-
dias durante el tiempo de su estan-
cia, y corroboran lo fijado documen-
talmente.
Dos años después, en 1 5 79, estre-
na en Sevilla la primera de sus obras
escénicas, y durante los años siguien-
tes, hasta 1 58 1, se representan en
aquella ciudad las Comedias y Trage-
dias, que tenía reunidas antes del
i.° de septiembre de 1584, en que
consigue el privilegio de impresión
que conocemos por la edición de
su hermano, i de Don Francisco de Alfar o, cavalle-
ro del abito de Calalrava, sobrino suyo) quiso sacar
alguna a luz, por muestra de lo que para adelante se
deve esperar de su Ingenio, con quien Justamente se
puede honrar su patria». Edición de 1582, fol, ó.
Juan de la Cueva. 1 1 ^
1588. De otras comedias que escri-
bió, sólo se conserva la noticia en un
poder extendido en 1595 para reca-
bar la licencia y privilegio de la Se-
gunda parte de sus Comedias y Tra-
gedias \
En sus obras posteriores abordó
con varia fortuna todos los géneros
poéticos. Tenemos entre las impresas
sus romances históricos o historiales,
como él los llama, reunidos en el Coro
de Febeo, publicado en 1588% y su
ensayo de epopeya en la Conquista de
¿a Béüca, dada a las prensas en 1603,
1 Don Francisco Rodríguez Marín halló y dio
nolicia de un poder firmado por Juan de la Cueva el
0 de junio de 1595, autorizando al licenciado Anto-
nio Jiménez de Mura y al bachiller Diego Díaz para
recabar la licencia y privilegio de impresión de <ívu
libro yntitulado segunda parte de las comedias y Ira ■
gedias, que yo tengo hecho a mi nombre». Véase Ro-
dríguez Marín: Barahona de Soto. Madrid, /qoji pá-
gina 502.
'■ La aprobación y el privilegio fueron concedidos>
respectivamente, en Madrid el 6 de junio y el 24 de
julio de i$8j; se acabó de imprimir por Juan de
León, en Sevilla, el S de noviembre del mismo año.
1 1 6 Sucesos reales que parecen imaginados :
aunque escrita antes \ Entre las ma-
nuscritas se conservan sus poesías
bucólicas, en las Églogas — compues-
1 En el «Loaysa» de Rodríguez Marín — Sevilla,
Díaz, iqoi, págs. 3S4 y 355 — > se transcriben la
petición que hizo Cueva en noviembre de lóoo, para
que a expensas de la ciudad se imprimiera la « Con-
quista», y el parecer favorable de Ar guijo. Ambos do-
cumentos consérvalos aquel Municipio. La petición de
Cueva fué reproducida antes en foto-litografía por
Asensio; el parecer de Ar guijo estaba inédito.
Tanto en uno como en otro documento aparecen así
en el tLoaysa», transcritos con la ortografía del ori-
ginal:
*Juan de la Cueva Vezino i natural desta Ciudad
digo que yo tengo hecho en Verso Castellano un Libro
Intitulado conquista de la Bélica, en el cual Princi-
palmente trato froto] desta Ciudad i restauración
della, y de sus grandezas y del valor de los Cavalle-
ros que la ganaron de los Moros qiie la poseían Ti-
ránicamente i para poderla Imprimir tengo Privile-
gio de su Magestad. Para que tenga effecto i la me-
moria de tan grandes hechos no peresca lo dirijo i
o fresco a V. s.a i le suppco, pues es tan propio suyo
haga merced en mandar se Imprima. — Juan de la
Cueva.»
De esta petición se dio cuenta en cabildo de IJ¡ de
noviembre de lóoo «y vista por la ciudad y por el
señor marqués de motiles Claros, asistentes... fué
acordado que los señores don Ju.° de ar guijo, veinte
e quatro, y .xpobal condales xuarez, jurado, bean esta
Juan de la Cueva. 1 1 7
tas a su regreso de América, en épo-
cas diferentes — '; un poema alegóri-
co, ya laudatorio, ya satírico, en el
Viaje de Sannio, fechado en 1585, y
petición y libro y den parecer a la ciudad de lo que
deue hacer en racon de lo que pide.,.*
He aquí el dictamen:
« Avernos visto este libro de la conquista bethica i
restauración desta ciudad, i merece muy bien, que
V. s.a lo mande imprimir a su costa, haziendo a su
author en premio de su trabajo a mrd. que pide, i
alentando a otros ingenios para q sirviendo a V. s.a
se empleen en semejantes empresas, esto nos parece
V. s.a mande lo que fuere seruido.
Don Juan de Arguijo. X°ual Xüarez.»
La ciudad acordó conforme al dicho parecer, en 9
de marzo de 1601. La « Conquista-» fué reimpresa en
la colección de don Ramón Fe?-nández. Puede verse la
bibliografía completa de Cueva en la ediciófi que
hice de su Teatro para «Bibliófilos Españoles-».
1 La primera está dedicada a don Antonio Manri-
que, general de la Armada, que en 1577 le trajo de
regreso a España; la última lleva una dedicatoria al
Conde de Gelves y, por tanto, es anterior a 1590, fe-
cha del fallecimiento de éste. El « Viage de Sannio»
fué impreso por Wulff en 1SSÓ-87. Obra cit. «Los
inventores de las Cosas» y el i- Ejemplar poético* figu-
ran en el Parnaso de Sedaño. De esta última obra
hizo una nueva edición Walberg en la monografía
antes citada.
1 1 8 Sucesos reales que parecen imaginados:
dos poemas mitológicos en Los Á7?io-
res de Marte, y El llanto de Venus en
la muerte de Adonis, terminados en
1604. Ese mismo año concluyó el
poema genealógico de la Historia de
¿a Cueva. Hizo después un poema di-
dáctico disparatado, en los Inventores
de ¿as Cosas, y otro interesantísimo en
el Ejemplar poético, que parece impo-
sible sean de la misma mano: éste fe-
chado en Sevilla en 1606 y corregi-
do en 1609, última noticia de la vida
de Cueva, y el otro terminado en
Cuenca, en 1607, y copiado de nue-
vo en 1608 en aquella ciudad.
La Muracinda y la Batalla entre ra-
nas y ratones, poemas burlescos imi-
tados o parafraseados de la antigüe-
dad clásica, pertenecen a época inde-
terminada. Porque aunque es proba-
ble que los concluyera en su edad
madura — a juzgar por el sitio que
ocupan en la copia definitiva de sus
manuscritos, donde constan sin fe-
Juan de la Cueva. 1 19
cha — , hay lugar a creer que en gran
parte fueran obra de su mocedad,
cuando, según testimonio del maes-
tro Girón, se dedicaba preferente-
mente a leer y traducir a los poetas
latinos, de quienes hizo las versiones
que andaban reunidas en un códice,
catalogado por Gallardo, y cuyo pa-
radero hoy se ignora.
En las composiciones juveniles, an-
teriores al viaje de Cueva a México,
y en algunas de las que escribió allá,
predominan las amatorias, y es de
notar que las que pueden tenerse con
fundamento por las primeras, son las
mejores en forma, aunque las menos
originales. Cuando italianizaba y «pe-
trarquizaba» — género de que abo-
minó después — , su versificación era
más natural y limpia. De entonces
datan versos suyos que han pasado
en algunos florilegios manuscritos
como de Gregorio Silvestre, unos, y
de Barahona de Soto, otros. Atribu-
i2o Sucesos reales que parecen imaginados:
ción falsa, pues Cueva los declara su-
yos en sus códices autógrafos.
Durante su corta estancia en Mé-
xico cultivó dos géneros de compo-
siciones poéticas. En las primeras
describe y pinta lo que llama su
atención en aquellas tierras, para lle-
varlo a conocimiento de los amigos
que dejó en España, o para comen-
tarlo entre sus nuevas amistades de
México; en las segundas vive de re-
cuerdos, y los canta con más sinceri-
dad y desesperada nostalgia que ter-
nura y poesía verdadera.
II
LA familia del doctor López de la
Cueva no debía nadar en la abun-
dancia cuando los dos mozos, Juan,
el poeta en cierne, y Claudio, el fu-
turo arcediano e inquisidor, empren-
dieron el viaje a la Nueva España a
mediados de 1574. Veintitrés años
tenía por entonces Claudio y no más
de veinticinco Juan. Un documento
de carácter oficial, la información del
Arzobispo Moya de Contreras, fe-
chado en México, 24 de marzo de
1575, nos dice el lugar del nacimien-
to de Claudio, su edad, la fecha de
su llegada a la Nueva España, y hace
122 Sucesos reales que parecen imaginados:
el elogio de sus condiciones morales
e intelectuales; particularidad esta úl-
tima muy de tener en cuenta, pues
las alabanzas constituyen una señala-
da excepción en aquellas tremendas
noticias del Arzobispo Moya, que tan
mal paradas dejan la moralidad y cul-
tura del clero de la Nueva España,
en los días en que aquel Prelado co-
menzó a gobernar su diócesis ',
La noticia del señor Moya de Con-
treras es así:
«Claudio de la Cueua, medio ra-
cionero, natural de Seuilla, vino de
España por el Septiembre passado;
da buena muestra de su persona, por-
que parece humilde y virtuoso, sirue
bien su officio y muestra habilidad,
es de veyte y cuatro años y ase or-
denado de euangelio.»
Que fué en aquel viaje cuando Juan
de la Cueva acompañó a su herma-
1 « Cartas de Indias*. Madrid, 1S7J, pdg. 200.
Juan de la Cueva. 123
no Claudio, lo evidencian una por
una todas las poesías que de la estan-
cia de Cueva en México se conser-
van en sus manuscritos. Dice el año
de su llegada la Epístola dirigida por
aquél al licenciado Laurencio Sán-
chez de Obregón, primer Corregidor
de México, quien, según testimonio
de Torquemada, en la parte primera
de su Política, libro m, capitulo 23,
tomó posesión del puesto en aquel
año de 1 5 74. La fecha del regreso
está consignada en la dedicatoria del
soneto 1 1 8 de la primera parte de las
Rimas de Juan de la Cueva, en el ma-
nuscrito de la Biblioteca del Cabildo
eclesiástico de Sevilla, soneto dirigi-
do «a don Antonio Manrique, general
de la flota de Nueva España, vinien-
do navegando para Castilla, el año
1577» \
1 Está en los folios 162 vuelto y 163 de la citada
«Primera parte de las Rimas de Juan de la Cuevas.
Biblioteca del Cabildo Eclesiástico de Sevilla. No se
124 Sucesos reales que parecen imaginados:
«Entregado a las ondas de Neptuno,
Al furor bravo del mudable Viento,
al disponer del Hado violento,
y al del Cielo a quien siempre só importuno;
Sin esperanca de remedio alguno
que satisfaga al mal que ausente siento
(don Antonio Manrique) vó al tormento
forcado, del temor que más repugno.
Donde veremos (si el Amor me admite)
aquella fiera, que con yelo enciende
mi alma, a su esquiveza condenada.
había publicado hasta ahora. Puede, por tanto, fijar-
se documentalmente la estancia en México de Juan de
la Cueva de octubre de 1574. a los primeros meses
de 1577. Con esa base queda corroborada la voz co-
mún que le hacia nacer hacia 1550, pues en la * Epís-
tola» a Zamudio de Alfar o, dice, refiriéndose a su re-
greso y a su pasión por dona Felipa de la Paz:
*En él celebraré la angustia y llanto
que causa amor, pues padecí diez años.»
De lo cual resulta que su peirar quesea pasión data
de 1567, y que te?idria diez y siete anos aquel 3 de
mayo de 1567 cantado en un soneto, al que habría
que asignar ese día y ?nes del año de 1572, y que co-
mienza asi:
«Fué mi alma en su dulce prisión puesta
del año el quinto mes al tercer día,
cuando la excelsa Hispalis hacía
a la sagrada Cruz solemne fiesta...
Aun no cubría mi rostro el primer vello...»
Juan de la Cueva. 125
I entendereys lo qu'en razón s'entiende,
cuánto devo a mi suerte, que permite
ser de tal mano al daño mío guiada.»
Gran parte de las composiciones
líricas de esta época y de la que si-
gue inmediatamente a su regreso a
Sevilla, son crónicas autobiográficas
rimadas. De éstas deben separarse
los datos cronológicos y los que de-
nuncian la psicología del autor, de
los puramente literarios. Desde ese
punto de vista nada huelga en ellas.
La inquietud espiritual de Juan de
la Cueva puede seguirse en esas con-
fesiones rimadas.
Al deseo de cambiar la agitación
de la ciudad por el reposo de la al-
dea — tema muy usado retóricamente
desde la antigüedad clásica, pero que
en su pluma resulta sincero — , siguen
los versos haciendo votos por que los
amigos compartan con él la calma
lograda. Mas no tardará en abomi-
nar, aburrido, de esa misma calma.
126 Sucesos reales que parecen imaginados:
Deleitase a su llegada a México en
la placidez de aquella vida:
«Un tiempo corre sólo, un solo viento
mueve las nubes que distilan oro,
donde se satisface el pensamiento.»
Lo que más le agrada es haber rea-
lizado su aspiración de libertad:
«Vivo en mi libertad y gusto mío...
mi voluntad me rige y me gobierna,
y del que así no vive burlo y río.
La aspereza de un monte, una caverna...
estimo en más, en libertad gozada,
que poseer, desposeído della,
del mundo la ciudad más celebrada.»
Y como se siente momentánea-
mente satisfecho, quiere que los su-
yos compartan su felicidad, y escribe
al maestro Girón ':
1 En la VI de las « Epístolas» , donde están asi-
mismo los versos citados antes, y que ocupa en el Ma-
nuscrito autógrafo de las «Rimas», existente en la
Biblioteca del Cabildo Eclesiástico de Sevilla, los fo-
lios ijj-6l. Ni esta ni ninguna de la r cartas escritas
en México figuran entre los versos de Cueva incluí-
Juan de la Cueva. i 27
«Y así vivo contento; y de manera,
que a ser posible, como no es posible,
que a Méjico os viniérades pidiera.
Viviérades aquí en vida apacible,
llamo en vida apacible en vida suelta,
entre gente quieta y convenible. ¿
Bien pronto la nostalgia de Sevilla
le desesperará de nuevo, y, por eso,
dice a su hermano Claudio ':
«Los alegres placeres han huido
y el descanso que siempre nos seguía,
Claudio, desde el postrero y cierto día
que partimos del dulce y patrio nido.
Hemos a tales términos venido,
que nos congoja y pena el alegría;
pues en tierra ni en mar hallamos vía
por donde ir a buscar el bien perdido.
La memoria nos daña con su arte,
dos en las <¡.Flores de Varia Poesía». A'o es de extra-
ñar, porque hay que tener presente que sólo se con-
serva una parle del códice, y que entre las que se
perdieron estaba el «Libro* destinado a <¡lo mismo»,
donde tenían su lugar las epístolas.
1 Soneto 59 del códice Ms.,f. 74, «Al Inquisidor
Claudio de la Cueva, »i¿ hermano, estando en Méxi-
co». Lo reproduce Gallardo, Col. 641-42,
1 28 Sucesos reales que parecen imaginados:
pues ella nos presenta ante los ojos
lo que el mar con tendido brazo parte.
Esfuerza nuestras lágrimas enojos,
y no ve que no es gloria en esta parte
mostrar a los vencidos los despojos.»
Tras de poco más de dos años de
ausencia logra regresar. Sus amigos y
parientes debieron de haberle acon-
sejado cuando emprendió el viaje que
reprimiera su sinceridad impetuosa.
En la carta en tercetos, que a bor-
do de la nao que de retorno de In-
dias le trae en 1577, escribe a su pri-
mo Zamudio de Alfaro ' — el médico
de Felipe II de quien antes hablé — ,
le promete corregirse, no sin cierta
desconfianza y triste ironía:
«De en medio de las ondas alteradas
del bravo mar, ¡oh caro señor mío!,
doy al viento las velas desplegadas...
Porque viendo el notable mudamiento,
en las frágiles cosas de esta vida,
que se resuelven como sombra en viento,
1 Epístola IV, f. 70 a 73 del citado Ms.
Juan de la Cueva. 1 2 9
reduzco la memoria divertida
en tantas variedades cuantas veo...»
Piensa anticipadamente en la ven-
tura del regreso y dice:
«Gozaré a mi placer del aire puro,
cantaré libremente en la ribera
de Betis, que rodea el patrio muro;
repartiré la vida de manera
que me tengan envidia los presentes
y los que el siglo por venir espera.
Templaré los altivos accidentes
de la invidia, del mundo señoreada,
cortando el hilo a libres maldicientes...»
Y aquí entra el programa de su fu-
tura corrección:
«Dejaré al arrogante en su locura,
al altivo en su vana confianza,
al avaro en su hambre sin hartura.
Reiréme del que pone su esperanza
en el que espera en otro su remedio,
siendo menos que nada su privanza.
Puesto, señor, en este justo medio,
huiré lo malo, elegiré lo bueno,
a la razón siguiendo que anda en medio.
Sabré aprobar aquello que condeno
9
130 Sucesos reales que parecen imaginados
por malo, y conocer abiertamente
el odio oculto del doblado seno.
Sabré, si me agravare el accidente
de la necesidad que tanto estraga,
aplicarle el remedio conveniente.»
Como Cervantes, en el Viaje del
Parnaso, se declara culpable de su
suerte:
«Que ya me vi con ella tan pujante,
que un carlín diez mundos estimaba,
y ciento los tenía en un cuadrante...»
Y cae de nuevo en una angustiosa
incertidumbre:
«Con estas cosas de juicio salgo,
y ellas a tal extremo me han traído,
que he de librar por loco o por hidalgo.
Porque según mi pecho veo encendido
de las congojas, que me traen despierto,
fuera de mí, de medio y de sentido,
hacen que siga un vano desconcierto,
una sospecha, un ofuscado engaño,
un seguir lo dudoso y no lo cierto,
un no entender el claro desengaño,
un privar la razón con impaciencia,
un excluir el bien buscando el daño...»
Juan de la Cueva. 1 3 1
Al repatriarse a Sevilla, la vida li-
teraria de que tantas veces renegó,
antes y después, le absorbe de nue-
vo, y no hay renglón suyo en que
embozada o manifiestamente no apa-
rezca una sátira:
«Verás un gran poemista heroico, apuesto,
que si miras que es suyo o traducido,
queda, cual la corneja, descompuesto...1»
dice, y, por si fuese poco, la empren-
de contra todos los italianizantes,
añadiendo:
«Y será cuerdo andarse a imitacionos,
que en ellas está todo aderezado,
cual el que come a pasto en bodegones.
No tiene que aguardar que sea guisado,
mas, cual dicen, sentarse a mesa puesta,
donde es igual a su deseo el recado.
Así éstos que siguen la floresta
de Italia, y a su ingenio no se atreven,
hallan en ella en que colmar su cesta.»
1 Epístola I al co?ide de Gelves, f. 23 a 28 del
citado Ms. de las «Rimas*. Lo mismo que los versos
siguientes la reproduce en gran parte Gallardo.
132 Sucesos reales que parecen imaginados:
Y arguye, fingiendo una réplica.
* Muchos dirán que es esto humor de loco,
porque los que más saben ejercitan
lo que repruebo yo y estimo en poco.
Que si ellos traducen o si imitan,
que Virgilio imitó y tradujo a Homero
y que por eso no lo inhabilitan.»
O más rudamente:
«Y al sacro ingenio stagireo se atreve
un pedante, un bufón, un saltambanco:
que dicen que es alumno de las nueve.
Hacen con los empíricos estanco
de la deidad de Apolo, y sin respeto
en que den, ponen la virtud por blanco.
Al más libre, a este foro hacen sujeto,
sin distinción y sin guardar decoro
hablan, y el que más habla es más discreto '.
Ninguno de los improvisadores de
epístolas supo rimar con más facilidad
que Cueva los sucesos de la vida dia-
ria. Cuántas páginas no necesitaron
los cronistas o analistas particulares
1 Epístola VIII a Pacheco, f. 187 a 192.
Juan de la Cueva. 1 3 3
o asalariados — de Cabrera a Ariño —
para contar en prosa lo que con más
claridad dice Cueva en la carta que,
sobre los sucesos de Sevilla, dirige a
Claudio en el mes de enero de 1904:
«Ayer salió de nuestro patrio asiento
para Valladolid nuestro prelado,
a que nadie alcanzó su pensamiento.
Unos dicen que va del Rey llamado
para traer la Reina aquí a Sevilla;
otros dicen que no, sino forzado.
Que va a la presidencia de Castilla
dicen otros, y otros que va a Francia;
otros truecan en Ñapóles su silla.
Cosa cierta que sea de importancia
tocante a esto nadie lo ha sabido,
ni hace el vulgo en afirmalla instancia.
El Rey viene; el cabildo está dormido;
la ciudad arruinada de avenidas;
el tesoro de Indias detenido.
Trocadas las monedas conocidas;
sin puente el río, y el pontero preso;
almenas y aduanas destruidas.
Los dones andan con el aire a peso;
venden las cortesías de barata,
y hoy quebró el banco general del seso.
134 Sucesos reales que parecen imaginados:
Los coches se reforman, y se trata
que haya menos galanes escuderos,
y que no traigan los chapines plata.
Han bajado de marca los sombreros,
que ya su gala inglesa no la quieren,
que mayorazgo fué de sombrereros.
Que sean conocidas las que dieren
mozas para servir o poner amas,
y las casas de gula se moderen.
Oue atajen las cautelas y las tramas
de la gente holgazana mariscante,
y haya tasa en los dones de las damas.
Finalmente, señor, no voy delante
con mis nuevas; que tocan a maitines,
y el sueño me ha vencido en este instante
y mi musa cayó de los chapines.»
Mucho más fácil que leer a Juan
de la Cueva es condenar su obra
poética en conjunto, como han hecho
v siguen haciendo los más conocidos
vulgarizidores literarios. En las colec-
ciones de Cueva está esbozada toda
la lírica posterior, quizá con más cla-
ridad que el teatro de que fué pre-
cursor. A propósito del Coro Febeo,
Juan de la Cueva. 135
dijo Gallardo que sus romances eran
-acaso los peores que se leen en cas-
tellano». Y se han venido repitiendo
sus palabras, sin tener en cuenta que
entre los versos que copia después,
está un romance amoroso digno de
la primera manera de Lope:
< Liris, si casarte quieres,
no es bien que yo te lo estorbe,
ni que por mí se te impida
la que tú por suerte escoges,
que no habrá nublo de ausencia
que me turbe o descolore,
ni desdén que me dé pena
para que mi vida apoque;
pues ya no irTenciende el celo
ni las entrañas me roe,
qu'el corazón tengo armado
de cortezas de alcornoque,
en que topan las saetas
del amor, sin que en él toquen,
y se vuelven hacia tras
sin ofenderme su golpe.
Que no tiene amor poder
sino en quien teme su nombre;
del cual quieto y seguro
136 Sucesos reales que parecen imaginados:
gozo del tiempo que corre,
y no porque a mi deseo
falta quien le corresponde;
que bien conoces a Ismenia,
a Celia, a Jacinta y Cloe,
y sabes bien si me quieren
o me niegan sus favores.
Mas porque conozco el yerro,
y conozco que no hay hombre
que viva libre de queja
cuando amor más le socorre,
por eso huigo y no quiero
atarme a un nudo que ahogue
sino que de suerte sea,
que cuando quisiera afloje...»
y un romance satírico que a trechos
se diría de Quevedo, cuando increpa
a cierto
«Bachiller de un solo libro,
y esse mal estudiado;
usurpador de agudezas,
gran jugador de un vocablo,
zángano de la Poesía,
de obras ajenas estanco...»
Y, por último, ¿quién dio en mejor
castellano, más limpio y sobrio, con-
Juan de la Cueva. 137
sejos acerca del estilo, como los de
este poeta desigual?; consejos que oja-
lá hubiera tenido presente él mismo:
En un estilo llano
dulce, fácil, de todos entendido,
canta el mal inumano
del Amador rendido,
sin ser de alguna affectación movido...
Usa de lengua pura,
d'estilo fácil, suelto i elegante,
huye la ligadura
del raro consonante
si el verso haze escabroso u arrogante.
Di lisa i sueltamente
lo que quieres dezir, qu'este no es vicio:
que bien verá el prudente
que usa este exercicio,
qu'es cuydado, i no falta de artificio \
O aquel otro, tan justo de idea y
claro de expresión:
No explica bien el alma de un conceto
el que se va tras el galano estilo
a la dulzura del hablar sujeto...
1 Canción nxlm. 4, folio 4j del manuscrito.
III
NO voy a contar aquí los argu-
mentos de sus Comedias y Tra-
gedias. El lector podrá hallarlos, abre-
viadamente, encabezando a manera
de introducción cada una de ellas, y,
con más detalles, precediendo a cada
jornada. A qué repetir lo que ya está
escrito, ni menos cuando perdería al
pasar por pluma ajena — como en este
caso — la gracia que le prestan en el
original hasta sus incorrecciones de
forma, y el interés de la misma rude-
za o sequedad de estilo con que se
retratan, y en ocasiones se halagan,
vicios o pasiones populares. Porque
140 Sucesos reales que parecen imaginados:
si Cueva no se aviene a ninguna regla
de composición dramática — ni a las
reglas clásicas ni a las que él mismo
arbitrariamente habría de inventar y
formular en el Ejemplar Poético, olvi-
dándose de lo que había practica-
do— , menos atención les concede a
los dictados y preceptos de la con-
ciencia común. Se coloca, impasible-
mente, fuera de toda moral; no ya
la de hoy o la de entonces, sino la
de cualquier tiempo: « más allá del
bien y del mal», como diría Nietz-
sche. Ve los crímenes más atroces, el
parricidio y el fratricidio, con toda
serenidad, y hasta los juzga, desde el
punto de vista de la pasión, como
obras meritorias.
Entre las poesías líricas y la vida
de este autor hay un nexo directo e
inmediato; pero la impersonalidad del
escritor dramático es desconcertante.
El alma de ese poeta — llena de pie-
dad filial — , en quien los afectos ínti-
Juan de la Cueva. 141
mos pasan con frecuencia de lo tier-
no a lo ridículo, en dedicatorias y en
descripciones familiares, no hay ma-
nera de descubrirla, en el impulso
brutal del que, por razón de Estado,
perdona el fratricidio en El Príncipe
Tirano, y llega a loarlo y a admirarlo
en La Constancia de Arcelina, por ra-
zón de amor.
Y es que Cueva, sincero hasta la
puerilidad en su lírica, es improvisa-
dor e inconsciente hasta lo descabe-
llado e injusto en su dramática. De
ahí sus aciertos y sus errores: la bon-
dad y la gracia de algunos de sus
versos, y el prosaísmo de muchos.
La prosa de nuestra vida diaria no
se tornará jamás en poesía, redimida
por la música del verso; antes se
hará éste prosaico al contacto con
la vulgaridad vivida, si el poeta,
primero que la rima y el ritmo, no
encuentran en sí, íntimamente, la
esencia de poesía que existe en el
142 Sucesos reales que parecen imaginados:
diario vivir: y Cueva la halló pocas
veces.
La impersonalidad del poeta, como
autor dramático, le da medios para
crear caracteres diversos e indepen-
dientes; pero la impasibilidad en Cue-
va traspasa en ocasiones los límites
de la indiferencia y llega a manifes-
tarse en equivocadas simpatías por
personajes claramente criminales. Qui-
zá ahondando sobre este detalle dié-
ramos con algunas ideas arraigadas
en su auditorio, muy diversas de las
que hoy privan; a no ser así, cada
una de estas obras hubiera sido un
ruidoso fracaso.
Arcelina mata a su hermana Cri-
sea, disputándole a un hombre sobre
el que no tiene derecho alguno, y
que ni la quiere ni la ha querido ja-
más, y sólo por gozar de sus amores,
como dice desenfadadamente el ar-
gumento; y sus jueces, y su padre
mismo, la perdonan, alaban su cons-
Juan de la Cueva. 143
tancia, y claro se dice que el encierro
en un convento, con que se la casti-
ga, no será sino pasajero. En cambio
a Menalcio, causa involuntaria de la
tragedia, tipo grotesco — propusiéra-
se o no el autor presentarlo así — ,
por no callar que Arcelina fué la cul-
pable de la muerte que a él se le im-
putaba, aun demostrada su inocencia
al pie del patíbulo, se le condena a
destierro, sin duda por antipático.
Cueva estima más que el acto la
prontitud en ejecutarlo:
«Que más que el hecho la presteza estimo»,
hace decir Cueva al Conde de Cabra
en La Muerte del Rey Don Sancho, y
no parece sino que tales palabras las
tuvo por divisa al componer sus obras
escénicas, todas manifiestamente im-
provisadas.
Como fuentes del teatro de Cueva,
en las obras que no son de pura in-
ventiva, tenemos, en primer lugar,
144 Sucesos reales que parecen imaginados:
sus reminiscencias clásicas. De Virgi-
lio y de Ovidio, «a quien desde su
primera edad fué muy dado y aficio-
nado», según nos cuenta en su pró-
logo el maestro Girón, las hay hasta
en las comedias de asunto español.
En Los siete Infantes de Lara comien-
za la jornada tercera con una escena
entre Cayda y Haxa, imitada de la
Pharmaceutria , de Virgilio — según
notó ya Menéndez Pidal — . Las evo-
caciones y sortilegios de esa y otras
comedias no son sino paráfrasis frag-
mentarias de las mismas fuentes. En
Ovidio halló alguna trama escénica
completa; la de Ayax Telamón, saca-
da del libro XIII de Las metamorfo-
sis. Cueva diluye el tema en cuatro
larguísimas jornadas, pero alguna vez
traduce, siquiera sea libremente.
Que Cueva conoció los originales
latinos es indudable; aunque es de
creer que no habría abordado este
último asunto si la Crónica troyana,
Juan de la Cueva. 145
tan reimpresa a partir de las edicio-
nes incunables, no lo hubiera hecho
popular.
Otro tanto podría decirse de La
muerte de Virginia y de La libertad de
Roma por Mucio Cévola. Tito Livio
dio hecho a Juan de la Cueva el asun-
to y la trama primera; pero los epi-
sodios de la historia romana, insertos
en las crónicas, no le serían de segu-
ro desconocidos ni a él ni a buena
parte del público, aunque dudo mu-
cho hubieran llegado a la gran masa
de su auditorio popular, como no fue-
se en romances sueltos del género de
los que reunió el propio Cueva en
el Coro Febeo, donde aparecen algu-
nos sobre esos mismos sucesos his-
toriales.
Ni la contienda de Ayax tiene pre-
cedente alguno en el teatro español
— y así se cuida de contarlo Cue-
va en el Ejemplar poético, hablando
de que
146 Sucesos reales que parecen imaginados:
... era lo que se vsava, sin qu'el robo
de la Spartana Reyna conociesen — .
Ni tiene tampoco antecedente tea-
tral conocido, su Muerte de Virginia.
Es interesante cotejarla con la Vir-
ginia de Alfieri. No es que yo las
compare o relacione esta última, tan
sobria y equilibrada en su neoclasi-
cismo, con la curiosa producción de
Cueva, atropellada unas veces y re-
dundante otras, pero a trozos llena
de vigor y de vida y superior, con
mucho, a cuanto en el género se ha-
bía escrito en español y en italiano
hasta entonces.
Tales elementos clásicos son los
menos bien adaptados a la obra tea-
tral de Cueva. Con más acierto y for-
tuna pone a contribución las viejas
crónicas, y, sobre todo, los romances
legendarios. Ejemplo: La Esloria del
noble cauallero el Conde Fernán Gonzá-
lez — impresa en Toledo en 15 11 —
y el romance Convidárame a comery
Juan de la Cueva. 147
tan explotados en Los siete Infa?ites de
Lar a \
Los precedentes del Reto de Zamo-
ra, están en los varios romances del
Cerco de Za7nora y del Reto de Diego
Ordóuez, y también en la lectura de
las antiguas crónicas. En ocasiones
parafrasea unos y otras. Igual proce-
dimiento sigue — como ya dije — en
las demás de asunto español. El poe-
ta no se detiene a planear la trama
escénica: el concepto de la forma
dramática no existe para él; en cuan-
to al sentido histórico es enteramen-
te popular.
Los personajes no están modifica-
dos ni embellecidos de como la men-
te del pueblo los concebía. Ni se
ajustan tampoco a lo que estimamos
como realidad histórica. Diríase un
relato vulgar recitado por varios cie-
1 Puede verse Menéndez Pidal, «La leyenda de
los Infantes de Larat, Madrid, 1896, págs. 121 y
siguientes.
148 Sucesos reales que parecen imaginados:
gos que se van cediendo la palabra,
si, de tiempo en tiempo, la glosa cas-
tiza de los viejos romances, algunos
rotundos versos o alguna frase vigoro-
sa, engaste de una idea feliz, no se-
ñalaran la evolución del género y re-
dimieran las mal llamadas comedias
de tanto desconcierto y tanto pro-
saísmo.
El contraste de las situaciones que
pretenden ser épicas, con detalles del
más bajo realismo, provoca hoy la
risa. Lo que el Rey Don Sancho ha-
cía al ser traicionado y muerto por
Vellido Dolfos, aunque muy humano,
y contado candorosamente en los ro-
mances del pueblo, no creo que se
haya mencionado en serio en ningu-
na obra literaria. El argumento, no
obstante, dice textualmente:
«... y assi se fué el Rey con él
— Vellido — , y siendo aquexado el
Rey de una necessidad forcosa, de-
xandole su cavallo y vn venablo, se
Juan de la Cueva. 149
apartó, y viendo el traydor de Velli-
do descuydado al Rey, le dio con el
venablo.»
De una frase aislada de Moratín, a
la que cierto vulgarizador mal infor-
mado dio una interpretación y alcan-
ce que no tenía, salió la arbitraria
conseja de que el Leucino del Difa-
mador es el modelo primitivo del Bur-
lador de Sevilla y del Don Juan Te-
norio. Años ha que esta infundada
invención se viene repitiendo, y ame-
naza perpetuarse como verdad reco-
nocida; pero es lo cierto que no hay
en el Difamador un solo rasgo que le
asemeje al Don Juan en ninguna de
sus formas tradicionales. El mismo
nombre de la obra lo dice:
Leucino es un Difamador, y nada
más que un difamador. Es un rico
necio y fanfarrón. Imagina que el di-
nero pone en sus manos las volunta-
des ajenas, sin excepción alguna, y ni
siquiera sabe usar del arma poderosa
150 Sucesos reales que parecen imaginados:
de sus riquezas. Nada logra si no es
el castigo de sus intentos, y no es
Burlador, sino burlado. Por tanto, lo
menos donjuanesco posible. Al antiguo
error se ha añadido recientemente el
de suponer que en la obra de Cueva
se inicia la comedia de capa y espa-
da. El Difamador es una farsa mitoló-
gica, sin época ni ambiente nacional.
Si los glosadores de Moratín hubie-
ran seguido leyendo, aun sin haber
leído la obra de Cueva, habrían visto
que, como el mismo Moratín dice, «la
pieza es toda mitológica, intervinien-
do en ella Némesis, el dios del sueño,
el río Betis, Diana y Venus». Perso-
najes a quienes difícilmente habría
asignado Cueva ya la capa o ya la espa-
da como no fuera en grotesca parodia.
Es de toda evidencia que no min-
tió Lope de Vega cuando dijo de al-
gunas de sus comedias
«... En horas veinticuatro
pasaron de mis manos al teatro.»
Juan de la Cueva. 1 5 1
De otro modo nadie se explicaría
que hubiera escrito las mil ochocien-
tas comedias y los cuatrocientos autos
de que nos habla Montalván, ni la
serie de libros en que abordó todos
los géneros literarios; lo mismo los
pretéritos, de. que fué rezagado culti-
vador, que los entonces novísimos a
que dio forma como precursor afor-
tunado. Pero mientras más se miran
sus comedias, más nos sorprende la
fuerza genial que las creó. No están
mejor compuestas las de otros come-
diógrafos de entonces, cuya produc-
ción fué normal. Las grandezas de
Lope son suyas, y los defectos son,
por lo común, achaques de la pro-
ducción literaria de aquellos tiempos.
El mérito absoluto y humano de
muchas de sus obras teatrales se re-
vela en su constante actualidad. Des-
pojadas en una nueva presentación
escénica de lo circunstancial — esti-
mable todavía en el libro por un pú-
152 Sucesos reales que parecen imaginados :
blico de eruditos — pueden interesar
e interesan y conmueven al común
auditorio, tres siglos después de ima-
ginadas. He ahí la piedra de toque de
su perpetuidad. Xo así el teatro de
Cueva, cuyo valor es histórico: valor
de antigüedad literaria que sólo toma
relieve comparándolo con el arte que
lo precedió y con las formas nuevas
a que dio origen.
Muchas comedias de Lope son
acomodables a la representación es-
cénica actual, y hasta en las que aho-
ra no serían representables, apenas si
el exceso de episodios y la abundan-
cia en los detalles, no siempre nece-
sarios, denuncian la improvisación;
pero las escenas aisladas, las páginas
poéticas, son maravillosas y a menu-
do impecables. Únicamente «el mons-
truo de la naturaleza», como le lla-
maron sus contemporáneos, pudo
concebir y producir de ese modo.
Dentro de las condiciones y exigen-
Juan de la Cueva. 153
cias de su tiempo no es raro que los
sucesos se desenvuelvan lógicamente:
su desarrollo y término nos atraen y
suspenden como lo impensado de la
vida misma. No así en Cueva. La
improvisación es clara y manifiesta
en las escenas mal esbozadas y en el
curso paradojal de las comedias. Si el
auditorio no sabe, ni sospecha ni ima-
gina siquiera lo que va a pasar, es por-
que el autor a su vez ni lo sabe, ni lo
sospecha, ni puede imaginarlo tam-
poco. Los sucesos van saliendo de
su pluma con la inconsciencia y la
rapidez vertiginosa de la pesadilla.
Por si las inverosimilitudes que amon-
tona no son bastantes a desenredar-
los, tiene a prevención todo un mun-
do invisible obediente a sus sortile-
gios. Como en los libros de caballe-
rías, aunque en forma diversa, un
mago, que evocará las furias o los
espíritus diabólicos, tenderá celadas
o librará de ellas, según sean vícti-
154 Sucesos reales que parecen imaginados:
mas o protegidos, a los personajes
de la. fábula.
Es el teatro de Juan de la Cueva
género de transición en el que, per-
sistiendo en parte las formas conoci-
das, se esbozan nuevas maneras lite-
rarias. Cuando Juan de la Cueva quie-
re pasar por humanista, dándonos en
sus comedias este o el otro tipo que
recuerda vagamente los del teatro la-
tino, como el Barandullo del Viejo
Enamorado, por ejemplo, su indepen-
dencia le traiciona. Se esfuerza por
demostrar que no en vano fué discí-
pulo de Mal Lara y de Girón; pero
está más cerca de aquellos maestros
en lo que tuvieron de populares, que
en lo que hubieron de clásicos a la
manera antigua. Por eso los tipos que,
bien o mal, inventa, se apartan de los
conocidos modelos. El Barandullo
que antes cité, no se parece sino muy
de lejos al miles gioriosus. Es el matón
de pega, el falso jaque que vemos des-
Juan de la Cueva. 155
pues muy reproducido en el teatro
andaluz. Dos o tres escenas picares-
cas de la comedia hacen lamentar que
Cueva no cultivara más frecuente-
mente ese género de sátira vivida, y
perdiera el tiempo haciendo interve-
nir en sus comedias a magos y a fu-
rias infernales, trasunto deformado
popularmente de ciertos episodios
fantásticos de las narraciones caba-
llerescas.
En el cultivo de las letras en Se-
villa hay en aquel período una con-
dición digna de observar, y que se
nota también en Valencia, como ciu-
dades puestas por su movimiento y
riqueza en contacto directo con los
grandes centros del Renacimiento
italiano. En las ciudades castellanas,
ya entonces pobres, o a intervalos
empobrecidas, donde la vida corre
monótona entre una esperanza dudo-
sa y un recuerdo triste y sangriento,
arraiga el misticismo, y la poesía, que
156 Sucesos reales que parecen imaginados:
alcanza solemnidad de oración en sus
grandes poetas, tiene serenidad de
rezo hasta en la monotonía de los
mediocres. El sentido del clasicismo
pagano persiste en ellas casi siempre
como manifestación erudita y en su
prístina forma. No así en la vida de
Sevilla y Valencia, entonces tan ri-
cas, tan activas y varias. Los huma-
nistas mismos no ven a los clásicos
sino como realidad viva. El elemento
popular entra en la obra de los maes-
tros y trasciende de igual modo en la
Filosofía Vulgar de Mal Lara que en
los volanderos escritos anónimos. No
existe el dogmatismo. Girón, en el
prólogo que pone a las obras de Cue-
va, dice: «los leyentes... pueden ir es-
cogiendo mientras leen las que más
hacen a su paladar, y dejar las otras
para los que a su elección tienen por
mejores aquellas que otros no esti-
man por buenas, y así no hay duda
sino que hallando cada escritura su
Juan de la Cueva. 157
semejante a quien dar gusto, que
unos y otros hallarán mucho en este
libro de gustar y aprovecharse» '.
Cueva, que desde su niñez tradujo
a los clásicos latinos, y era italiani-
zante fervoroso en su mocedad, pa-
sada ésta, lo fué mucho menos que la
mayoría de sus contemporáneos y de
sus inmediatos sucesores. Mientras
aquéllos iban a Italia, y tomaban del
Renacimiento italiano lo mejor y más
amplio, que estaba en el ambiente y
no en los libros. Cueva pasó a Amé-
rica, lo que, dado su temperamento,
pudo producir y produjo algunos ver-
sos curiosos y valiosos por la verdad
de los elementos históricos en ellos
conservados y poetizados, algo más
que mediocremente, pero restó a su
cultura las enseñanzas que mejor in-
fluyeron en otros ingenios de enton-
ces. Quizá benefició al españolismo
1 Ed. cit. de 1582.
1 5S Sucesos reales que parecen imaginados:
de sus continuadores en menoscabo
de su gloria personal. Cueva siguió
teniendo en su poesía elementos ita-
lianos sacados de los libros; pero
siempre se les sobrepuso su tempe-
ramento, ya no independiente, sino
indómito, falto de esa armónica be-
lleza que la influencia de la Italia am-
biente había dado, y habría de dar
dentro de su personal originalidad,
lo mismo a Juan del Encina que a
tantos otros: desde Cetina a Espinel;
desde Alemán a Quevedo, y sobre
todo al mismo Cervantes.
Lope es una excepción, porque,
sin salir de España — sus dos embar-
ques no fueron sino fugaces escapa-
torias— , en sus varias andanzas y
destierros recogió en sí toda la poe-
sía de su tiempo: lo mismo la de Se-
villa que la de Valencia. Ambas ra-
mas de tradición teatral hallan en él
su perfección y complemento, y en
la gama de su lírica está, con la de
Juan de la Cueva. 1 59
Castilla, la de España entera en sus
varios matices. Fué y es único en su
multiplicidad. Algunos de nuestros
grandes escritores le igualan, y aun
le sobrepujan en la perfección y pro-
fundidad de ciertos géneros poéticos;
pero, en conjunto, su obra formidable
no la mina la astucia experimentada
de Tirso, ni la menoscaba el saber
equilibrado y meticuloso de Alarcón,
ni la ofusca la deslumbradora luz de
Góngora, ni la mella siquiera su sáti-
ra, tan demoledora como el poderoso
ariete del sarcasmo de Quevedo: que-
da inconmovible y sola, si se excep-
túa la obra de Cervantes, espíritu de
elección, que no es de España, sino
de la humanidad. Una de las mayo-
res glorias de Juan de la Cueva es ha-
ber sido el iniciador y en cierto modo
el maestro de Lope. Y ambos fingie-
ron ignorarse, y en sus escritos no se
nombraron jamás.
MATEO ALEMÁN
11
De la edición príncipe del Guzmán de Alfarache.
I.— MATEO ALEMÁN, SU VIDA Y SUS OBRAS:
Desenvolvimiento de la doble personalidad moral y lite-
raria de Mateo Alemán. — El picaro t el filósofo. — Histo-
ria del autor del «Guzmán de Alfarache». — Dónde la
habían dejado los verdaderos biógrafos. — Su viaje a Indias:
EL IMAGINADO Y EL DOCUMENTALMENTE CIERTO. — LOS «Sl"CESOÍ¿>
COMO FUENTE DB NOTICIAS AUTOBIOGRÁFICAS.
II. — ÚLTIMOS ESCRITOS:
Clave de los «Sucesos de fray García Guerra». — El Arzo-
bispo emplazado. — Una conseja conventual. — La verdad
sobre el carácter del Arzobispo-Virrey. — Un protector
funesto.— Las supersticiones y la gratitud de Mateo Ale-
mán.— Los SUCESOS RÍALES que parecen imaginados.
INSTINTO y conciencia; impulso
apasionado y remordimiento re-
flexivo; engaño mañero y confesión
sincera, van del brazo por las páginas
de Mateo Alemán, como van de con-
tinuo por el mundo.
Diríase que en su espíritu dialogan
un filósofo estoico y un hampón des-
enfadado: el mejor de sus libros, el
Guzmán de Alf carache, no es sino un
largo coloquio entre el moralista y
el picaro que Alemán lleva en sí.
Los ardides y trazas del uno comén-
tanse con las moralidades del otro,
y la aspereza y severidad de los con-
1 68 Sucesos reales que parecen imaginados:
sejos filosóficos alégralas y ameníza-
las el relato de las picarescas aven-
turas.
Cierta crítica miope no lo enten-
dió así y aun se atrevió a indicar cor-
tes y supresiones que despojarían al
libro de su carácter peculiar '. En no-
velas como las Ejemplares de Cervan-
tes, donde el ejemplo se desprende
de la narración misma, el autor — no
el editor, a quien jamás han de permi-
tírsele semejantes libertades — pudo
haber suprimido los consejos o mo-
ralejas con que las cierra, y que huel-
gan en ocasiones tanto como en El
Celoso Extremeño. Al fin y al cabo, al
concebirlas, no los consideró necesa-
rios — como se desprende de los bo-
rradores hallados 2 — ; pero en El Pi-
caro los comentarios morales y los
1 Refiérome al prólogo e indicaciones 7/targinales
en la Biblioteca de Rivadeneyra.
2 Los del códice de Porras, publicados por Bosar-
ic y reproducidos en las recientes ediciones criticas.
Mateo Alemán. 169
relatos de los sucesos se entremezclan
de tal modo que al propio Mateo
Alemán le sería imposible disgre-
garlos.
Quien paso a paso siga la historia
del autor del Guzmdn, le verá desen-
volverse en la doble personalidad
reflejada en su libro. A la vez que
se entrega de niño a los precoces
estudios de que se jacta en su Or-
tografía, iniciase en los secretos del
hampa, sirviéndole para el efecto
la gran universidad picaresca de la
Real Cárcel sevillana, de la que Her-
nando Alemán, su padre, era mé-
dico.
Muy mozo aún, en 1564, a los die-
cisiete años de su edad, gradúase de
bachiller en la Universidad de Maese
Rodrigo. Cursa ambas Filosofías, la
maleante y la académica, en su vida
estudiantil, y las practica en su con-
tinuo trasegar por la Península, en
sus largas estancias en Madrid y Se-
170 Sucesos reales que parecen imaginados:
villa, en sus escapatorias a Portugal y
a Italia — viaje este último cuyos de-
talles son ignorados — . Aprende más
de las lacras del alma que de las del
cuerpo en sus cursos incompletos de
Medicina, en Sevilla, Salamanca y Al-
calá. Paga con su desdicha matrimo-
nial una boda concertada en condi-
ciones casi tan poco confesables como
las de El Casamiento Engañoso, que
nos contó Cervantes. Vive al día de
los más inverosímiles y contradicto-
rios negocios y recursos: lo mismo de
vender o discutir ventas de esclavos,
que de administrar bienes de me-
nores; y libre de encarcelamientos,
cuando quizá más los merecía por
ciertos negocios escabrosos, y preso
otras veces, al parecer por ajenas
culpas, vérnosle pasar a las Indias, fin
de su historia, conocida merced a los
datos que reunió Hazañas, acrecentó
Gestoso y renovó y documentó copio-
samente Rodríguez Marín.
Mateo Alemán. 1 7 1
Del trabajo de este último ' decía
Menéndez y Pelayo: «No puedo aña-
dir una sola línea a la resurrección
biográfica que ha hecho del gran no-
velista sevillano». Más afortunado por
esta vez que el eminente polígrafo,
voy a agregar un capítulo, y no de
los menos interesantes, a la vida de
Mateo Alemán. Por algo asegura el
adagio vulgar, para consuelo de igno-
rantes y perezosos, que «todo lo sa-
bemos entre todos».
Dejan ambos escritores al autor del
Guzmán de Alfarache a bordo de la
nao que a Nueva España debía con-
ducirle, y apenas si agrega Rodríguez
Marín: «De la breve estancia y quizá
pronta muerte de Mateo Alemán en
Méjico no sabemos sino lo que se co-
lige de su Ortografía Castellana, que
ahí terminó y publicó en 1609». Y
1 El discurso de recepción en la Real Academia
Española. Respuesta al mismo de Menéndez y Pe-
layo .
172 Sucesos reales qne parecen imaginados:
deduce la «pronta muerte», de aquel
párrafo en que Alemán pide se dis-
culpen las erratas que no pudo corre-
gir por la enfermedad que le aqueja.
Pero es lo cierto que Mateo Alemán
no sólo no murió tan presto, sino que
ese mismo año publicó otro escrito li-
terario, que aquí reproduzco en apén-
dice, y cuatro años más tarde, en 1 6 1 3 ,
dio a las prensas en Méjico dos de sus
últimos escritos ': en ellos da noticia
1 El único ejemplar conocido era propiedad del
P. Andrade, de México, cuando lo insertó trans-
crito en su «Ensayo bibliográfico mexicano del si-
glo XVII*, págs. ¿¡i y siguientes:
«Sucesos de D. Frai ¡ García Gera Arcobispo de
Méjico, a cuyo cargo estuvo el govierno / de la Nue-
va España, j -f- § A Antonio de Solazar Canónigo
de I la Sania Iglesia de Méjico, mayordomo i admi-
nistra I dor jeneral de los diezmos i rentas della. ¡
§ Por el contador Mateo Alemán, criado del rei ¡
nuestro señor. ¡ Con licencia, en México. ¡ § En la
cnprenta de la Viuda de Pedro Ballíj Por P. Adria-
no Cesar, j Año lólj.» En 4° La licencia una foja,
otra el Prologo, el retrato del autor grabado e?i dul-
ce, y debajo impreso: «legendo simulque peragendoi>.
— Igual que el de la Ortografía castellana. — La re-
lación ocupa las fojas I a 21. Sigue después: <iOra-
Mateo Alemán. 173
de su propia vida, a partir, cabal-
mente, del punto en que lo pusieron
a su relato los biógrafos de Alemán.
Exceptúase únicamente entre éstos
don Luis Fernández Guerra, quien
en su A/arcón fantasea el viaje en que
discretamente Rodríguez Marín y Me-
néndez y Pelayo no quisieron em-
barcarse. Para inventarlo, pone Fer-
c ion fúnebre del Con \ ¿ador Mateo Alemán criado
del rei nuestro se / ñor a la muerte de D. Frai Gar-
da Gera arco ¡ bispo ae Méjico, virei governador i
gapitan je ¡ fie ral de la Nueva España &".» Que
acaba en el folio 33.
Sabido es que Alemán inventó una ortografía es-
pecial para su uso, en la que introdujo letras que no
existen en la usual antigua ni moderna. La «g» siem-
pre tiene sonido suave y la «j» fuerte; la «r» tiene
asimismo sonido fuerte, sin necesidad de duplicarla,
pues usaba un signo especial para indicar el sonido
suave. Con este sistema imprimió su «Ortografía
Castellana» en 160Q, y a él pretendió atenerse e?t la
impresión de estas dos últimas obras, que como la
«Ortografía* salieron de las prensas de Balli. Las
tratiscripciones que hacemos en el cuerpo del libro
son, respecto a algunas letras, sólo aproximadas, pues
carecemos de los caracteres inventados por Alemán.
En lo citado en alguna nota usamos para mayor fa-
cilidad la ortografía moderna.
174 Sucesos reales que parecen imaginados:
nández Guerra a contribución las
Relaciones de Cabrera de Córdoba,
los Apuntamientos relativos a la Mari-
na española que posee el Depósito
Hidrográfico de Madrid; las descrip-
ciones insertas en el Semejante a sí
mismo de Alarcón; fechas y frases de
la Ortografía Castellana de Alemán; la
Historia de ¿as Indias de Fernández
Oviedo; la del Padre Acosta, el viaje
de Humboldt, y hasta un Extracto de
autos y diligencias de reconocimiento de
los ríos, lagunas, vertientes y desagües de
¿a capital de México y de su valle, de los
caminos para su comunicación, etc.
Y con todos esos elementos, y al-
gunos más que me callo, al servicio
de su saber y su laboriosidad, no
acierta en una sola palabra de cuanto
escribe sobre ese viaje, demostrando
así palmariamente lo inútil y peli-
groso de tal género de suposiciones
literarias.
* * *
Mateo Alemán. 175
Achaque fué de antiguo en las le-
tras castellanas — quizá como protes-
ta contra los libros de soporífera y
farragosa erudición que abundan en
ellas — que se escribieran historias
seminovelescas de la vida de nuestros
mejores ingenios. Más útiles son éstas
ciertamente que las otras, donde ape-
nas si algún trapero literario podría
encontrar, escarbando, fechas o citas:
promueven, al menos, entre los que
se interesan en esos asuntos, el de-
seo de saber dónde empieza en ellas
lo fingido; pero, de todos modos, es
lamentable que quienes estuvieron
preparados para hacer obra sólida y
verdadera, y no por serlo reñida con
la amenidad, hayan malgastado cien-
cia y labor en semejantes artificios,
que cualquiera circunstancia fortuita
viene a desvanecer.
Quién había de decir a don Luis
Fernández Guerra, cuando con tanto
trabajo y nutrida documentación for-
176 Sucesos reales que parecen imaginados:
jaba el viaje de Alemán a México,
que el propio autor de El Picaro ha-
bía de reeducarle al detalle, y del
principio al fin. Afirma, como si le
hubiera visto partir de Sevilla, que
los pasajeros partieron el lunes 31
de Marzo; detuviéronse en Sanlúcar,
< por ser contrario el viento; ... jueves
3 de Abril, llegaron a Cádiz, haciendo
parada allí de treinta y seis horas», y
sigue inventando pormenores hasta
decir cuándo, según su leal saber y
entender, «vieron levantarse poco a
poco el castillo de San Juan de Ulúa».
Alemán, que debía estar mejor en-
terado de cómo se hizo el viaje, lo
comienza así:
«Aviendose hecho a la vela en la
baia de Cádiz, el señor arzobispo
de Méjico don frai García Gera, Iue-
ves 12 de Junio de 608, en conserva
de 62 naves, de que vino por jeneral
don Lope Diez de Almendariz, con
favorables tienpos y vientos, llegaron
Mateo Alemán. 177
a surjir en el puerto de san luán de
Vlua, Martes en la tarde, 19 de Agos-
to del dicho año, donde se ospedó su
señoría, en el convento de santo Do-
mingo de la Nueva Vera Cruz.»
Porque ha de tenerse en cuenta
— aunque a la erudición de todos los
biógrafos se haya escapado la impor-
tante noticia — que en la flota que a
Nueva España conducía a Alemán y
a Alarcón iba nada menos que el ar-
zobispo fray García Guerra, protec-
tor de ambos. No es aventurado su-
poner, ya que Alarcón, para no pa-
gar el pasaje, había tratado antes de
pasar a las Indias como servidor de
otro obispo, que esta vez lo consi-
guiera, así como Alemán: para ello
estaban ya preparados con el acuerdo
previo de sus pases respectivos \ Lo
cierto es que hallamos a Alemán en
1 Notas del * Alarcón» de Fernández Guerra y
documentos descubiertos por Rodríguez Marín y pu-
blicados en la revista «Unión Ibero-ame rioana» .
178 Sucesos reales que parecen imaginados:
México al servicio inmediato y cons-
tante del arzobispo, y hasta asistien-
do a la autopsia del cadáver del pre-
lado, y que Alarcón, al doctorarse, se
declara públicamente protegido de
fray García Guerra.
Dos eran los caminos que para ir
de Veracruz a México seguíanse co-
múnmente entonces. Por más trilla-
do, escoge Fernández Guerra el que,
pasando por Puebla y Ameca, había
de llevarles a la metrópoli del virrei-
nato, y cree acertar. En efecto, lo
probable era que lo hiciesen así via-
jeros vulgares; pero no lo eran el
nuevo arzobispo de México y sus
acompañantes: hubo de recibírseles
con públicos festejos ', y recorrieron
camino diferente.
1 «... camino adelante — dice Alemán — y por todo
él, así en poblado como fuera, desde la 1 'eracruz a
México, tenían los naturales de la tierra hechos ar-
cos triunfales a la usanza suya, no a tiro de arcabuz
los unos de los otros, y en todos muchas trompetas y
Mateo Alemán. 1 79
Larga lista de nombres va ensar-
tando Fernández Guerra, y ameniza
el cuento a su guisa con descripcio-
nes de pueblos, ciudades y parajes,
sin dar con uno solo de los que en
realidad tocaron. Nos cuenta, por
ejemplo, que llegando a Puebla «visi-
taron la muy adelantada y magnífica
obra del templo catedral de los Án
geles», y añade después: «no habían
pensado nunca los nuestros alargarse
a visitar los campos de Tlaxcala».
Alemán dice cabalmente lo contrario:
«que no venía su S. por la Puebla, i
despachó de alli vn criado a don
Tristan de Luna i Arellano, governa-
dor de Tlaxcala, le avisase por donde
iva, y respondióle que aquella noche
dormiría en Apa....»
La realidad supera casi siempre a
lo imaginado. Sólo la Naturaleza crea
mtnestrilts, demás de los mitotes varios con que le
salían a cada paso, que son ciertas danzas de que
usan en sus fiestas.
1 8o Sucesos reales que parecen imaginados :
ordenadamente. La imaginación más
rica y fecunda no forma con los ele-
mentos naturales sino monstruos:
apenas si ha inventado vestiglos, dra-
gones y ángeles, dando garras a las
serpientes, y alas a las fieras y a los
hombres. La modesta y ordenada in-
ventiva de Fernández Guerra queda
muy por lo bajo de la verdad al fan-
tasear el viaje de Alemán a México.
Lo imaginó como hubiera ido uno de
sus pacíficos amigos, futuro académi-
co entonces, don Miguel Colmeiro,
por ejemplo; admirando y clasifican-
do la flora y la fauna, que fantástica-
mente reunía Fernández Guerra en
el papel, sacándola de los libros. No
supuso las sorpresas que las tierras
nuevas reservaban al viajero, abisma-
do por los terrores de lo sobrenatu-
ral, a que su espíritu supersticioso
era dado. Mucho había visto Alemán
en su asendereada vida; pero reser-
vábale América ver obscurecerse el
Mateo Alemán. 181
sol y brillar las estrellas en pleno día,
y abrirse y eneresparse la tierra como
si fuera mar, hundiendo edificios y
sepultando gentes; y, sobre todo, sen-
tirse de cerca perseguido por los ma-
leficios que agobiaban al que había
tomado por apoyo y protector.
Un implacable sino acompañó a
fray García Guerra desde su des-
embarco en Nueva España. No hubo
ceremonia o público regocijo, cele-
brado en su honor, que no deslucie-
ran presagios o enlutaran muertes y
desastres. En el primer festejo, orga-
nizado por juglares del país, caen és-
tos y hácense pedazos a sus pies. No-
ticioso de su llegada, sale a su en-
cuentro el marqués de Salinas, virrey
entonces, y en terreno poco difícil
vuelca la carroza que conducía a am-
bos; llega a México, y a su paso hún-
dese el tablado dispuesto para reci-
birle, ocasionando heridas y muertes.
Sale de una fiesta y desbócanse el
1S2 Sucesos reales que parecen imaginados:
tiro de su propio coche: despavorido,
arrójase al suelo, y es recogido mal-
trecho. Un eclipse total de sol anun-
cia su muerte, según los que «presu-
mieron saber juzgar de sus efectos»,
y como al par que perseguíanle esos
desastres, que parecen obra de he-
chicería, el Rey de España le abru-
maba con sus favores, hácele virrey;
pero el día en que celebra haber re-
unido los dos cargos, un tremento te-
rremoto sacude la ciudad. Sobrepo-
niéndose al pavor, y para tranquilizar
al pueblo, pasado el temblor de tie-
rra, dispone el Arzobispo-virrey que
los festejos anunciados comiencen;
pero no bien aparece el cortejo, y a
la cabeza de él un su próximo pa-
riente, repítese el fenómeno, de-
rrúmbanse edificios, y el Arzobis-
po-virrey se retira presa de súbita
fiebre que en breves días llévale al
sepulcro.
Hay en las páginas que desentie-
Mateo Alemán. 183
rru ' y de donde extraigo estas noti-
cias, además del interés autobiográ-
fico — bastante para hacerlas en alto
grado valiosas — , algún trozo de na-
rración que, rompiendo con el estilo
usual en tales escritos, no desdice
entre los mejores. La importancia del
relato de los Sucesos no llega a la de la
Oración fúnebre. Frecuentes incorrec-
ciones de escritura o de copia de-
1 Al escribir la parle de este capitulo anticipada
anos ha en la prensa, no existía más reproducción
del único ejemplar conocido entonces, que la inserta
por el P. Andrade en su «bibliografía», donde había
pasado inadvertida del propio Menéndez y Pelayo, a
quien la hice conocer cuando preparaba la reimpre-
sión de los prólogos de su «Antologr'a de poetas
hispano-americanos». Enfermo ya grazne mente, y dis-
persa su actividad en sinmlmero de trabajos que
trataba de corregir o terminar, hojeó sólo estos es-
critos de Alemán, e ignorando los antecedentes no se
dio cuenta de su importancia, calificándolos ele «-te-
jido de lugares comunes». — «Historia de la poesía
hispano-americana» , t. I, pág. JÓ. — Con posterio-
ridad los «Sucesos* y la «Oración» han sido repro-
ducidos cuidadosamente en la «Revue Ilispanique»,
sin referirlos tampoco a los asuntos qut aquí se
tratan.
184 Sucesos reales que parecen imaginados:
muestran en éste que los males de
que hablaba Alemán años antes de-
bieron ir en aumento y tocaban a su
fin. De otro modo, se habría cuidado
de corregir, no ya las erratas, sino los
errores que dan al discurso el aspecto
de apunte informe. Pero, a veces, en
su depurado laconismo de expresión
y de concepto, condénese extraña y
honda belleza ascética.
«Es la muerte — dice Alemán — fe-
necimiento de cuentas viejas muy
marañadas. Mandamiento de soltura
para salir el alma de la prisión del
cuerpo. Fin de penoso cautiverio.
Consumación de trabajos. Puerto que
tras la tormenta se descubre. Peregri-
nación fenecida. Pesada carga quita-
da de los onbros. Huida del edificio
que se viene a el suelo. Apearse de
un cavallo furioso, desenfrenado i
loco. Terminación de pasiones i en-
fermedades. Evasión de cuidados i
peligros. Consumación de males.
A falco Alemán. 185
Chancelación de obligaciones devi-
das a la naturaleza. Dichosa llegada
que hizimos a nuestra casa. Descanso
i bienaventuranza en vida eterna.»
Y todo en estos renglones tiene
clave rigurosamente autobiográfica.
Recuérdese de qué manera liquidó
Alemán sus bienes antes de dejar Se-
villa, cediendo unos y entregando
otros al primer venido, como quien
no pudiendo desatar lazos, los corta.
Recuérdense también sus varios en-
carcelamientos, su penoso viaje a In-
dias, viejo y pobre, y, por último, la
muerte de su protector y amigo, y
las catástrofes que acababa de pre-
senciar. Son, pues, estas líneas con-
fesión escrita, conciencia transpa-
rente, estado de alma revelado en
frases entrecortadas: severa y solem-
ne última palabra.
Consecuente con su arisca recti-
tud, y apartándose de la costumbre,
no elogia Alemán al procer que llega
1 86 Sucesos reales que parecen imaginados .
y del que podrá obtener recompensa
inmediata y medros posteriores; sino
alaba al que se fué, y para siempre.
No espera ni reclama; devuelve y
restituye en la única moneda de que
dispone: paga una deuda de gratitud.
El picaro que hubo en Alemán ha-
bía quedado en Sevilla, y sólo pasó
a la Nueva España el amargo filósofo
cuya misantropía, los años, enferme-
dades y desencantos acentúan más y
más. Si Rodríguez Marín resucitó al
maleante escritor, si Menéndez y Pe-
layo, sobria y justamente, trazó de
cuerpo entero la figura moral del no-
velista filósofo, yo he querido mol-
dear piadosamente una mascarilla so-
bre el rostro del muerto. Quizá por
ser directa, lleve — como alguna de
sus similares — entre el yeso que tocó
las facciones al modelarlas, algunas
canas de la frente, y bien marcado
en las comisuras de la boca, el rictus
del postrer dolor.
II
LOS Sucesos y la Oración tienen den-
tro de su valor autobiográfico una
clave de origen: vienen a ser una justa
reivindicación del verdadero carácter
de fray García Guerra. Poco después
de su muerte corrió muy válida una
conseja sobre los motivos y circuns-
tancias que la rodearon: conseja que
más tarde tomó cuerpo en cierta cró-
nica conventual, de donde un curio-
so de nuestras antigüedades la repro-
dujo en tiempos modernos sin rela-
cionarla con la obra de Alemán \ La
1 E. Sosa: «Episcopado mexicano-», pág. 45 y
apéndice E.
1 88 Sucesos reales que parecen imaginados:
dicha leyenda menoscababa la buena
memoria del prelado, y había que
combatirla con la historia verdadera.
El escrito de Alemán es, por lo
tanto, como ya indiqué, tributo de
gratitud al par que acto de justi-
cia. Poco importaba que el único
protector que le había deparado la
suerte pareciera llevar consigo un
tremendo maleficio para él y para
cuantos le rodeaban. Alemán, que
creía en presagios y agüeros — como
lo demuestran los mismos Sucesos — ,
se sobrepuso a su propia superstición,
y no sólo acompañó al Arzobispo-vi-
rrey en los últimos y extraños casos
de su vida, sino que no le abandonó
después de muerto. Sacando ánimo
de su dolor presenció cómo los mé-
dicos < le abrieron la cabeza y cerra-
ron el casco a la redonda», y vio
arrancar, asombrado de su grandor,
aquel poderoso cerebro, cuyo entie-
rro en la iglesia Sagrario alumbró él
Mateo Alemán. 189
mismo con un hacha de cera blanca,
ya entrada la noche. Cumplido el
triste deber con aquellos despojos
mortales, no quiso abandonar, lo que
del espíritu quedaba en la fama, al
descrédito de la desfavorable patra-
ña, y de ahí que escribiera su Oración
y Sucesos, que, dados los anteceden-
tes, no se pueden confundir con las
frías e insípidas Re¿acio?ies que, a cam-
bio de unas monedas, se encargaban
a los cronistas para favorecerlos.
Cuentan las crónicas referentes a
la fundación del convento de Santa
Teresa de México que sor Inés y
sor María de la Encarnación — dos
religiosas de Jesús María, asiduas
lectoras de la Santa de Ávila — tu-
vieron la idea de instituir un Mo-
nasterio de Teresas en la capital del
Virreinato. Añaden que vino en su
auxilio un don Juan Luis de Rivera,
pues dejó en su testamento suma
suficiente para la obra material y bie-
190 Sucesos reales que parecen imaginados:
nes bastantes para la dotación de
la «Santa Casa», y que, a fin de fa-
cilitar sus propósitos, nombró alba-
cea testamentario al Arzobispo de
México. Éralo entonces el predece-
sor de fray García Guerra, quien,
fuera por lo que fuese, no hizo nada
en ese sentido. Quejosas sor Inés y
sor Mariana, hubieron de manifes-
tarlo a fray García Guerra cuando
tomó posesión de la mitra, y éste no
sólo las oyó bondadoso, sino que
prometió ayudarlas en cuanto estu-
viera de su parte, y frecuentó des-
pués su trato. Las crónicas añaden
que las monjas, para atraerle, ameni-
zaban las visitas haciéndole oir al ór-
gano la música sagrada en que se
complacía el prelado, y de la cual
una de ellas era famosa ejecutante.
En cierta ocasión, después de ente-
rarlas de los entorpecimientos y trá-
mites por resolver, de que ellas no
querían darse cuenta, terminó dicién-
Mateo Alemán. 191
doles que únicamente siendo a la vez
Arzobispo y Virrey podría allanarlos
del modo que pretendían. A lo que
replicaron las religiosas, simplemen-
te, que si era necesario que fuese
Virrey, lo sería. Y desde entonces
juntaron en sus oraciones al ruego
por la fundación del convento, y
como medio de lograrla, que llegara
a ser Virrey el señor Arzobispo.
Si fray García Guerra — según las
noticias de Mateo Alemán en los Su-
cesos— quedó sorprendido al recibir
las cartas reales en que se le confia-
ba el Gobierno de la Nueva España
como Virrey, promovido que fuera el
marqués de Salinas de la presidencia
del Consejo de Indias, no así las mon-
jas, que decían haber sabido de an-
temano que iba a nombrársele, pues
tenían fe ciega en alcanzarlo para sus
fines. Así es que, no bien llegada la
noticia, reclamaban, como libranza
vencida, el cumplimiento inmediato
192 Sucesos reales que parecen imaginados:
de la promesa. En su ingenua fe,
creían firmemente que Dios había he-
cho Virrey a fray García Guerra sólo
con el objeto de que la fundación
del convento se realizara sin demora.
Ni aceptaban ni comprendían que
el Arzobispo-virrey resolviera otros
asuntos antes de aquel para que, se-
gún ellas, había sido elevado a su
nuevo puesto, ni que ajustándose a
los usos de la corte virreinal se po-
sesionara del cargo en que represen-
taba al Rey con el ceremonial de cos-
tumbre, ni que se celebraran públi-
cos festejos. Indignábales que quien
a su llegada a la ciudad el 29 de sep-
tiembre de 1608, teniendo en cuen-
ta la Orden a que pertenecía, quiso
entrar a pie y descalzo — aunque los
caballeros que le esperaban le obli-
garon a hacerlo bajo palio — , se hu-
biera deslumbrado de tal modo con
las vanidades del mundo que antes
de tres años — el 19 de junio de
Mateo Alonan. 193
1 6 1 i — hiciera una entrada ficticia
desde el monasterio de frailes fran-
ciscos de Santiago «dentro de la ciu-
dad, aunque lejos del comercio», en
aquel caballo del que dice Alemán
'<era de color sabino, de mucha per-
sona, gallardas obras y grande man-
sedumbre, y el mejor que se halló en
esta tierra para el propósito», y que
se rodeara de la pompa y el boato
que al detalle describe el propio Ale-
mán en los dichos Sucesos. Pero lo que
ya las obligó a dejar toda mesura, a
increpar al Arzobispo, y aun a empla-
zarlo, fueron las disposiciones y acuer-
dos relativos a las fiestas de toros en
la plaza del palacio virreinal.
El cronista de Nuestra Señora del
Carmen de ¿a primitiva observancia re-
lata lo acaecido del siguiente modo ':
1 «Reformas de los descalzos de Nuestra Señora
del Carmen de la primitiva observancia», lomo IV,
capitulo XXV. Lo transcribe Sosa en el «Episco-
pado Mexicano».
13
194 Sucesos rea/es que parecen imaginados:
«La Madre Inés, que vía, no sólo malo-
grado su empeño, sino convertido en pro-
fano exercicio, sentía más esto que lo pri-
mero; porque el Viernes, en que se re-
cuerda la Pasión de Christo, no debiera vn
Príncipe Eclesiástico, cuyo estado es de per-
fectos, dedicarse a fomentar semejantes
exercicios. Como vno y otro le comiesse el
corazón, le escribió un papel al Virrey Ar-
gobispo, en que le pedía mudasse el decre-
to de los toros, y no olvidasse el prometido
en orden al nuevo Convento; pues estaba en
su poder el testamento de Jvan Luis, y le
estaba exemtado el beneficio que le había
hecho Dios, cumpliéndole el deseo de entrar
en el Virreynato. Nada apreció el Argobis-
po; porque el humano embeleso le cerraba
los sentidos, y anegado de la humana fortu-
na, no dava lvgar a la luz del desengaño.
Dios, que estava a la vista de todo, y mira-
va por el crédito de su esposa, entró su pe-
sada mano en esta forma. El Viernes si-
guiente al recibo del papel, estando ya para
correrse los toros, huvo vn temblor de tie-
rra, que atemorizó a la Ciudad, y se dexó el
juego por aquella tarde. Como en Indias son
más freqüentes estos vayvenes que en Espa-
paña, se atribuyó a casualidad, y se dispu-
Mateo Alemán. 195
sieron toros para el Viernes siguiente. Guan-
do ya estaban en los tablados, y el primer
toro para salir, bolvió la tierra a temblar tan
desusadamente que derribó los tablados,
muchas casas y azoteas, y sobre el balcón
del Virrey cayeron tantas piedras, que se
tuvo a milagro no le quitaran la vida, aun-
que la perdieron muchos de los de la Plaza,
ya oprimidos, ya ahogados. Todavía el Vi-
rrey no entendía el motivo de aquellas ame-
nazas, y assí no revocava su decreto; con
que prosiguió Dios el suyo, que se revocara,
dize San Agustín, si enmendaran los hom-
bres sus extravíos.
»La semana siguiente antes del Viernes
salió el Virrey en su coche para ir a las Re-
coghidas, y donde no pudo imaginarse se
boleó el coche, y recibió el Virrey tanto
riesgo de su salud, que lo desperanzaron los
Médicos de vivir. Este golpe lo dispertó, no
sé si tarde, y empezó a preguntar por la
Monja que le escribió el papel. Dixéronle
que era Santa, y le embió a pedir le alcan-
zasse de Dios vida para enmendar sus ye-
rros, y labrar el Convento. A esto le res-
pondió la Sierva de Dios, que se dispussiese
para morir bien, y diesse gracia a su Mages-
tad de la piedad con que le avía castigado,
196 Sucesos reales que parecen imaginados:
pues se podía quedar toda su pena en el
temporal fuero. A esta respuesta acompaña-
ron contra el Arzobispo nuevos accidentes
con que trató de disponerse para la última
hora, y con muchas señas de arrepentido
dexó con la vida la Mitra y el Virreynato,
dexándonos este inmortal escarmiento.»
Con estos antecedentes se com-
prenderá la importancia de que al-
guien que hubiera visto de cerca y
en lo íntimo las virtudes apostólicas
del difunto prelado — como Alemán
tuvo ocasión de verlas — refutara la
tal leyenda, no por ingenua menos
difamatoria y a la cual su fondo mi-
lagrero debía dar arraigo en la mente
popular. De ahí que, sin mencionarla
siquiera, trate Alemán de desvirtuarla
punto por punto, cuando aún no se
había externado por escrito y corría
de boca en boca por los refectorios
de los conventos, los mentideros de
los atrios y las antesalas de los pala-
cios virreinal y arzobispal. De ahí que
Mateo Alemán. 197
refiera en su escrito de qué modo,
lejos de ensoberbecerse, al recibir la
noticia de su nombramiento de virrey
pidió al cielo «le comunicase su espí-
ritu para que siempre acertase a ser-
virle gobernando su pueblo en paz y
justicia '; cómo rehusó los tratamien-
tos 2 y dio audiencia a cuantos quie-
sieron llegar a hablarle 3; y si acce-
1 «Y en el punto, mandó poner su carroza y en-
trando en ella con el padre presentado Fray Antonio
de Olea confesor suyo; a todo paso, se hizo llevar a
Guadalupe] do?ide, postrado en el suelo, ante aquella
milagrosa y devotísima imagen de Nuestra Señora,
sus ojos hechos fuentes de lágrimas, le pidió con ellas
y con sollozos del alma, intercediese ante la Divina
Majestad, su precioso hijo le comunicase su espíritu,
para que siempre acertase a servirle, gobernando su
pueblo en paz y justicia.-»
2 «Si alguno le quisiese llamar Señoría Ilusivísi-
ma, lo pudiese hacer por su voluntad o gusto; empero
Excelencia no, por algún modo, porque le pesaría mu-
cho dello.¡>
3 «Dio audiencia pública en su antecámara, a
cuantos quisieron a hablarle; y aunque, luego el día
siguiente se sintió con un poco de calentura, y fué ne-
cesaria sangría, no por eso dejó de continuar las au-
diencias los días que pudo, animando y consolando a
todos con buenas palabras y esperanzas.»
1 98 Sucesos reales que parecen imaginados:
dio a que se celebraran aquellos fes-
tejos, fué porque eran de menos con-
sideración y costa de los que le te-
nían preparados '».
El relato que, completándose, vie-
nen a hacer los Sucesos y la Oración,
tiene no obstante su parte sobrena-
tural, pero muy diversa. El autor no
1 «.Pareciéndolc a Su Señoría Ilustrisima que la
ciudad estaba un poco estrecha con grandes gastos que
se le hablan ofrecido los días antes, y que las dos
fiestas que se ofrecían de presente le serían en mucha
consideración y costa, demás que a su hábito no era
tan decente salir en público; tomó por acuerdo que
para este día se corriesen toros en el mismo lugar y
se jugasen alcancías, con la cual se cumpliese con am-
bas obligaciones. //izóse con mucho regocijo, aunque
lodo fué bien menester para los ánimos afligidos del
temblor de aquella madrugada, y queriendo los caba-
lleros hacer carrera la comenzó don Andrés Guerra,
sobrino de Su Señoría Ilustrisima y capitán de su
guarda: y habiéndola pascado, cuando quiso revolver
el caballo — fué cosa de gran admiración — co/neuzó a
temblar otra vez la tierra fuertemente... Quisiera Su
Señoría Ilustrisima retirarse luego, y dejar las fes-
tas, no lo hizo, por no mostrar flaqueza de ánimo, y
porque ya cerraba el día; de allí a poco se levantó y
fué a su aposento. Esa noche la pasó con micc has con-
gojas. -
Mateo Alemán. 199
oculta el extraño maleficio — al que
antes me referí — que parecía perse-
guir al Obispo y a los que, siquiera
pasajeramente, estaban en su con-
atcto.
Cuenta del virrey, cuando sale
a recibirle: «Posaron juntos — el
arzobispo y el virrey — , dándole su
excelencia sus aposentos, i des-
pués de aver comido salieron a ver
las lumbreras del desagüe: i en un
paso no dificultoso, por donde mu-
chas vezes avia pasado la carroga,
sin algún inconveniente ni causa de
peligro, se trastorno con anbos, aun-
que no recibieron daño de considera-
ción. »
Del público que aguarda la lle-
gada del Arzobispo, refiere: «... los
cavalleros rejidores... lo vinieron
acompañando hasta la entrada de la
calle de santo Domingo; adonde
avia hecho un tablado para su recebi-
miento. Llegaron el deán i cabildo
200 Sucesos reales que parecen imaginados
de la santa Iglesia, i en subiendo
su S. encima, se hundió i cayo en el
suelo, matando un indio que cojio
debajo».
De los juglares que ejecutan a su
paso volatines, añade: «Tenian los
naturales en aquella placa delante de
Santiago, hecho un artificio para bo-
tar, desde lo más alto de un pino a el
suelo, i a el tienpo que su exc. paso
en su caroca, cayo uno de ellos i se
hizo pedazos.»
De lo sucedido con la carroza que
debe conducirlo, escribe: «ya cerca
de su posada se alborotaron las mu-
las que no estaban bien domadas en
rodar la carroca, i dieron a correr con
ella desbocadamente, sin poder co-
rrejirlas el cochero, ni detenerlas mu-
cha jente que se les puso delante. Pa-
recióle a su S. que su persona corría
riego, i temiendo mayor daño, elijio
por el menor, saltar en el suelo, por
uno de los estrivos; empero, no lo
Maleo Alemán. 201
pudo hazer tan francamente, que no
cayese, i recibiese pesadumbre con el
golpe que dio en el suelo con todo el
cuerpo, quedando algo sentido. Des-
te achaque, quisieron después tomar-
lo algunos, para dar principio a sus
indispusiciones».
La noticia del eclipse que, según
Alemán, anunciaba el fallecimiento
del Arzobispo, la consigna de este
modo: «Viernes, diez de Iunio si-
giente; uvo en estas partes un eclip-
se de sol, el mayor que se a visto
en ellas en tienpos nuestros: i los
que algo presumieron saber juzgar
de sus efectos, dijeron. Aver comen-
gado su primera duración, a la una
i treinta i ocho minutos después de
medio dia; i el fin, a las tres en
punto, en diez i ocho grados i treinta
i cinco minutos de jeminis; el cual,
entre otras cosas mostrava (según su
significador que fue Mercurio) muer-
te de algún principe, i que por ser
202 Sucesos reales que parecen imaginados :
en Méjico, en casa de la relijion, i
salir eclipsándose de la decima casa,
que es de los oficios y dignidades,
prometia muerte de principe de la
Iglesia constituido en dignidad se-
cular».
Del temblor de tierra que coinci-
de con las solemnidades de la toma
de posesión del virreinato, asienta:
«Viernes veinte i seis de Agosto del
dicho año de seiscientos i onze, seria
como entre las dos i las tres de la
madrugada, uvo en esta ciudad i su
comarca, el mayor temblor de tierra
de que se acordaron los más antiguos
della, cayeron muchos edificios, peli-
graron i murieron muchas personas
cojiendolos debajo; de manera se sin-
tió, que andavan después los hom-
bres, como asombrados, i en muchos
dias no se trato de otra cosa. Esto
sucedió en los primeros dias del go-
vierno de Su Ilustrísima».
Y, por último, del cumplimiento de
Maleo Alonan. 203
la terrible predicción de su falleci-
miento:
«Farsa es la vida del hombre — es-
cribe— ', teatro es el mundo a donde
representamos todos. El autor y se-
ñor dellá reparte los papeles acomo-
dados a cada uno, como sabidor de
las cosas todas, en la manera que más
nos ajustan y convienen, sin faltar un
punto en algo de lo que no nos es
importante, para que no se yerre la
farsa. Encomendóle dos figuras a
nuestro príncipe, las más importantes
y graves della. Decoró sus papeles
y representólos con santísimo celo,
mansedumbre, amor, gravedad, rec-
titud y prudencia, como buen repre-
sentante, sin que se le notase falta,
fueron los dichos de sus figuras bre-
1 Prescindo por esta vez de la peculiar ortografía
de Alemán, que he usado al insertar sus noticias pu-
ramente informativas, porque el lector no habituado
a aquélla no gustaría quizá fácilmente de la belleza
de ese trozo literario.
204 laginados:
ves y representólas presto, en abrir y
cerrar los ojos. Entró en el vistua-
río de la muerte, desnudóse los ador-
- y ropajes de tanta curiosidad y
misterios, convenientes a sus figu-
a tomar el vestido, de su
misma naturaleza, gusan
nada...
Más cómodo habría sido para Ale
man, y desde luego más fructuoso,
sumarse a los detractores del mu<
re ellos habrían de contarse, muy
I -ablemente, aquellos que le suce-
dieron en el gobierno del virreinato
y de la mitra; que es achaque común
en los que reemplazan o substituyen
sentirse o querer aparecer me-
que quienes les precedieron. No
auxilió Alemán esta maniobra; por
el contrario, dice que al considerar
que como el cuerpo se iba helando
hacían lo mismo las más fervor
jasd los — que en vida — le adu-
laban : y. nas es iba en el sepul-
Mateo Alemán. 205
ero, cuando lo cubrieron de olvido,
se obligó a desenterrarlo», y por eso
dedica su discurso a un amigo inva-
riable que, «como testigo de vista
fidedigno, podrá deponer en todo
lugar y tiempo de la legalidad con
que va escrito».
El relato de Alemán y el que viene
a rebatir son galerías de pinturas co-
piadas directamente de aquella vida
colonial del México de entonces: en
ellas alternan la ingenuidad, devo-
ción y malicia de las crónicas con-
ventuales, con el saber austero y la
rectitud bondadosa del prelado que
Alemán retrata; y contrastan, la ale-
gría turbulenta de los festejos públi-
cos en la ciudad de costumbres re-
posadas y tristes, con los fenómenos
de la naturaleza y con las catástrofes
que los interrumpen o cortan. El
escepticismo y la misantropía hicie-
ron que Alemán se precaviera de
las mentiras de los hombres, no del
2o6 Sucesos reales que parecen imaginados:
mentir de las estrellas: ¿y cómo iba
a dudar de aquellos augurios?: al ver-
los cumplidos, convertíanse en su-
cesos reales los que parecen imagi-
nados.
OTRAS NOTICIAS, ESCRI-
TOS Y DOCUMENTOS DE
CETINA, CUEVA Y ALEMÁN
I. — PROCESO DEL HERIDOR DE CETINA:
Actores, cómplices, testicos t jueces. — Confesiones y de-
claraciones de Cetina, de Leonor de Osma, de Hernando
de Nava, de Jerónimo Benavides, de Vázquez y otros. —
Actuaciones y sentencia.
II. —JUAN DE LA CUEVA, Y CERVANTES:
Cueva y Lope; Cueva y Cervantes. — Silencio de Cueva
sobre ambos. — correspóndei.o lope. — las alabanzas de
Cervantes a Juan de la Cueva, y sus sátdus contra «Los
siete Infantes de Lara» y «Los Inventores de las Cosas».
III. — ALEMÁN Y BELMONTE BERMÚDEZ:
Unas páginas desconocidas de Mateo Alemán.
•4
LAS noticias de por qué estaba
Cetina en Puebla de los Ánge-
les; de cómo fué herido por Hernan-
do de Nava, y de todos los incidentes
a que dio lugar la captura y castigo
de éste, se desprenderán del traslado
que vamos a hacer de las principales
constancias del proceso. No es preci-
so, por lo tanto, hacerlas preceder de
un resumen datallado en puntos que
vendría a repetir innecesariamente.
Conviene sí determinar de antemano
cómo se presentan en las voluminosas
actuaciones los diversos personajes
que intervienen en los sucesos.
2i2 Sucesos reales que parecen imaginados:
Aparece Gutierre de Cetina, dig-
no en todo de su fama caballeresca:
herido traidoramente, comienza por
advertir — al tomársele juramento de
decir verdad a lo que va a preguntár-
sele — que no dirá nada contrario a
su honor, y termina confesando que
aunque supiera quién le había herido
no lo revelaría, ni habrá de quere-
llarse.
Contrasta la gallardía de esta noble
figura con la bajeza o mezquindad de
las que la rodean, comenzando por la
de su heridor, mozo perverso que
valiéndose del poderío que tuvo su
padre, el conquistador — y que ha
conservado su madre, cacique con
faldas, apodada la Rascona — , aterro-
riza a Puebla de los Ángeles.
Viste cota de malla y usa mando-
ble hasta cuando asalta en la oscuri-
dad y por la espalda o apuñalea a
través de las rejas. Se declara falsa-
mente menor de edad, para dismi-
Proceso del heridor de Celina. 2 1 3
nuir la pena de sus delitos. Después
de comer con el Obispo en casa de
una hermana suya, sale a los postres,
pensando probar la coartada, a asesi-
nar a Cetina. Refugiado en un con-
vento, hace escapatorias vestido de
fraile, cambiando después el traje
para seguir cometiendo sus críme-
nes, entre ellos, herir en el rostro
a una mujer casada, joven y bella,
que cometió el delito de quererle, y
para herirla a mansalva finge retener-
la amorosamente a través de las rejas
de la ventana que los separa. Al huir,
perseguido, acuchilla al paso a cuan-
tos cree que pueden oponérsele: has-
ta a las mujeres indefensas.
Después de recorrer el proceso se
concibe, no sin horror, la terrible
sentencia, y que, en aquellas san-
grientas costumbres, se pregonen sus
delitos paseándole en bestia de al-
barda, le sea amputada la mano, en
la plaza pública, y se fije en los mu-
214 Sucesos reales que parecen imaginados:
ros de la audiencia de la Corte vi-
rreinal, para escarmiento de alevo-
sos y cobardes, con pena de muerte
a quien ose arrancarla del sitio en
que se clavó para ejemplaridad.
La casquivana Leonor de Osma
era poco, para que se le sacrificara
la vida de Gutierre de Cetina, el
poeta renacente, amigo de la prince-
sa Molfetta y galán de la condesa
Laura Gonzaga. Por las confesiones
arrancadas en tormento a la servi-
dumbre — es de notar que en este
proceso sólo se tiende y sujeta a las
cuerdas del potro a los negros, entre
ellos a un niño de doce años y a una
anciana — , queda evidente que tuvo
amoríos con Hernando de Nava y
admitió los galanteos de Francisco
de Peralta, antes de la llegada de
Cetina a los Angeles. No resulta claro
que Cetina la enamorase. Sobre este
particular la caballerosidad de Cetina
no había de hacer confesiones, y tanto
Proceso del heridor de Cetina. 215
a Nava y a sus amigos, como a sus
contrarios, • les conviene dejarlo sin
determinar: a Nava — que todo lo
negó obstinado, pero que influyó en
algunos testigos — , porque pensaba
que aparecer hiriendo a Cetina por
equivocación, dada la influencia de
aquél, favorecía su causa, y a los
otros, porque creían que la inmotiva-
da agresión la empeoraba. Los jueces
no insisten en buscar la causa que tan
mal parada deja la honra del doctor
de la Torre.
La figura de éste, no es por cierto
trágica. Nada ve o nada quiere ver,
aparte de lo inmediato. ¿Supo lo que
se hizo al no curar a Cetina, deján-
dolo por muerto? Más bien parece
que no sabía qué hacerse ante la gra-
vedad de las heridas. Hasta cuando
se indigna y toma una lanza, dejando
las otras armas a los negros y negras
de su casa, donde acaban de apuña-
lear a su esposa, es un tipo de en-
2 1 6 Sucesos reales que parecen imaginados:
tremés, que las circunstancias enca-
jan a la fuerza en un drama vivido.
¿Qué iba a hacer el pobre hombre?
Él no sabía matar sino con recipes:
acaso, acaso, dejar morir o derramar
sangre no con lanza, sino con bisturí
y lanceta.
En el apoyo prestado a Cetina
— aparte de la justicia de su causa — ,
es evidente que debió entrar el vali-
miento que Gonzalo López, Procura-
dor General de la Nueva España, ejer-
cía sobre la autoridad ordinaria. Si
el herido hubiera sido Peralta, dado
el poderío de la familia Nava, es más
que probable que las cosas hubieran
ido por muy diverso rumbo. Lo de-
muestran sus anteriores fechorías.
En cuanto a la autoridad eclesiás-
tica, es en todo y por todo, parcial-
mente favorable a Hernando de Nava
y los suyos. No se trata del discutido
derecho de asilo que para ellos re-
clama. Ni de su justa protesta contra
Proceso del heridor de Cetina. 2 1 7
el salvaje procedimiento de poner
luego a la torre de la iglesia, con lo
cual no era imposible que ardiera
todo el monasterio, sino de la impu-
nidad que les preparaba el retrai-
miento, roto a su arbitrio por los cri-
minales.
La lucha de la autoridad civil,
conminando con destierros, confis-
caciones y aun muertes, a los que
ayudaran a Hernando de Nava y sus
cómplices y no la auxiliasen en su
captura, y la respuesta del Provisor
y de los frailes, lanzando excomu-
niones con objeto contrario, son del
todo características en los primeros
años del México virreinal.
El pueblo — a quien las amenazas
de la justicia y de los monjes quieren
convertir en coro de tragedia — pre-
fiere permanecer como espectador,
presenciando la prisión de Nava y de
sus cómplices, su fuga de la cárcel
auxiliados por otros, su retraimiento
218 Sucesos reales que parecen imaginados:
en la Iglesia de Santo Domingo, su
defensa en la torre de la misma,
donde han tenido que refugiarse, y
de qué modo la comunidad, para
cortar el asalto, abandona el convento
en procesión, llevando la Custodia
enlutada.
Después de este final de acto,
vuelven los frailes al monasterio, con-
sienten con falsedad en la entrega de
los culpables, a la vez que preparan su
evasión, realizándola solamente Ga-
leote, pues los alguaciles encuentran
a Nava rapado y en hábitos de fraile
oculto en los retretes del Convento.
Aunque se encierre el criminal en
sus negativas, es condenado. Traslá-
dasele a la Corte del Virreinato, y
allí se cumple la sentencia. Tres años
más tarde — en 1557 — Galeote, el
cómplice de los crímenes de Nava,
pido indulto. En esta petición consta
terminantemente que Cetina había
muerto.
Proceso del heridor de Cetina. 219
Archivo General de Indias. — Sevilla. —
Simancas. — Secular. — Audiencia de Mé-
jico.— Cartas y expedientes de personas
seculares del distrito de dicha Ciudad vis-
tos en el Consejo, año de 1519 a 1544. —
Est. n.°58.—Caj. n.° ó.—Leg. n.° g.
Cabeza de proceso
«En la ciudad de los Angeles de Nueva
P2spaña, en primero día del mes de abril,
año del nacimiento de nuestro salva-
dor jhn. xpo. de mili e quinientos e cincuen-
ta y quatro años, sería la hora de entre las
diez y honze horas de la noche, poco mas o
menos», Pedro Moreno, en presencia de An-
drés de Herrera, escribano público, dijo:
«que agora en este ynstante a su noticia a
benido que está herido en la cara e cabega
Gutierre de (Retina... »
Inmediatamente después de esta
denuncia que aparece en el primer
folio del proceso — en muchas par-
tes ilegible por maltratado — persó-
nanse el alcalde y el escribano en la
posada de Gutierre de Cetina para
220 Sucesos reales que parecen imaginados:
practicar la información indispensa-
ble. La declaración de Cetina es su-
marísima «por la enfermedad de la
herida», que no le permite ni firmar,
pero conviene en todo con las decla-
raciones siguientes:
Confesión de Gutierre de Cetina
(fol. 24 VTO.-25 VTO.)
// E después de lo susodicho, en la dicha
cibdad en el dicho día nueve de abril del
dicho año, el dicho señor Martín de Calaho-
rra, theniente de corregidor desta dicha gib-
dad, en presencia de mí el dicho Andrés de
Herrera, escribano, fué a ver e visitar al di-
cho Gutierre de Cetina, el qual estaba en
vna cama, y el dicho señor teniente tomó e
rregibió juramento en forma de derecho del
dicho Gutierre de Qetina, por Dios e por
Santa María e por la señal de la cruz, do
puso su mano derecha, so virtud del qual
prometió de dezir la verdad, e le fué pre-
guntado lo siguiente, e a la confusyón e ab-
solugión del dicho juramento, dixo que está
presto de declarar todo lo que se le pregun-
tare, con tal que no prejudique a su honrra,
Proceso del lieridor de. Celina. 22 1
porque en tal caso de lo que tocare a su
onrra no aclarara lo cierto: y el señor tenien-
te le mandó que sin enbargo de lo que dize,
que, so cargo del dicho juramento, aclare
todo lo que acerca de lo susodicho se le
preguntare^ // Fuéle preguntado que decla-
re quién fué la persona o personas que le
hirieron. Dixo que no lo sabe, porque este
que declara fué salteado tan arrebatada-
mente e tan de ynproviso e la noche hera
tan escura que no los pudo ver, mas que so-
lamente vido dos bultos de honbres juntos
consigo, que el vno le dio vn golpe con que
lo derribó, del qual golpe le hirió e derribó,
e que no sabe si fué con espada o montan-
te= Preguntado que declare sobre qué per-
sona o personas á tenido sospecha o la tiene
que le hirieron o si tenía alguna enemistad
con alguna persona o ocasión de enojo con
alguna persona para que le tuviese enemis-
tad, dixo que para el juramento que tiene
hecho, que ni en esta cjbdad ni en toda la
Nueva España, sabe que tenga enojado nin-
guna persona ni á dado ocasyón para ello
ni sabia ni sabe ninguna rrazón porque se
deviese guardar de persona alguna e que
por esto no sospecha sobre ninguna persona
particular. = Preguntado que declare sy las
222 Sucesos reales que parecen imaginados:
dos personas que ansí le hirieron sy heran
mangebos o viejos, altos o bajos dijo que, so
cargo del juramento que tiene hecho, ques
verdad que los dos onbres que ansí le hirie-
ron heran, al parecer deste que declara e a
lo que en breve pudo ver, ser dos onbres
altos de cuerpo, delgados e bien dispuestos
e que esto que dicho tiene es la verdad para
el juramento que hizo e firmólo de su non-
bre con el señor Calahorra. — Gutierre de
(Jetina. — Pasó ante mí, Andrés de Herrera,
escribano.
Otra confesión de Gutierre de Cetina
(fol. 33 VTO.-37 vto.)
En la cibdad de los Angeles desta Nueva
España, diez e nueve dias del mes de abril
de mili e quinientos ginquenta e quatro años.
Estando en las casas donde posa el dicho
Gutierre de (Retina echado en vna cama del
qual dicho señor bachiller Martínez, juez
pesquisidor, rresgibió de su ofigio juramento,
por Dios e por Santa María e por las pala-
bras de los Santos Evangelios e por la señal
de la cruz, so cargo del qual prometió de de-
zir verdad de lo que supiese e le fuese pre-
guntado, e le fueron hechas las preguntas
Proceso del herido)- de Celina. 223
siguientes. =// Fué preguntado que cómo se
llama e qué tanto tiempo á qué vino a esta
cibdad de los Angeles: dixo que se llama Gu-
tierre de (Retina, e que puede aver vn mes
poco más o menos que vino a esta cibdad
de los Angeles don Gongalo López, su tío,
que yvan a la gibdad de la Veracruz a em-
barcar gierta plata para embiar a Castilla, y
este que declara se quedó en esta cibdad de
los Angeles a curarse de ciertas calenturas
e mala dispusyción que tenía. = Fué pregun-
tado que quién hirió a este declarante de las
heridas que tiene en la cabega e rrostro, e
quántos heran e qué personas se hallaron
presentes, y en qué parte e lugar hera, y a
qué ora e cómo e de qué manera pasó lo
susodicho. Dixo que lo que pasó es que es-
tando este declarante el domingo de Casy-
modo próximo pasado, que fué a primero
dia del mes de abril, a la puerta de su posa-
da, ques en las casas Andrés de Molina, y
estava con este declarante Francisco de Pe-
ralta, que posava en la misma casa, y esta-
van desnudos para acostarse, que podría ser
entre las diez oras a onze de la noche, caídas
las caigas entranbos a dos, con solas sus es-
padas, syn otras armas ofensivas y defensi-
vas; y el dicho Francisco de Peralta tañía
224 Sucesos reales que parecen imaginados :
en una vihuela, el qual dixo a este declaran-
te. «Demos vna buelta a esta ysla para hazer
ora de dormir», y la ysla hera la dicha su
posada con otras dos o tres casas que se pe-
gan con ella, vna de las quales dichas casas
es la en que biue el doctor de la Torre. Y
este declarante se fué con el dicho Francis-
co de Peralta paseando a la rredonda de la
dicha ysla, y hazía tan gran escuridad que
de muy cerca no se podía divisar vn onbre;
y este declarante y el dicho Francisco de
Peralta, yendo por la dicha calle aviendo pa-
sado la casa donde bive el dicho doctor de
la Torre, y va este declarante delante, y el
dicho Peralta yva tañendo, un poco atrás,
y este declarante vio, llegando a siete o
ocho pasos de la encrucijada de la calle de
Santo Domingo, dos bultos que le parecían
ser de onbres que estavan muy pegados a
la esquina de vn corral que allí estava don-
de suelen encerrar harrias e pareciéndole a
este declarante que heran onbres se volvió
al dicho Francisco de Peralta que venía atrás
tañendo, e le dixo paréceme que ay esquina
e acabado de dezir esto, tornando a bolver
el rrostro para justificarse mejor, le dieron a
este declarante vna herida en el rrostro y en
la sien e luego cayó en vn lodo e arroyo
Proceso del licridor de Cetina. 225
que pasa por la calle, e queriéndose levantar
este declarante, para echar mano a su espa-
da e defenderse, antes que se levantase lle-
gó otro honmbre e le dio otra cuchillada en
la cabega, de que este declarante tornó a
caer tendido en el suelo e perdió el sentido.
E, para el juramento que tiene hecho, no
solamente no conoció a los que le hirieron
de las dichas heridas ni víó quántos heran;
pero que apenas pudo ver dos bultos de
onbres que cargaron sobre este declarante
e le dieron las dichas heridas con tanta pres-
teza que no vio qué armas traían ni con qué
le hirieron, ni pudo ver los onbres que dizen
que venían con ellos, porque lo tomaron tan
de presto que, llevando la espada sobre el
honbro y en la mano derecha, no tubo tiem-
po para ponella por delante para rrepararse
ni vio más de lo que pasó hasta que de ay a
un rrato, tornando en su sentido, le pareció,
e con efeto oyó, que martillavan sobre el
dicho Peralta dándole grandes cuchilladas
en el otro cabo de la calle, hazia su posada.
E tornó a caer de hocicos para levantarse,
e se levantó e no vio ni oyó en la calle nin-
guna persona, e ansy se vino a su posada,
donde, aviendo caydo otra vez en el camino,
halló al dicho Peralta y le preguntó si estava
15
226 Sucesos reales que parecen imaginados:
herido, e le dixo que no. Y otro día, vio este
declarante muchos golpes en la guarnigión
de la espada y en la mesma espada del dicho
Peralta, e vio vna mancha muy grande que
tenía al través de la gintura en el costado
derecho, que paregía ser golpe de montante
dado de llano, e otro golpe que tenía en la
cabega que no le cortó, y otra cuchillada en
el muslo derecho, qne le cortava las caigas
e los aforros dellas syn sacalle sangre, y
otra estocada en la garganta de vn pie hazia
la espinilla, que sin cortalle la caiga le deso-
lló vn poquito y le hizo mal en la carne. Y
después de llegado este declarante a su po-
sada, pidió que le truxesen vn confesor e le
truxeron vn fraile de san Agustín con quien
se confesó, e traxeron al doctor de la Torre
e a vn viejo que se llama Antón Martin, gu-
rujano, para que lo curasen, los cuales, vistas
las heridas e la calidad dellas, dixeron a mu-
chas personas de los que allí estavan, donde
este declarante los pudo oyr e lo oyó, que
no podía bivir hasta el día e ansí como a on-
bre muerto no le curaron las heridas ni se
las cosyeron mas de solamente ponelle esto-
pas y huevos e atárselas con paños. E otro
día siguiente, visto el mal aparejo que avía
de gurujanos para cura, se embió a rrogar a
Proceso del lieridor de Cetina. 227
un fulano Cortés, vezino desta gibdad, que
le curase con el ensalmo. E ansy el dicho
Cortés truxo consigo vn mangebo gurujano,
que le cosió la mitad de la herida del rrostro
e le sacó dos o tres huesos pequeños della
que estavan cortados, e no cosió lo demás
por cavsa de vn hueso questava cortado e
atravesado junto al ojo yzquierdo de mane-
ra que no podía salir. E ansí se á curado y
cura cada día con el ensalmo, y está y á es-
tado todo este tienpo en la cama de las di-
chas heridas. E que, como dicho tiene, no
sabe quién le hirió ni quién ni quántos heran
ni tiene sospecha de nadie ni cavsa para
sospechar, porque a ningún onbre en esta
dicha gibdad ni en toda esta Nueva España
tiene enojado. Y esto sabe deste caso y es
la verdad, para el juramento que hizo, e no
sabe otra cosa. Fuéle leydo, e rretificóse
enél e firmólo de su nonbre. E que este de-
clarante es de hedad de más de treynta e
ginco años. El bachiller Martínez. — Gutierre
de Qetina. — Pasó ante mí, Juan de Guevara,
escribano. = E después de lo susodicho en
esta gibdad de los Angeles, en este dicho
día diez e nueve días del mes de abril de
mili e quinientos e ginquenta e quatro años,
el dicho señor bachiller Martínez, juez pes-
228 Sucesos reales que parecen imaginados:
quisidor, hizo quitar los paños que tenía
puestos el dicho Gutierre de Cetina en el
rrostro y en la cabega, para ver las heridas
que tenía, los cuales dichos paños le fueron
quitados e yo, el escribano, doy fe que te-
nía el dicho Gutierre de Cetina vna cuchi-
llada e herida en la cara que le tomava des-
de la punta de la oreja yzquierda, de lo
alto della, hasta la ternilla de la nariz por
debaxo del ojo que paregia estar de rrazona-
ble dispusigión, e ansí lo dixeron el doctor
Gutiérrez e Diego Cortés, persona que le cu-
rava, con el ensalmo; e ansímismo tenía el
dicho Gutierre de Cetina vna señal de heri-
da en la cabega sobre la comesura del lado
yzquierdo, que estava ya cerrada, e pareció
estar sana e lo firmaron de sus nonbres los
dichos doctor Gutiérrez e Diego Cortés y el
dicho señor juez pesquisydor. Testigos que
fueron presentes a lo que dicho es, Antonio
Matiengo e Sevastián de Ángulo, vezinos de
esta gibdad. El bachiller Martínez — El doc-
tor Gutiérrez — Diego Cortés — Juan de Gue-
vara, escribano. — En la gibdad de los Ánge-
les, diez e nueve días del mes de abril de mili
e quinientos e ginquenta e quatro años, el di-
cho señor bachiller Martínez, juez pesquisy-
dor preguntó al dicho Gutierre de Qetina sy
Proceso del heridor de Cetina. 229
quería querellar de alguna persona que ten-
ga sospecha que le dio las dichas heridas, o
pedir su justicia sobre el caso, el cual dicho
Gutierre de Qetina dixo que como dicho
tiene, enel dicho que sobre este caso, le a
sydo tomado, no sabe qué personas le die-
ron las dichas heridas ni tiene sospecha de
nadie, y que, avnque lo supiera cierto, no
querellara ni quiere querellar de nadie ni
pedir justicia sobre este caso. E lo firmó de
su nonbre, y el dicho señor juez, Testigos
Lázaro de la Rroca e Antonio Matiengo y
Andrés de Molina, vezinos y estantes en
esta gibdad, el bachiller Martínez. — Gutierre
de (Retina, pasó ante mí Juan de Guevara,
escribano.
A estas confesiones han precedido
la del testigo don Jerónimo de Be-
navides, compañero de alojamiento
de Cetina y de Peralta (folio 3); la
del teniente alguacil mayor Pedro de
Flores (folio 12) y la del cirujano
Gaspar Rodríguez (folios 2 3 y 2 3
vuelto): todas confirman la culpabili-
dad de Nava. Los párrafos de interés
de la del primero, son como sigue:
2$o Sucesos reales que parecen imaginados:
Declaración del testigo don Gerónimo
Venabides (fol. 3.)
Estante en los Angeles de veintidós años
dijo: «que estando este testigo acostado en
su cama entró Francisco de Peralta llaman-
do a gran priesa, diziendo: «Herrera, Herre-
ra,» a Herrera, y este testigo se levantó a ver
qué era, porque el dicho Herrera posa en la
posada deste testigo, que es en casa de An-
drés de Molina, y como este testigo se levan-
tó halló en vna cámara de la dicha casa,
sentado encima de la cama, al dicho Gutie-
rre de (Retina, con vna herida en la cara que
le llegava a la sien, dende el ojo hasta la
oreja; e como este testigo entró, pidió el di-
cho (Retina, «confesión, que me an muerto»;
y ansí mismo estava con el dicho Gutierre
de Qetina el dicho Francisco de Peralta, el
qual dicho Peralta dixo que avía sido ventu-
roso que no le avían muerto, mas que el di-
cho Francisco de Peralta dixo que eran dos
hombres armados con cotas el uno espada e
rrodela y el otro con un montante, e... croe
que el que hizo lo suso dicho e dio la dicha
herida al dicho Gutierre de Qetina sería Her-
nando de Nava e otro, e esto cree por lo
que ha oydo decir al dicho Peralta.»
Proceso del herido r de Celina. 231
Francisco de Peralta, que en el fo-
lio 4 vuelto aparece negándose a de-
clarar «porque está con alteración»,
y es llevado a la cárcel, ya puesto en li-
bertad declara en el folio 9 vuelto, y
en el 42. Su declaración conviene en
todo con la de Cetina; pero viene a
añadir algunas nuevas noticias en la
acusación de Nava.
Cabeza de Proceso por las heridas de Leo-
nor DE OSMA (FOL. I I 5-1 l6 VTO.). DECLARA-
CIÓN de Leonor de Osma (fol. i 17 vto.,
119 VTO.)
...dixo que lo que sabe e pasa es que pue-
de aver vna ora poco mis o menos, y hera
quando tañían a maytines, que estando esta
declarante en su casa echada con el doctor
de la Torre, su marido, en su cama, oyó
esta testigo, porque estava despierta, me-
near el aldava de vna puerta de vna ventana
que sale a vn corredor del patio de la casa;
y llamavan quedito diziendo, «señora»; y
esta testigo se levantó sin despertar al dicho
232 Sucesos reales que parecen imaginados:
doctor de la Torre y se fué hazía la dicha
puerta de la dicha ventana, en la qual está
vna rreja de hierro. E como esta testigo lle-
gó, dixo «¿quién está ay?» e asomó el rrostro,
e luego le dieron con vn cuchillo o daga vna
cuchillada a esta declarante por la nariz, y
en dándosela dixo el que se la dio «acorda-
ros eys de mí, y llama acá a vuestro marido
que le tengo que matar». Y esta testigo lo
miró muy bien e lo conoció que hera Her-
nando de Nava, hijo de Catalina Vélez Ras-
cón, el qual venía en cuerpo e armado con
vna espada en la mano e con vna cota pues-
ta, e vna rrodela, e vna gelada en la cabega;
y esta testigo como se sintió herida se bol-
vió para la cama donde el dicho su marido
avía quedado y lo despertó y le dixo: «se-
ñor, aquí esta Hernando de Nava y me ha
herido enel rrostro.» Y el dicho doctor se
levantó en camisa y pidió su espada, e no la
halló, e tomó vna langa e salió fuera al co-
rredor, y esta declarante tras del. Y, estan-
do en el dicho corredor el dicho doctor de
la Torre, le dixo al dicho Hernando de Nava
llamándolo por su nonbre, que era un ve-
llaco traydor, y esta declarante vio questava
entonces el dicho Hernando de Nava enel
azotea pequeña de vn corredorcillo bajo y
Proceso del licridor de Celina. 233
quería subir al agotea de la casa para salir;
y el dicho doctor llamava a sus negros di-
ziendo: «asid a ese traydor». Y a estas bo-
zes e palabras que dezía, salió vn negrillo
del dicho doctor, que se llama Juan Galán,
con la espada del dicho doctor e se fué para
el dicho Nava que quería subir por el aco-
tea y le ympidió que no subiese, y entonces
vio esta declarante quel dicho Hernando de
Nava se bolvió al dicho Juan Galán e le tiró
de cuchilladas, e le dio vna muy grande en-
el braco derecho de que le corría mucha
sangre, e a la dicha sazón vio este declaran-
te que venía con el dicho Hernando de Nava,
Gongalo Galeote, hijo de Alonso Galeote,
el qual esta declarante vio e conoció muy
bien; e venía armado como el dicho Hernan-
do de Nava. Y, en esto, el dicho doctor y
esta declarante daban voces, e no acudió
nayde, e dixeron a Yseo, negra su esclava,
que abriese la puerta de la calle quedito e
que llamase gente: e la dicha negra tomó
las llaves y se fué a la dicha puerta de la ca-
lle y la abrió e dio bozes en la calle y en-
tonges, como los dichos Hernando de Nava
e Gongalo Galeote vieron que la puerta de
la calle estava abierta, se salieron, y después
vio esta declarante que subió arriba otra ne-
234 Sucesos reales que parecen imaginados:
gra su esclava, que se llama Qecilia, e trayo
vna estocada en vn muslo derecho de que le
salía mucha sangre...
Autos. — Diligencias
(fol. 126-131 VTO.)
(Al margen.) — Requerimiento a los fray-
Íes en el monesterio y al prouisor que les
den licengia para sacar los dichos Hernando
de Nava y Gonzalo Galeote, y el dicho pro-
uisor puso pena de descomunión, que salgan
de la yglesia y puso entredicho. Auto. — ...di-
cho señor juez tornó a mandar al dicho pro-
uisor en nonbre de Su Magestad que algase
la dicha descomunión y entredicho, sy lo
tenía puesto, so pena de perdimiento de las
tenporalidades e de que se avrá, e desde
agora le á, por ageno y estraño de todos los
rreynos e señoríos de Su Magestad, atento a
que los dichos Hernando de Nava e Gonzalo
Galeote no los puede defender ni defiende
la yglesia de Dios, por aver salido della a
cometer el dicho delito e ser tan grave e
atroz como consta por la dicha ynforma-
ción...
E luego yncontinente los dichos prior e
soprior e frayles del dicho monesterio, con
Proceso del heridor de Cetina. 23s
otros frayles de la 1 lorden de San Francisco
e San Agustín, y el arcediano e provisor e
otros clérigos sacerdotes, se fueron al altar
mayor del dicho monesterio con vna cruz
cubierta de luto negro; sacaron del sagrario
vna custodia cubierta con vn velo, en que
dezían los frayles estava el Santíssimo Sa-
cramento, y el dicho prior llevó la dicha cus-
todia en sus manos y con él yvan todos los
demás religiosos que dicho es, cantando y la
cruz de delante cubierta con vn velo negro,
y cantando el salmo «yn exitu isrrael de
egito» y desta manera se salieron de la dicha
yglesya e monesterio de entre toda la gente
que enél estava e no consyntieron que per-
sona alguna fuese aconpañando el Santíssi-
mo Sacramento, diziendo estar todos desco-
mulgados, y el dicho señor juez se quedó
con toda la gente que con él estava enel di-
cho monesterio.
...E luego el dicho señor juez después que
pasó lo susodicho mandó que subiese mucha
gente a las azoteas del dicho monesterio:
rrodeleros e arcabuceros e vallesteros, e
mandó subir ciertas escalas para poner el pie
de la torre por donde subiese gente a lo alto
de la torre a tomar la torre por lo alto della,
e mandó a los arcabuceros e vallesteros que
236 Sucesos reales que parecen imaginados:
en asomando los dichos Gonzalo Galeote e
Hernando de Nava a hazer daño a los que
ponían las escaleras e subiesen por ellas, que
les tirasen con los dichos arcabuzes e valles-
teros, e ansí mismo mandó a la gente que
con el dicho señor juez estava a la puerta de
la dicha torre que la abriesen e que echasen
fuego por la dicha puerta con paja e chile
para hacer humo en la dicha torre e ansy
fué hecho.
Confesión de Hernando de Nava
(fol. 166-173 i
...dixo questando este confesante retraydo
y encerrado en el dicho monesterio ¿cómo
avía de salir a hazer lo que les preguntado?
lo qual niega...
...estuvieron en la dicha torre hechos
fuertes e resystiendo a los que les querían
entrar hasta antier a las diez de la noche
que salieron por vna ventana, echándose
por vna soga a la huerta de las higueras,
questá enel dicho monesterio, e luego se sa-
lió el dicho Galeote por la puerta de la ygle-
sia y este declarante no le ha visto más ni
sabe dónde está. E no se salió este declaran-
te porque le paregió no aver buena coyun-
Proceso del herido r de Cetina. 237
tura para ello, e se á estado enel dicho mo-
nesterio hasta oy domingo a ora de las ocho
de la mañana, que fué hallado engima de las
negesarias, vestido con la cota e garaguelles
como su merced le halló; e que la barva
rrayda que tiene y un abito que se avía ves-
tido fué solamente para salir como salió
anoche disimulado hecho frayle con ábitos
vestido fuera del monesterio, y que ansí sa-
lieron vn frayle y este declarante hecho fray-
le por la portería hasta cerca de la puerta
del gimenterio. E como este declarante vio
que andavan por allí gentes que le podían
conocer se bolvió al dicho monesterio e que
no se vistió los ábitos ni rrayó la barba syno
para esto, e no hay otra cosa enello=:...
Entre los otros testigos del proce-
so cuéntanse el negro Francisco, de
doce años de edad, liberto en la casa
de Nava, cuya primera declaración,
folio 79 vuelto, carece de importan-
cia; no así la segunda en la cual,
puesto a cuestión de tormento, con-
firma lo dicho por Cetina, por Peral-
ta, y Leonor de Osma. Lo mismo
238 Sucesos reales que parecen imaginados:
acontece con las declaraciones de la
servidumbre del doctor de la Torre
y de su mujer, agregándose en ellas
alguna incidental noticia sobre los
amoríos de su ama con Hernando de
Nava. Hay también una confesión de
Lázaro de la Roca (folios 262-64), a
quien Nava dijo en el coro de la igle-
sia, estando retraído «dicen por ay
que vuestra merced meregía la cuchi-
llada que Cetina tiene», y la del zapa-
tero Juan Vázquez, en cuya declara-
ción (folios 271 y 76) hay los siguien-
tes párrafos muy edificantes respecto
a los dichos de Hernando de Nava:
Declaración de Juan Vázquez, zapatero
(fol. 271-76)
...y el dicho Nava dixo: «miente la suzia»,
e ay veréys vos, Vázquez, quién son muge-
res, porque si ella me quisyera bien, avnque
fuera yo, como ella dize, no avía de dezir
ella que hera yo y este testigo dixo: «pues
vos, dizen que soys»...
Proceso del heridor de Cetina. 239
...dixo a este testigo: «bien tengo crey-
do que no tengo de morir, que al ñn dine-
ros e favor lo án de hazer, y madre tengo que
tiene ginquenta mili ducados e favor tanto
quanto ay en las yndias.
Sentencia
(FOL. 326 VTO. 327)
// Visto este proceso entre partes: de la
vna la justigia Real, de ofigio, e de la otra
Hernando de Nava e Hernando Vehedor, en
su nombre = // fallo que por la culpa que
deste proceso rresulta contra el dicho Her-
nando de Nava, le devo de condenar e con-
deno a que, de la cargel do está, sea sacado
en bestia de albarda con vna soga a la gar-
ganta e atado pies e manos e con boz de
pregonero que manifieste su delito, y sea
traydo por las calles públicas y acostumbra-
das, y por la calle do al presente bive el
doctor de la Torre, y allí le sea cortada la
mano derecha e puesta en un palo e sea
traydo a la plaga pública desta gibdad do
sea degollado hasta que naturalmente muera.
E demás desto le condeno en las armas con
que fué tomado las quales aplico a quien
conforme a derecho pertenegen, y en todos
240 Sucesos reales que parecen imaginados :
los salarios e costas que se án hecho sobres-
te negocio y hizieron durante mi comisyón,
la tasación de todo lo cual en mi rreservo, e
por esta mi sentencia difynitiva juzgando
asy lo pronuncio e mando. El doctor mexía.
Sentencia y ejecución de ella
(fol. 375-376.)
...En la cibdad de México de esta Nueva
España, siete días del mes de julüo de mili e
quinientos e cinquenta y quatro años: Gon-
galo Zerezo, alguazil mayor de esta Corte,
executó el avto de esta otra parte contenido,
conforme el mandamiento que para ello le
fué dado, en la plaga mayor de esta cibdad,
en la persona de el dicho Hernando de
Nava. E se le cortó la mano derecha por el
doctor Torres, médico e gurujano, junto a
las cadenas de la avdiencia de la justigia
hordinaria. E cortada la dicha mano dere-
cha, se puso y enclavó donde se suelen po-
ner semejantes execugiones, e se dio pregón
que, so pena de muerte, ninguna persona
fuese osado de la quitar de allí. Testigos que
fueron presentes: Antonio de la Cadena, al-
calde, e Baltasar García, alguazil desta gib-
dad, e Diego Descobedo, e Francisco de Pe-
Proceso del lieridor de Cetina. 241
drosa, alguaziles de corte, e otras muchas
personas. Y el dicho alguazil mayor lo pidió
por testimonio, e lo bolvió a la carmel, e,>
primero que se executase lo susodicho, con
boz de pregonero se truxo por las calles
desta gibdad, encima de vna bestia de al-
barda en execugión de la justigia que sr
mandava hazer. — Pasó ante mí. — Antonio
de Turcios.=
Petición de indulto de Galeote
(fol. 387.)
Gonzalo Galeote, que prófugo en rebel-
día, pide en 1557 no ser molestado en el
proceso que contra él se ha seguido, «en
rrazón que en la gibdad de los Angeles se
procedió contra Hernando de Nava, dizien-
do aver cometido cierto delito contra la
mujer del doctor de la Torre e Gutierre de
Qetina, difunto, en el qual yo no soy en cul-
pa». Dada cuenta de esta petición en la Au-
diencia de Méjico, a 5 de junio del dicho
año, los oidores mandaron que «ante todas
cosas sea preso el dicho Gongalo Galeote», y
para ello se dio mandamiento.
16
II
JUAN de la Cueva y Lope de Vega
— ya lo dije en otra ocasión — '
fingieron ignorarse y en sus escritos
no se nombraron jamás. Lo que hace
suponer que hubo entre ellos des-
avenencias, a las que no debieron ser
ajenas las rivalidades de oficio. Esta
omisión en Lope es más de notar
que en Juan de la Cueva, dada la
cronología del Viaje de Sannio y de
las otras obras de Cueva, en que el
nombre de Lope pudo figurar. En
Lope de Vega ese silencio es una ex-
1 Véase lapág. I £9 de este mismo libro.
244 Sucesos rea/es que parecen imaginados:
traña excepción, pues habló de casi
todos los autores de su tiempo, con
alabanza pública, unas veces; con
censura privada, otras, y no pocas
de ambas maneras, respectivamente,
en sus escritos literarios y en sus cartas
particulares. Lope no mienta a Cue-
va ni en las ocasiones en que era
obligado nombrarle, como en aquella
carta en que informa al duque de
Sessa de quienes habían escrito tra-
gedias en castellano. Hay lugar a su-
poner que sus animosidades datan
de los tiempos en que Lope de Vega,
durante su estancia en Sevilla, fué
blanco de las sátiras de un grupo de
poetas entre los cuales se contaban
algunos amigos y protegidos de Cue-
va; pero de todo esto no hay verda-
deras constancias.
Otra cosa sucede respecto a las re-
laciones literarias de Cervantes y Juan
de la Cueva. Este último no le men-
ciona tampoco en sus obras; pero
Juan de la Cueva y Cervantes. 245
Cervantes le alaba declaradamente
en «La Galatea » ', y le satiriza de un
modo manifiesto e indudable en el
Pedro de Urdemalas y en el Quijote.
Las omisiones de Cueva respecto
a Cervantes y Lope de Vega, ya
fueron apuntadas escuetamente por
Wulf y atribuidas a posible animo-
sidad.
Menéndez Pidal observa — en una
nota de su citado libro sobre La Le-
yciida de ¿os siete hif antes de Lara, y a
propósito de la obra de Cueva de
este asunto, que «no parece sino que
a este drama de Cueva — en que se
anuncia el nacimiento de Mudarra
en la tercera jornada, y en la cuarta
Dad a luán de las Cuotas el deuido
lugar, quando se offrezca en este assiento,
pastores, pues lo tiene merescido
su dulce musa, y raro entendimiento.
Sé que sus obras del eterno oluido,
a despecho v pesar del violento
curso del tiempo, libraran su nombre,
quedando con vn claro alto renombre.
Cervantes: 'Galaica*. F.d. Príncipe, 329 vto.
246 Sucesos reales que parecen imaginados:
se le saca ya mozo y valiente — , alude
Cervantes en su Pedro de Urdemalas
alabándose de que en sus comedias
no se hallarían tales despropósitos:
Ni que parió la dama esta jornada,
y en otra tiene el niño ya sus barbas
y es valiente y feroz, y mata y hiende,
vengando de sus padres cierta inju-
ria.» Y agrega el dicho autor: «En el
razonamiento del canónigo del Quijote
se habla también del niño a quien cre-
cen las barbas a vista de los especta-
dores, hecho que naturalmente tenía
que ser muy común en las comedias
sacadas de los cuentos y leyendas.»
I .0 que pasó inadvertido hasta
ahora fué la sátira de Cervantes con-
tra Los hive?itores de las Cosas.
Recuérdese que el primo y gran
estudiante del capítulo xxn de la Se-
gunda Parte, dice a don Quijote:
«Otro libro tengo, que le llamo Suplemen-
to a Virgilio Polidoro, que trata de la inven-
ción de las cosas, que es de grande erudición
Juan de la Cueva y Cervantes. 24-]
y estudio, a causa que las cosas que se dejo
de decir Polidoro de gran sustancia, las ave-
riguo yo, y las declaro por gentil estilo.
Olvidósele a Virgilio de declararnos quién
fué el primero que tuvo catarro en el mun-
do y el primero que tomó las unciones para
curarse del morbo gálico, y yo lo declaro al
pie de la letra, y lo autorizo con más de
veinticinco autores: porque vea vuesa mer-
ced si he trabajado bien, y si ha de ser útil
el tal libro a todo el mundo.»
Y sígase leyendo, porque, para
nuestro objeto, no tiene la página
desperdicio:
«Sancho, que había estado muy atento a
la narración del primo, le dijo:
— Dígame, señor, así Dios le dé buena
manderecha en la impresión de sus libros:
¿sabríame decir, que sí sabrá, pues todo lo
sabe, quién fué el primero que se rascó en
la cabeza, que yo para mí tengo que debió
de ser nuestro padre Adán?
— Sí sería — respondió el primo — ; por-
que Adán no hay duda sino que tuvo cabe-
za y cabellos; y siendo esto así, y siendo
el primer hombre del mundo, alguna vez se
rascaría.
24S Sucesos rea/es que parecen imaginados:
— Así lo creo yo — respondió Sancho — ;
pero dígame ahora: ¿'quién fué el primer
volteador del mundo?
— En verdad, hermano — respondió el
primo — , que no me sabré determinar por
ahora, hasta que lo estudie. Yo lo estudiaré
en volviendo adonde tengo mis libros, y yo
os satisfaré cuando otra vez nos veamos; que
no ha de ser ésta la postrera.
— Pues mire, señor — replicó Sancho—:
no tome trabajo en esto; que ahora he caído
en la cuenta de lo que le he preguntado.
Sepa que el primer volteador del mundo fué
Lucifer, cuando le echaron o arrojaron del
cielo, que vino volteando hasta los abismos.
— Tienes razón, amigo — , dijo el primo.
Y dijo don Quijote:
— Esa pregunta y respuesta no es tuya,
Sancho: a alguno las has oído decir.
— Calle, señor — replicó Sancho — ; que a
buena fe que si me doy a preguntar y a
responder, que no acabe de aquí a mañana.
Sí, que para preguntar necedades y respon-
der disparates no he menester yo andar
buscando ayuda de vecinos.
— Más has dicho, Sancho, de lo que sabes
— dijo don Quijote — ; que hay algunos que
se cansan en saber y averiguar cosas, que
Juan de la Cueva y Cervantes. J49
después de sabidas y averiguadas, no im-
portan un ardite al entendimiento ni a la
memoria.»
La burla de Los Inventores de las
Cosas no puede ser más clara y evi-
dente. Que estas sátiras de Cervantes
corrían de boca en boca aun antes de
imprimirse, lo demuestra el discurso
del canónigo, referente al teatro, del
que habla Lope en una de sus cartas,
cuando no se había publicado el Qui-
jote todavía.
Nada más descabellado y ridículo
que Los cuatro libros de los Inventores
de las Cosas. A no existir el manus-
crito autógrafo — en la Biblioteca
Nacional de Madrid, bajo el número
10.182 — , su atribución a Cueva se
creería una broma burda del peor gé-
nero. El asunto lo inicia y presenta
Cueva diciendo:
«Las Artes y las cosas inuentadas
»por los Dioses y Ombres para el Ombre
250 Sucesos rea/es que parecen imaginados
»soy movido a cantar, siendo mi Musa
»de un celeste furor arrebatada.»
Y arrebatada de celeste furor cuen-
ta — o canta como él dice — que
«La invención del xabón se debe a Francia...
» Cibeles dicen que inventó la Fístula
»a gaita pastoral,...
»E1 que en Roma, primero corrió toros
»por fiestas, i con langa y a cavallo
ílos mató, fué el valiente Julio César...
»La letra G halló Spurio Carbilio,
^Claudio Centeniano halló la R.
»Los dioses fué invención de los Egipcios,
»Y entre quien los primeros se hallaron...
» Marte, el modo de darse las batallas.
»Otros dizen que fué Moysés, primero,
»el qu'el uso inventó de las coronas.
» Nerón fué el que inventó cozer el agua.
»De la capatería fué Boecio
»el inventor...»
A la vez que esas mentiras o dis-
parates «de dioses y de hombres»,
agrega noticias ciertas y de relativa
curiosidad. A propósito de bibliote-
cas escribe:
'Juan de la Cueva y Cervantes. 251
«Don Fernando Colón hizo lo propio,
»y juntó un grande número de libros
»que de veinte mil cuerpos adelante
»en todas facultades, procurados
»por su propia persona en todo el mundo
»los dio a la Santa Iglesia donde hoy viven.»
En rigor, sin que se sepa por qué,
trata del derecho de asilo que tenían
en Sevilla.
«La casa de don Pedro de Castilla,
»junto a la antigua puerta de Triana,
»La otra es de don Pedro de Pineda,
^Escribano Mayor del gran Cabildo...
»La otra de los célebres Roelas,
»La de Martín Cerón, la cuarta y última.
»E1 Tiempo y la potencia de los Reyes
»derogaron los fuertes privilegios...»
Cueva, rimador fácil hasta cuando
escribe de improviso lo que espon-
táneamente viene a su pluma — dí-
ganlo sus cartas en verso, algunas de
las cuales aquí mismo dejo comenta-
das— , es increíblemente premioso y
desatinado en las obras hechas de
encargo como, según propia declara-
252 Sucesos reales que parecen imaginados:
ción, compuso Los Inventores. Cervan-
tes que reconoció y alabó en gene-
ral los méritos de Cueva, no se exce-
de en esas chanzas. Lo cómico de la
parodia no llega a lo bufo de la obra
parodiada. Diñase que la ironía cer-
vantina espiritualizó en labios de
Sancho — que ya en esa parte del
Quijote nada tenía de bobo y mucho
de bellaco — los grotescos chistes in-
voluntarios de Los cuatro libros de los
Inventores.
III
EL libro de donde está sacado el
Elogio de Luis Belmonte Ber-
múdez que voy a transcribir se ti-
tula así;
Vida | del Padre | Maestro Ignacio | de
Loyola, fundador de la | Compañía de Je-
sús. | Dirigida a sus religio- | sos de la pro-
vincia de la Nueva España. | Por Lvys de
Belmonte | Bermudez | . Año, (Grab. en
mad. que representa la Virgen con el Niño
en brazos). 1 609. | Con privilegio por ocho
años. I En México, j En la emprenta de Ge-
rónimo Balli. I Por Cornelio Adriano Cesar.
Es obra rarísima, tan desconocida
que no figura ni en la esmerada bi-
254 Sucesos reales que parecen imaginados:
bliografía de Alemán que, en la Re-
vue Hispanique, ha publicado recien-
temente el señor Foulché-Delbosc.
Un ejemplar — procedente de la bi-
blioteca del Marqués de Jerez de los
Caballeros, y descrito entonces por
don José Toribio Medina en La Im-
prenta en México, t. n, pág. 45 — exis-
te en la actualidad en la Hispanic So-
ciety o f America.
Don Federico de Onís, a quien ha-
bía rogado hiciera sacar copia del
Elogio, con su habitual solicitud, y
no obstante sus muchas e importan-
tes tareas literarias y las especiales
de la cátedra de lengua y literatura
española que profesa en la Columbio,
University de Nueva York, sacó per-
sonalmente el cuidadoso traslado
que avalora estas páginas.
De la peculiar ortografía que usó
Alemán al imprimir sus últimos es-
critos se ha hecho ya mención en es-
te mismo libro. El señor Onís me dice
Alemán y Bclmontc Bermúdez, 255
además: «He copiado al pie de la
letra, sin introducir la menor correc-
ción, aun en casos en que se ve la
errata evidente». Y yo, dada la extre-
ma rareza de este documento litera-
rio, lo reproduzco sin variación algu-
na y con todas sus curiosidades típi-
cas, hasta en aquellos cambios de s
por c, o viceversa, que demuestran ser
andaluz quien escribía, y andaluces o
mejicanos los cajistas que compusie-
ron el libro, según pronunciaban.
Estas páginas de Alemán tienen
para el caso, dadas las circunstan-
cias, el mismo valor que si fuesen
inéditas. Además nos informan de
sus relaciones con Luis Belmonte
Bermúdez, personalidad literaria no
estudiada todavía como se merece.
De la estancia de ambos en México
aún quedan noticias por exponer,
que tienen ya cabida oportuna en
mi Historia de ¿a cultura española en
América.
256 Sucesos reales que forceen imaginados:
Mateo Alemán, a la devida estimación de
este libro, i de su autor luis de bel-
monte bermudez.
Elojio.
Acostumbramos en una de cuatro mane-
ras (o por mejor clezir) distribuimos las men-
tiras y verdades; por q ya, unas vezes min-
tiendo dezimos verdad, i otras diziendola
mentimos: tanbien dezimos verdades con
verdad, i otras por el contrario, mintiendo
se miéte. Desta ultima división, torpe vicio,
feo en todo i qualqier onbre, no se deviera
tratar ni aun en escritos; mas, pues nos es
forcozo, diremos q ya sea de nuestra mala
inclinado la culpa, ya nazca de la corupcion
¡ [fol. I v.] de las cosas, la esperiencia nos
enseña, q todo (del cielo á el suelo) es men-
tiroso. El tienpo miente, no menos en jenc-
ral, q diuidido por sus cuartos, meses i se-
manas: vemos amanecer el dia, el Sol ri-
sueño i claro, el viento sosegado, cuando
súbitamente se alborota, i con rigor i eceso
truena, llueve, graniza, en tal manera q ni
en el aire se pueden socorer las aues, ni
Alemán y Belmonie Bermúdez. 2$7
entre la yerua, matas i malezas, los animales
de la tiera, los canpos mienten, prometen
abüdancia de frutos, i de oi para mañana
los niegan. Los acopados arboles frutiferos,
faltan a la verdad, pues aqella locania se les
pasa en flores dejándonos de dar sazonado
el tributo, i si alguno rinden es con pinsion
de malo, poco, podrido i enfermo. Mienten
los edificios, casas i ciudades, miren sus fa-
chadas, encasamentos, portadas i ventanajes,
tan adornadas de ar || [fol. 2 r.] qitetura;
tantos arqitraves, frisos, cornisas, galanos
capiteles, i remates, las fuertes murallas,
guarnecidas con espesas almenas, hondos
fosos, barvacanas, cubos i toreones, q ofre-
ciendo á la vista gusto, incitan el deceo de
gozarlo, i apenas metemos los pies dentro,
cuando (erizado el cabello) los bolvemos
atrás con presta huida, temerosos de la rui-
na con qe nos amenazan. Las ñaues mienten,
por q con apariencia falsa, indicios ipocritas,
de fuerca y lijereza, espirmentamos en daño
i arepentimiento nuestro, cua contrario salió
de la verdad lo q a los ojos i cósideracion
ofrecieron. También los animales miente,
pues ni el pero casa, el cauallo core, ni el
cisne canta, i común mete dezimos no es ta
bravo el león como lo pinta. Vltima mente,
17
258 Sucesos reales que parecen imaginados :
del Espíritu Sato tenemos, i afirma no aver
onbre de verdad, i q todos mienten, aunq
se [f. 2 v.] diferencian en el modo, unos mas
ottros menos, estos con cuidado y artificio,
i esotros tan a los anchos i desbocados q no
para, i es lo peor q no repara en su infamia,
ni en ver q son có el dedo notados. Deje-
mos los, i bolvamos a tratar de las otras tres
diferencias q propuse; digo, q todas en ge-
neral, i en singular cada una, es onrosa,
licita, usada y permitida. Es la primera, cua
do con parábolas, ficiones, fábulas o figuras,
mintiendo se dize verdad, no siéndola: acon-
sejamos con ellas enseñamos cosas impor-
tantes i graves, no solo á la política etica i
euconomica; mas, para venir a consegir la
eternidad, á qe todos espiramos. Desta usa-
ron i usan Santos Dotores, filósofos atiguos
i modernos, i tanto se pratica, q desde la
niñez la mamamos con la leche, dominán-
donos con las fábulas de Isopo, de Remicio
Aviano i otros, por su mo | [f. 3 r.] ralidad
sentencias i dichos graves i necesarios; con
q, no solo procuramos apartar los daños,
mas aun recojer el útil fruto q resulta de su
inportante dotrina. Otras vezes, por el con-
trario de lo dicho, aun q hablamos verdad,
no la dezimos; no, por qe nosotros metimos,
Alemán y Behnonte Bermúdez. 259
mas por q referimos mentiras ajenas, q qui-
sieron sus dueños acreditar por verdades:
canbian los daños que resultan dellas, en sus
propios verdaderos autores, no dejándonos
mancha en algún modo; por qe, solo somos
el Eco de sus vozes, la sonbra de su cuerpo,
i fieles traslados de sus falsos orijinales. Aco-
tecenos esto mui ordinario, por q después,
o antes q lo referimos, nos preuenimos de
un antidoto diziendo, a fulano doi por autor;
de manera, qe diziendo yo mi verdad cito
a qien dijo mentira i la mentira misma. La
tercera ultima diferencia, q la haze a todas
[f. 3 v.] en dinidad i ecelencia es, cuando
dezimos verdad acreditada có verdades, re-
forjando unas a otras, en discursos de pala-
bra o con la pluma escritos. Esta manera
de proceder, es tan levantada de punto i
jenerosa, q aqien la trata deja glorioso en
fama i nombre, i solo en este saco pudieron
caber i hallarse juntas onra y prouecho. Es-
te gallardo estilo, esta grandeza i hidalguía,
merecedora de todo premio, podemos atri-
buir (entre los muchos q lo an hecho) a
nuestro presente autor; pues dejando a par-
te, las dos antecedentes diferencias, de q
con tata propiedad elegancia i tan en su lu-
gar a sus tiempos usa, i lo inportate a su
26o Sucesos rea/es que parecen imaginados:
poesia, q tan claramente se conoce, hizo una
tal, marauillosa elecion discreta i Santa, to-
mando por asunto, escrevir verdad con ver-
dades, i de qien tantas están dilatadas por
el universo: un sujeto, vida de un anjel on-
bre mortal, como lo fue nuestro beatísimo
padre Ignacio de Loyola, vida verdadera,
penitente y ejenplar, en tanto grado, q oi
por su predicación i dotrina, gozan el cielo
infinito numero de vidas, q antes eran muer-
tes muertas, condenadas para el infierno.
Vida q con viva voz, tiene puestas, en huida,
desteradas i destruidas, las falsas dogmas de
los Erejes i Paganos, dando vida fuergas, i
libertad á la verdad, en las tenebrosas car-
celes donde la tenían opresa i maltratada la
mentira i miedo, no menos con su santa do-
trina, q con la de sus propios hijos, á costa
de sudores, cansancios, naufrajios, peregri-
naciones, peligros i necesidades, aflijiendo-
los en toda parte có persecuciones, malos
tratamientos, hasta qitarles las vidas có afré-
tosos i crudelisimos martirios qe an padeci-
do, fertilizando con propia sangre los inabi-
tables | [f. 3 v.] montes i desiertos canpos,
en todas las partes i rej iones del mundo,
predicando el santo evanjelio, con tanto fer-
vor i espíritu, con tanta verdad, solisitud i
Alemán y Belmonte Bermúdez. 261
cuidado, q podremos libremente dezir i no
se podra negar, q después de los Apostóles,
este beatísimo varón i sus ministros, de ma-
no en mano, an pasado la palabra de Dios,
desde los unos hasta los otros confines de
la tiera, resonando por toda ella, otro se-
gundo llamamiento, para confusión de los
qe ya la oyeron i no la recibieron. Qien
(después de aquellos tienpos, i en tan bre-
ves como en los nuestros presentes, q vimos
y conocimos los principios) a hecho mas
fruto en lo temporal i espiritual, araigando
i ferado con fuertes cabos i amaras las virtu-
des i santos ejercicios? En q tienpo se cono-
ciero las letras i buenas costunbres, tan en
su punto i bien disciplinadas, como en el
I [f. 4 r.] presente? Cuando las tiernas plan-
tas, niños hijos nuestros, estuvieron tan lin-
pias i podadas de superfluos i lóganos vicios
ni tan mórijerados con riegos de aguas vivas
q beben i de qe se sustentan, oyendo su
dotrina en sus casas i colegios? Cuando se
vieron usar en algún tienpo i tan en jeneral,
con mayor veneración i frecuencia, los diui-
nos sacramentos? q aun q sea como es evi-
dente verdad, q siempre (por la misericordia
de Dios) avernos tenido dello abundancia
con exceso, devemos juntamente confesar,
262 Sucesos reales que parecen imaginados :
la mucha continuación i ejercicios presentes,
la solicitud, ejenplo i cuidado grade, con q
aqestos padres hijos del beatisimo nuestro
an tenido en aumentarlo. Oedese aqi esta
verdad, si no es posible dezir tantas como
á la pluma se ofrecen, dejemos este lugar á
su dueño, diga las qe pudiere Luis de Bel-
monte Bermudez, can | [f. 4 v.] ten i discan-
ten sus dulces i sonoros versos, con su mu-
cha fecüdidad gallarda i fácil, lo q mi rudo
entendimiento no alcanga; confesémosle sus
asiduos estudios, intento santo, elegante,
pluma, casto frasis, con q procuro sacar á
luz esta joya esmaltada i briscada con tan-
to ingenio i policía, tan llena de misteriosos
cócetos i sentencias graues; de q no solo me-
rece justo lauro, mas por aver puesto la mira
en qien todos devenios clavar la nuestra.
No es pasión de amistad, no paresca q hablo
con exajeracion, por ser de mi patria i naci-
dos en vn bario, q ni aun mayores prendas
me harán torcer de lo justo, i puedo con
Aristóteles dezir, mi amigo es Platón, pero
mucho mas la verdad. I si tan a lo claro la
vemos, i con tanta dulgura nos la pinta, no
le seamos ingratos, negadole la deuda en q
nos deja puestos pues gozamos de sus tra-
bajos i su I [f. 5 r.] dores, démosle (por lo
Alemán y Belmonte Ber mudez. 263
menos) estimación i agradecimiento como
co cosa [asi repetido al fin y principio de
Jas líneas] no escusada, q lo contrario a ello,
sera pasión conocida, i dejara limpio mar-
jen, donde algunos escrivan su sentimiento,
acusándolos de invidia notoria, i malicia de-
clarada: i si en el obrar se conocen las ven-
tajas, i no en palabras locas i vanas, consi-
dérese bien cada vno, escriva o calle q no
arguye injenio, sano pecho, hidalgo naci-
miéto, ni es onroso trato, qitar alguno para
el ornato de su casa, las piedras fundamen-
tales del edificio ajeno.
REGISTRO ALFABÉTICO
DE AUTORES CITADOS
Acosta(E1 P.), p. 174-
Alarcón y Mendoza (D. Juan
Ruiz de), p. 159-174-177.
Alcázar (Baltasar de), pági-
nas 27-46.
Alemán (Mateo), p. 158-161 a
209-253 a SÓ3.
Alfaro (véase Zamudio de
Alfaro), p. 85-88.
Alfieri, p. 146.
Andrade (El P.), 172-1S3.
Aretiso, p. 53-éo.
Argote de Molina, p. 21-22-
27-31-05.
Arguijo (D. Juan de), p. 112-
116-117.
Arlño (Francisco de), p. 103-
io4-i33-
Ariosto, p. 5$.
Arista, p. 46.
Ásculi (Príncipe de) (véanse
D. Antonio y D, Luis de
Leiva).
Asbnsio (D. José María), p.
38-1 ib.
B
Barahona de Soto, p. 32-1 19.
Belmonte Bermúdez, p, 353-
263.
Bosarts, p. 168.
Cabrera de Córdoba, p. 133-
174.
Castro (Adolfo de), p. 21-22-
24-28.
Cbjador y Frattca, p. 94.
Cervantes, p. 103-130-158-
159-170.
Cetina (Gutierre de), de la
p. 17 a la 75-158-208 a 241.
Cetina y Abarca (Gutierre
de), p. 28.
Cueva (Juan de la) p. 21-23-
26-37-31-42 a 47, de la 77 a
la 149-243 a 252.
Encina (Juan del), p. 158.
Eslava (véase González de
Eslava).
Espinel, p. 158.
Karfán (Fray Agustín), p. 40.
Fernández Guerra (D. Luis),
p. 103-173 a 175-177-179-180.
Fernández Oviedo, p. 174.
Fernándet (Ramón), p. 113.
266 Registro alfabético de autores citados.
Figueroa (D. José L.)> p- 93
Fitzmaurice-Kelly, p. 04.
Flores, p. 40.
Gallardo, p. 42-46-49-94-roo-
104-119-127-131-135.
Garcilaso, p. 20-37-59.
Gautier, p. 28.
Gel ves (Conde de), p, 1 17-131 .
Gestoso, p. 170.
Girón (El Maestro), p. 112-
113-119-144-154-150.
Góncora (Bartolomé de), p.
1 12-159.
González de Eslava ( Her-
nán), p. 39-40-47.
II
Hazañas t la Rúa, p. 21-22-
¿4-25 28-33-36-38-41-42-50-
52-5Q-00-170.
Herrera (Fernando de), p.
21-22-26-46-110.
Humboldt (Alejandro), p.
•74.
I
Icaübalceta, p. 40.
Iranzo. p. 27-44-40.
JUVENAL, p. 58-08.
Leiva (D. Antonio y D. Luis
de), p. 34-36-55-60.
Lista (D. Alberto), p. 91-92.
M
Mal-Lara, p. 40-154-156.
Marcial, p. 58.
Mbndoza (D. Diego de), p.
46-52-5 3-00-68.
Menkndez Pidal(D. Ranióu).
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Menéndez y Pelato (D. Mar-
celino), p. 21-22-24-29-31-
32-42-43- 74 -90 -01-102- 103-
171-173-183-186.
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Montiano, p. 91.
MORATÍN, p. 58-91-93-149-^0.
Motolinía, p. 39.
Moya de Contreras, p. 40-
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N
Negrón (Dr. Luciano de), p.
51-8Ó-S7-SQ-107-108.
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O
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Pacheco (Francisco), p. 21-
22-24 a 29, 34-35-37-38-41-
50-51-Ó5-89-132.
Palomino, p. 37.
Pérez de Guzmán (Juan), p.
21 a 24, 33 a 30, 42-44-59-
Pérez Ramírez (Juan), p. 40.
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Q
Quevedo, p. 67-13Ó-158.
R
Rodríguez Marín, p. 21-22-
25-32-38-50- 74-1 14-116-170-
171-173-
S
Salazar (Eugenio de), p. 21-
22-43-45-46.
SÁmano (Carlos de), p. 44-
47-48.
Schack, p. 91.
Sedaño, p. 21-22-28-40-113.
Registro alfabético de autores citados. 267
V
Silvestre (Gregorio), p. 119.
Sismondi, p. 93.
Sosa (Francisco), p. 185-193.
T
Terrazas (Francisco de), p.
40-47-48.
TlCKNOR, p. 109,
Tirso, p. 150.
ToRQUEMADA, p. 123.
u
Urrea (Jerónimo de), p. 61-
66.
Vadillo, p. 27-65.
Vega (Lope de), p. S 1-82-90-
135-150-151- 152- «59> 2+í a
245-
Virgilio, p. 144.
Virgilio Polidoro, p. 246.
w
Walberg, p. 100-101-109-113-
117.
WULFF, D. 86-IOO-IO3-IO4-IO5-
IOO-IO7-IOQ-II3-I 17-245.
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